- CATALANISMO, NEGACIONISMO, FASCISMO.
- A mi no parece ni bien ni mal que haya catalanistas: están en su derecho y libertad, trayéndome, sencillamente, sin cuidado. Deja, sin embargo, de traerme sin cuidado cuando este catalanismo o cualquier otro ismo invade espacios de mi libertad, estas “libertades negativas” de las que magistralmente hablaba Isaiah Berlin para referirse a este ámbito individual de derechos y libertades inalienables e inembargables que nadie tiene derecho a invadir, ni el Estado, ni la Nación, ni la Constitución, ni las leyes. Berlin recogía, en definitiva, la gran tradición liberal de Locke y Stuart Mill, de Benjamin Constant y Tocqueville que sentaron las bases del individuo-ciudadano único titular de derechos y libertades. (Vid. Cuatro ensayos sobre la libertad. Isaiah Berlin. Alianza Universidad. Madrid 1988)
- Hay una diferencia fundamental entre autoritarismo, dictadura o autocracia y totalitarismo o fascismo. Todos son antidemocráticos, pero el autócrata se limita a ejercer el poder personal mientras que el totalitario o fascista va más allá de la coerción personal aspirando a controlar y condicionar de forma “total” al súbdito, sus creencias y conciencias. Orwell es, posiblemente el que, en el campo de la literatura, mejor ha descrito el totalitarismo y el fascismo. La ciencia política, la sociología y la historiografía hace ya tiempo que han delimitado el campo del autoritarismo y del totalitarismo. Esto es algo que sabe cualquier persona medianamente cultivada, menos López Casasnovas, los redactores y columnistas del Baleares, los comunistas que quedan y los catalanistas en su versión fascista.
- López Casasnovas se irrita furioso porque haya alguien que niegue el “carácter fascista” de la dictadura franquista en la misma línea del púnico Juan Riera, de Miguel Serra, de la joven Laura Morral y de algún que otro periodista lego en Historia y en ciencia política. El franquismo no fue un fascismo, sino una dictadura, una autocracia o un régimen anti democrático con diferentes gradaciones a lo largo de cuarenta años: por esto se mantuvo sin apenas problemas durante 40 años y, desde luego, sin oposición salvo los comunistas de Comisiones Obreras y grupos liberales entre los cuales yo me encontraba. Esto no lo digo yo sino toda la historiografía anglosajona, los hispanistas franceses, la mejor sociología política- el gran Juan Linz, por ejemplo-y, de hecho, la práctica totalidad de los politólogos solventes, y sin que ello tenga que ver con el juicio moral y político que pueda merecer el franquismo. Hasta sobre Mussolini- que fue el inventor del término “fascista”- se discute si fue un fascista o un dictador. Hitler fue un fascista. Y Lenin. Y Stalin. En la España franquista hubieran sido impensables unos “Procesos de Moscú” o un Holocausto nazi, todo ello trasunto de este totalitarismo que aspiraba a formar integralmente un “hombre nuevo”.
- El “negacionismo” es un neologismo que se aplica, inicialmente, a los que niegan la tremenda realidad del Holocausto. Todos los “negacionistas” o pertenecen o están en los aledaños del fascismo. Y es que el “negacionismo”, en realidad, forma parte inseparable de la filosofía que inspira los totalitarismos. El nazismo “negaba” la existencia de campos de concentración y de hornos crematorios. Los comunistas- los de detrás del telón de acero y los de fuera de dicho telón, los comunistas españoles, en concreto- también “negaban” la ominosa realidad de la Rusia comunista y hasta un importante escritor- progre- español justificó el Gulag para callar la incómoda voz de un Soljenitsyn debelador de la barbarie comunista.
- La versión fascista del catalanismo- el que padecemos aquí- sigue estas mismas tácticas y prácticas negacionistas, con la ayuda inapreciable de los tontos útiles o de los compañeros de viaje que me recuerdan a los años del franquismo en los que los comunistas exigían una complicidad vergonzosa respecto a su doctrina, mensaje y política para “no hacer el juego al sistema”. Son más o menos los mismos que ahora- la cabra tira al monte, es por demás- “niegan” los ostentosos ataques a las libertades que practican los catalanistas.
- Obsérvese que la consigna, como en los mejores tiempos, se lleva a rajatabla. ¿ Diez, quince o veinte mil manifestantes en defensa del bilingüismo?. Aquí no hay problema alguno con la lengua: es un problema inventado. ¿Supresión de la libre elección de la lengua de la enseñanza? Paparruchas que no se tienen en pié. ¿El 90% de los colegios públicos sólo enseñan en catalán? Malevolencia de los ultras. ¿ El 90% de los encuestados son partidarios del bilingüismo y de la libertad lingüística? Puro fascismo ultramontano. ¿ Hay que hacer un referéndum sobre la lengua? ¡Qué ridiculez! ¡Qué sabe el pueblo de cuestiones lingüísticas! ¿Se revuelven los médicos al obligarles a conocer el catalán? Un problema artificial. Etcétera, etcétera…
- La primera premisa es negar, siempre negar, el problema, la libertad conculcada, la resistencia de la libertad. Y junto con el “negacionismo”, la sistemática descalificación personal, el argumento ad hominem, todo vale por la causa catalana, todo se justifica- libertades pisoteadas, malestar y protesta social- por la causa catalana. Hasta la violencia- un monopolio del catalanismo- se justifica en nombre de la causa catalana. La diferencia de este tipo de catalanismo- lo he escrito otras veces- con los “fascismos históricos” es sólo de grado- por el momento- no de naturaleza. (Antonio Alemany)
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LA GROSERA MANIPULACIÓN DEL CATALANISMO. LA HISTORIA DE 1640.
Contados por los nacionalistas, 1640, la “revolta dels segadors”, la “invasió castellana” o el “Corpus de sang” son simplemente mentiras. Como lo son sus versiones de 1714, de los años 30 del pasado siglo o de la supuesta resistencia nacionalista durante el franquismo.
El catalanismo conmemora cada 7 de noviembre la pérdida de la independencia "nacional" (otra), en esta ocasión fechada en 1659. Aquel día España y Francia firmaron la paz de los Pirineos, que consagraba algunas pérdidas territoriales españolas en favor del rey francés. Pero las zonas que por derecho de conquista pasaron a Francia, el Rosellón y parte de la Cerdaña, habían sido cedidas previamente, junto al resto del Principado, por las propias autoridades catalanas de la época a nuestros vecinos.
En el transcurso de la guerra de los Treinta Años las tropas francesas de Richelieu invadieron los territorios que hoy los nacionalistas denominan “Cataluña norte”. El conde duque de Olivares reclamó una participación activa de las autoridades catalanas en la defensa y exigió el envío de recursos económicos y hombres para tal fin. Las autoridades catalanas se negaron.
Las fuerzas militares del rey que finalmente llegaron a la zona en conflicto, integradas por soldados de varios países, como era habitual en aquella época, quedaron acantonadas durante la interminable guerra que enfrentó a España y Francia. El comportamiento de los ejércitos en aquellos tiempos no era precisamente ejemplar. El avituallamiento se convertía demasiadas veces en pillaje, sobre todo si las campañas se prolongaban, y los soldados, muchos de ellos extranjeros, podían comportarse como bandoleros. Los campesinos fueron los principales perjudicados.
Mientras el pueblo llano sufría las consecuencias de la guerra, las élites catalanas disputaban el poder a Olivares. Los intentos del conde duque para modificar la administración del Estado con el fin de que sus gastos fueran sufragados por todos los reinos, y no solo por el de Castilla, tuvieron general aceptación. Las cortes de Aragón aprobaron los planes del conde duque y también las de Valencia. Pero en Barcelona las cosas fueron distintas. Y no precisamente por una cuestión de supuesta identidad nacional, como pretenden los etnicistas, sino por dinero.
Frente al intento de Olivares de que Cataluña, como el resto de territorios, también contribuyera con recursos económicos y humanos a la guerra, que por cierto estaba diezmando precisamente el territorio catalán, las autoridades catalanas ofrecieron el título de conde de Barcelona al rey francés a través de Pau Clarís, otro de esos “héroes nacionales de Cataluña” que en realidad fueron auténticos traidores. Es decir, no decidieron luchar por su independencia, como pretende el nacionalismo, sino que, como en 1714 (y hasta cierto punto, como en la transición), traicionaron sus juramentos, su compromiso de lealtad, y cambiaron de bando poniéndose a las órdenes de quien había ya usurpado buena parte del norte de la región.
Y así, mientras los campesinos (los segadores de la mitología étnica), hartos de los abusos y de pagar las consecuencias de la guerra, se rebelaban, la oligarquía que gobernaba los antiguos condados catalanes cambiaba la pertenencia a España por la pertenencia a Francia.
Si para las élites políticas la supuesta soberanía fue en realidad mera conservación de sus privilegios de casta, para los campesinos la lealtad a la corona constituyó el grito de guerra. A pesar de lo que dicen los historiadores etnicistas, y a pesar de la nauseabunda letra del himno regional catalán, los segadores no se levantaron en nombre de ninguna independencia, sino al grito de “Visca el rei d’Espanya y moren els traidors!”, lema este convenientemente ocultado por la historiografía nacionalista.
La revuelta de los campesinos no tuvo el menor carácter nacional, sino todo lo contrario. Y a semejanza de muchas otras acaecidas en el resto de España y en Europa, mostró un claro sesgo social de revolución popular contra aristócratas y burgueses privilegiados. Sus protagonistas pasaron por las armas a cuantos simbolizaban el poder, al margen del origen geográfico de este.
Frente a esa revuelta contra los poderosos y los ricos, Pau Clarís y la oligarquía barcelonesa ofreció al rey francés el territorio catalán y abrió las puertas a sus ejércitos (algo parecido harían las élites privilegiadas barcelonesas en 1714). Los contemporáneos de Clarís le consideraron por ello un traidor y muchas de las principales ciudades catalanas se enfrentaron a la invasión francesa, rechazando el cambio de soberanía. El arzobispo de París, Pedro de Marca, que fue enviado por el rey francés a Cataluña en 1643, informó a su monarca:
“En Cataluña todo el mundo tiene mala voluntad para Francia e inclinación por España.”
La historia de la revuelta de los campesinos y la guerra española contra Francia tuvo un desenlace feliz y amargo a la vez. Los ejércitos franceses fueron expulsados pero en el Tratado de los Pirineos Francia invocó su derecho de conquista y se perdió una parte del territorio nacional. Precisamente aquella que las autoridades barcelonesas no quisieron defender, el Rosellón y parte de la Cerdaña.
En estos territorios se aplicó la ley francesa hasta sus últimas consecuencias. Entre ellas, la prohibición expresa del uso del catalán. Aquel edicto dictado por el rey francés constituye la única ley existente en toda la Historia que prohíbe expresamente el catalán, algo que no se atrevió a convertir en norma jurídica ni el general Franco (por supuesto, tampoco el decreto de Nueva Planta, que el nacionalismo analiza desde la perspectiva de hoy sin tener en cuenta las características de la época en toda Europa). Francia también suprimió todas las instituciones de autogobierno en ambas comarcas. En cuanto a España, Felipe IV no tocó los fueros y perdonó expresamente las deslealtades cometidas:
“Todos los excesos cometidos desde 1640 hasta el día de hoy, sin exceptuar persona, ni delito de cualquier género, condición o calidad, aunque de crimen de lesa majestad.”
Frente a los hechos de la Historia, en la actualidad hay dos actitudes. Por un lado la ignorancia. Se trata de la característica más extendida de nuestros días. En el mejor de los casos, se toman como autoridad de referencia cosas como la Wikipedia, o se recurre a listados de copia y pega que mezclan churras con merinas, y de esta forma se prescinde alegremente de la comprobación de datos y del respeto a las fuentes originales. La Historia que se enseña en los colegios españoles, sobre todo en los que dependen de regiones nacionalistas, es simplemente mentira. Pero nadie está dispuesto en esos lugares a cuestionar el origen de su nómina.
Por otro lado está la actitud de quienes originan esa situación de ignorancia, los que directamente fabrican la mentira, las instituciones políticas, los partidos, los medios de comunicación, las universidades. El movimiento nacional todo lo empapa y se encarga de que sus invenciones pasen por verdades. Y así, desde Rovira i Virgili a las webs de partidos como Convergència Democràtica de Catalunya, impera la más descarada de las manipulaciones.
Los nacionalistas proponen todos los años por estas fechas campañas en recuerdo de la supuesta entrega de una parte de la región a Francia. En el digital catalanista Criteri la presentan de este modo:
"Los años 1659 se produjo el primer cuarteamiento de nuestro país; el 7 de noviembre se firmaba el tratado de los Pirineos por el cual las comarcas del norte pasaron a formar parte de la corona francesa. Más de 300 años más tarde, los catalanes todavía conmemoramos aquella pérdida con actos reivindicativos para no olvidar que sufrimos una frontera impuesta que nos impide nuestro reencuentro.” (Publicado en Criteri. Leído el http://www.facebook.com/l/
Contados por los nacionalistas, 1640, la “revolta dels segadors”, la “invasió castellana” o el “Corpus de sang” son simplemente mentiras. Como lo son sus versiones de 1714, de los años 30 del pasado siglo o de la supuesta resistencia nacionalista durante el franquismo. Pero gran parte de la sociedad catalana, precisamente aquella que se tiene por modélica, por progresista, crítica y culta, se niega a tomar las riendas de su propia existencia, de su historia y de su cultura, y da por bueno cuanto le ordena pensar el nacionalismo, esa nueva forma de movimiento nacional que la ha tomado como rehén de sus ambiciones, que tan poco tienen que ver con la identidad. (Antonio Alemany).
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