Defensa del ama de casa
Por Gabriel Le Senne
Bueno, pues ya pasó otra ola de la Peste Morada (denominación acuñada por el infectódromo del año pasado, pero que vale la pena conservar ya para siempre, mientras sigan sometiéndonos a este suplicio a la vez anual y constante de la queja con la excusa feminista, queja que luego convierten en legislación que contraria a la igualdad ante la ley). Históricamente nos hallamos en la Edad de la Queja.
Total, que la ola 2021 nos deja las risas de ver al Mulo de La Moncloa (©FJL) eclipsando a Irene Montero en su propia gala. Como aquel chiste de cuando Sánchez fue al Vaticano, en que le imaginaban bendiciendo a los fieles desde el balcón de San Pedro, suplantando al Papa. Desde aquellos besamanos en que intentó suplantar al Rey ya le conocemos esta querencia, pero es delicioso vérsela sufrir a sus aliados. Nunca le inviten a su cumpleaños, porque acabaría celebrándolo él.
La presente
edición también nos deja la lastimosa imagen de Pablo Kasado y Kuka Gamarra
(con K arañan más votos del centro) comprando el discurso comunista de la lucha
de sexos, simplemente atenuándolo un poco, como corresponde al ‘centro central,
ni Stalin ni Abascal’ (la canción de moda de @Flugbeiler, no se la pierdan).
No sé dónde he leído que la izquierda consiste en una pulsión destructiva. “La
negatividad –el rechazo de lo heredado y lo vigente- es, como decía Scruton, la
esencia de la izquierda en general”, escribe Francisco José Contreras. Y el
feminismo actual llega a rechazar no ya nuestra herencia cultural, sino la
misma realidad: ha alcanzado un punto en que la contradicción insalvable que
latía en el centro del movimiento se ha puesto de manifiesto: no puede
defenderse -supuestamente- a la mujer, y al mismo tiempo negar que la mujer
exista.
Y ése es todo el debate entre clanes feministas: las partidarias ‘trans’ lideradas por Montero afirman que el sexo (‘género’) es una construcción social, y que por tanto no se nace mujer, sino que se llega a serlo, y que puede cambiarse de sexo sólo con desearlo. Evidentemente, si los hombres podemos hacernos mujeres con sólo quererlo, la defensa de la mujer se vuelve absurda, pues basta con que los directivos se declaren mujeres para que haya paridad, o que el maltratador cambie de sexo para que la Ley de Violencia de Género no se le aplique, o para que un maromo compita en el deporte femenino, o un violador entre en la cárcel de mujeres.
Pero la lucha del feminismo contemporáneo contra la realidad no se agota ahí, sino que hay otra contradicción latente, quizás hasta más importante: en la defensa de la mujer, tienden a equipararla al hombre, obviando sus evidentes rasgos distintivos, tanto físicos como mentales. Quieren que la mujer estudie como un hombre, que trabaje como un hombre, que gane tanto o más que un hombre. ¡Quieren convertirlas en hombres!
En cambio, desprecian la maternidad, que ven como un obstáculo en la carrera profesional, o una molestia en la vida. De ahí la idea que da título a este artículo: reivindicar al ama de casa. ¡Sí, y al amo de casa también! Ante todo, libertad: dejen en paz a las mujeres, y a los hombres, que prefieren no trabajar o hacerlo a tiempo parcial o en ocupaciones menos exigentes, para dedicarse a sus hijos, o a lo que les dé la gana. Es preciso defender y valorar la contribución a la sociedad de quienes traen al mundo lo que más falta ahora en el mundo desarrollado: niños.
Yo no sé cómo solucionarlo, pero es evidente que el modelo no lo tenemos bien planteado, cuando estamos ya entrando en barrena por no reproducirnos. No olvidemos lo que no se aborda mientras nos entretienen con la lucha de sexos: que hace cuarenta años con los ingresos de una sola persona vivía una familia entera, a menudo numerosa, mientras que hoy con los ingresos de dos a duras penas se sacan adelante un crío o dos.
(MallorcaDiario/11/3/2021.)
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