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viernes, 1 de febrero de 2008

LA ESTAFA INTERMINABLE.


1/3/2008.



LA ESTAFA INTERMINABLE.

Miro en las estanterías. Me apetece releer Cosecha roja, la famosa novela ‘negra’ de Dashiell Hammett. No la encuentro y me fijo en un libro de color azul. En la tapa hay un dibujo en el que se ve una carabela. Se supone que es una de las utilizadas por Colón. Deja en el mar una larga estela de cadáveres. En el cielo se dibujan tres cazas norteamericanos. Podemos imaginar lo que pretenden. El título es: El nuevo orden mundial. La conquista interminable. Doce son los autores. Destaco los más conocidos, al menos para mí: Noam Chomsky, Rafael Sánchez Ferlosio, Adolfo Pérez Esquivel. En la introducción, de Heinz Dieterich, se dice:

El proyecto del Nuevo Orden Mundial se integra como un eslabón más en la larga cadena de demiurgos de imperios que resolvieron gobernar el mundo por la violencia ... como la pax romana, la civilización occidental y cristiana implementada en el ‘Nuevo Mundo’, el Ordine Nuevo de Mussolini, die Neue Ordnung de Adolf Hitler y ahora, la New World Order del actual Führer del Primer Mundo, George Bush’.

Grandioso. Nunca había visto en el mismo saco a los nazis y a los cristianos. ¡No hay como tener conciencia revolucionaria para descubrir verdades ocultas! Además, en la lista no aparece ni Lenin, ni el padrecito Stalin. En ‘El libro negro del comunismo’ (bazofia reaccionaria como pueden suponer) se dice:

Los métodos puestos en funcionamiento por Lenin y sistematizados por Stalin y sus émulos no solamente recuerdan los métodos nazis sino que muy a menudo los precedieron. A este respecto, Rudolf Hess, el encargado de crear el campo de Auschwitz, y su futuro comandante, pronunció frases muy significativas: La dirección de Seguridad hizo llegar a los comandantes de los campos una documentación detallada en relación con el tema de los campos de concentración rusos’.

En fin, comienzo tan promisorio exigía ahondar en estas profundidades.

Para empezar, el socialismo, que nos prometía un ‘mundo feliz’, ha realzado (sin querer) la importancia de la llamada ‘democracia formal’, la seguridad jurídica, la libertad, la propiedad privada, etcétera. Es decir, las instituciones y valores supuestamente reaccionarios con los que se habría oprimido y se oprime al resto del mundo. ¡Y yo con esos pelos!

De la mano de esta indignada denuncia contra el malvado e insaciable Occidente, va la utopía. Y de la mano de la utopía, va la opresión y el sufrimiento. ¿Por qué? Porque el maravilloso mundo perfecto alumbrado por estas mentes emancipadoras pretende convertirse en realidad. O sea, no se conforman con dar rienda suelta a sus enfermizos devaneos mentales sino que pretenden aplicarlos. ¡Ahí es nada!

Pero la realidad, que incluye a los seres humanos, se resiste. ¡Cabezotas! Resulta que las personas de carne y hueso no son moldeables a voluntad del iluminado de turno. Resulta que el famoso ‘Hombre Nuevo’ no aparece por ningún sitio, salvo en la machacona y manipuladora propaganda revolucionaria. Pero los liberadores de la Humanidad oprimida no desfallecen. Tienen sobre sus espaldas una ciclópea responsabilidad.

De ahí que a cada fracaso respondan con más empeño e insistencia. No se puede esperar menos de un auténtico emancipador de las clases oprimidas. El resultado es más opresión, más dolor, más sufrimiento. Pero nada es bastante para conseguir la ‘verdadera’ libertad, la ‘verdadera’ justicia, la ‘liberación final’. ¡Y hay gente que se empeña en no verlo! ¡Alienados!

Stephane Courtois, escribe: ‘Algunos espíritus apesadumbrados o escolásticos siempre podrán defender que ese comunismo real no tenía nada que ver con el comunismo ideal ... No obstante, como escribió Ignazio Silone, verdaderamente, las revoluciones como los árboles, se reconocen por sus frutos’.

No hay sitio, en el hogar de los humanos, para este mundo ilusoriamente perfecto y simple, por no hablar de su ensangrentada aplicación. Vivimos en un mundo imperfecto, lleno de incertidumbres, complejo, dinámico y globalizado. El que no se adapte hará crecer, en su alma, el rencor como respuesta. O el odio. Y quedará encerrado en su mundo fantástico, cuya peligrosidad aumentará a medida que se aleje de la tierra y vague por los espacios en los que todo capricho es factible, todo sueño realizable.

¡Otro mundo es posible! Cierto, pero puede ser peor. Y con frecuencia lo es. Todo esto no significa desterrar la utopía. Sólo significa alejarse de las utopías fuertes, las que nos prometen el paraíso en la tierra. En cambio, las utopías débiles, las que nos ofrecen retos para mejorarnos y mejorar nuestra sociedad, son imprescindibles. En fin, ni creer que vivimos en el mejor de los mundos posibles, ni creer en perfeccionismos sociales diseñados por los liberadores (siempre falsos) de la Humanidad.

Sebastián Urbina.

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