martes, 2 de noviembre de 2010

LA JAURÍA.


Día 02/11/2010
LA secta que dirige el socialismo español está herida. El sumo sacerdote que la ha dirigido durante toda esta década ya no tiene suerte. Todo le sale ya mal. Donde antes triunfaba la magia ha irrumpido la realidad terca, implacable, cruel. Es una realidad que demuestra lo que muchos temíamos; que este país no es irrompible ni indefinidamente maleable. Todos los materiales han comenzado a mostrar graves síntomas de agotamiento al mismo tiempo. El balance difícilmente podía ser peor.

Dentro y fuera de nuestras fronteras, causa asombro, cuando no estupor, el alcance de los daños infligidos a España en tan poco tiempo. Nadie se explica cómo ha podido suceder todo esto en un país que, tras la alternancia natural de socialistas y populares había entrado en una senda de crecimiento, desarrollo y normalización que nos convertía por primera vez en uno más de los países del concierto europeo. Éramos en 2004 aun un país relativamente pobre, pero ya con una cierta autoestima, con considerable pujanza y mucha ilusión ante el hecho de que cada año estábamos un poco más cerca de los países más prósperos, seguros y libres del continente. Lo cierto es que nada, absolutamente nada, indicaba que existiera en nuestro país el mínimo deseo de separarnos de esa senda, razonable, moderada y eficaz para el cumplimiento de los anhelos de bienestar y seguridad de los españoles.

Que en un oscuro juego de intereses de grupúsculos en el congreso del partido socialista del año 2.000, surgiera un candidato desconocido y de aparente irrelevancia con un discurso de radicalidad izquierdista y cursi, no cambiaba en absoluto las perspectivas. Porque propios y extraños preveían su derrota y su probable desaparición en la mediocridad espesa del aparato del partido de la que surgía. Así era todo. Hasta que estallaron las bombas.
Lo sucedido después lo saben y sufren todos los españoles. Con la velocidad de un tsunami, una política excéntrica, ineficaz, ruin y sectaria ha dejado España convertida en un paisaje de escombros. Todo lo antes hecho se ha destruido o dañado de forma más o menos irreversible. Instituciones, economía, credibilidad, prestigio exterior, tejido social, convivencia, nada ha escapado al afán adanista destructor de esa secta dirigida por el sumo sacerdote de la secta que se ganó la obediencia perruna de todo el socialismo con su increíble llegada al poder. Casi siete años después, el balance desolador pone en peligro la supremacía de la secta. Ésta carece de recursos para siquiera paliar el desastre. Y no tiene enmienda que no la cuestione y agrave así su debilidad. En su desesperación recurre a todas las armas a su alcance. Desde la búsqueda de aliados con enemigos del estado hasta la intimidación masiva y la amenaza.

La mentira, de la que tanto abusó, ha dejado de surtir efecto. De ahí que tenga que recurrir al miedo. El papel fundamental en la gestión del miedo, en su administración desde el aparato del estado, recae sobre el megaministro especialista en guerra sucia. Pero un papel fundamental en la creación del ambiente de intimidación recae en la jauría compuesta por el aparato del partido y sus realas mediáticas. No se trata solo de acallar voces especialmente molestas. Se trata de demostrar a todos que son capaces de destruir a quien quieran. Lo que hayan dicho Sánchez Dragó, Pérez Reverte o un alcalde les importa una higa. Hay que generar miedo para que todos se sepan vulnerables y vigilados. Para acallar las voces que puedan denunciar su inmundicia moral, su irresponsabilidad culpable y su consecuencia, nuestra tragedia común. (ABC)

1 comentario:

Eugenio dijo...

Me siento socialista, a pesar de todo.
No somos una secta porque como se puede comprobar, tengo capacidad y oportunidad de expresar mis propios pensamientos e ilusiones.
No creo que se hayan producido daños a España en este ejercicio democrático. Mi opinión, supone, que en este ejercicio se han producido dos capítulos esperpénticos:
El primero, seguir a rajatabla, el manual del perfecto socialdemócrata, ignorando, o queriendo ignorar la realidad, contra viento y marea. El segundo, tener que aceptar, con tirón de orejas, la imposición de fuerzas exteriores, llamadas: ” mercado”.
Respecto a este tema me siento frustrado, porque no sé si hay posibilidad de hacer prevalecer nuestros propósitos socialistas en un ambiente tan herméticamente cerrado, o tenemos que emplear los medios de la anarquía.
Dejando aparte las bombas, el prestigio exterior, etc. etc., comentarios que se incluyen en su artículo y a costa de que alguien me llame iconoclasta, debo reconocer que las medidas tomadas en el mercado laboral, son insuficientes. Es hora de hablar de la clase trabajadora y de la subclase “vaga”. Ambas incluidas dentro del concepto “trabajadores”, de nuestros sindicatos. Es hora, como auténticos socialdemócratas, de respetar e incentivar la labor de los emprendedores. Debemos aceptar que sin su concurso, nuestra economía se va a la mierda. Es triste asumir que la mayoría de nuestros universitarios busquen un empleo de funcionarios, para tener la “vida segura”. Debemos que reconocer que la iniciativa empresarial es necesaria, a la vez que ella debe reconocer que la aportación del capital “trabajo”, es también imprescindible. Cuando ambas posiciones reconozcan su necesidad, podremos llegar a un punto de encuentro imprescindible.
No estigmatice, sobre “el surgimiento de un candidato obscuro y de aparente relevancia”, dedicado a Zapatero, la propuesta fue valiente y para algunos pensadores, irracional. Piense en la elección de Tomás, frente a la de Trinidad, también parece irracional, y sin embargo a algunos nos parece significativa.
Debo reconocer que lo que diga el Sr. Sánchez Dragó, me importa una higa.