Un balance preocupante
Entrado ya el mes de agosto, me despido unas semanas de ustedes para tomarme unos días de vacaciones. Y aprovecho esta última entrega de la temporada para ofrecerles un balance que, por las complejas circunstancias que nos rodean, no puede resultar esperanzador.
En la esfera internacional, seguimos con la terrible invasión de Ucrania y las múltiples repercusiones que este conflicto, desarrollado a un par de horas de avión de nuestras casas, está suponiendo en la compleja geopolítica mundial. Por obra y gracia del afán imperialista de Vladimir Putin, el planeta va a abandonar la etapa de distensión e instalarse nuevamente en la política de bloques, con la fulgurante entrada en ellos de nuevos actores estrella como China. Y esta compleja situación va a suponer un realineamiento de la mayoría de países, en una especie de nuevo “Lego” planetario en el que España no parte con demasiada ventaja.
Las arriesgadas e inexplicadas decisiones de nuestro Gobierno de apoyar las pretensiones marroquíes en contra de los intereses argelinos, de rebelarse contra algunas decisiones comunitarias, o de apostar de una forma radical por la costosísima transición energética nos colocan en un lugar muy vulnerable en el nuevo escenario mundial que se avecina. Y encarecerán de forma exponencial nuestro acceso a la energía, lo que aquí pretendemos parchear culpando al cambio climático o prescindiendo de las corbatas. La improvisación, las prisas y el cortoplacismo parecen ser los únicos criterios empleados por el Gobierno en el intrincado mundo de las relaciones internacionales. Menos mal que formamos parte de la Unión Europea.
Tampoco está para tirar muchos cohetes el panorama nacional. Con una inflación desconocida desde hace más de tres décadas, una subida repentina de los tipos de interés y de los índices del paro, y la cesta de la compra en precios prohibitivos, al insolidario Pedro Sánchez sólo le preocupa garantizarse -a costa de lo que sea- que va a aguantar un año más. Y si para ello tiene que conceder que Bildu nos dicte nuestra “memoria democrática”, que ERC tenga impunidad judicial para eludir la aplicación de las leyes estatales, y que el PNV sea el que controle nuestros “secretos oficiales” ahí está el del Falcon para firmarlo. El precio no lo va a pagar él, y el deterioro incesante e irrecuperable de nuestras instituciones se la trae completamente al fresco. Como dijo recientemente Juan Carlos Girauta, en una magnífica entrevista en “La Lectura”, para hacer todo eso hay que ser un canalla.
El ecosistema balear tampoco presenta un panorama halagüeño. Con excepción de la actividad inmobiliaria y lo relacionado con el turismo, que experimentará una buena temporada con márgenes más reducidos debido al incremento de los costes, las demás alternativas económicas son un auténtico erial. Tenemos un Govern de partidos que abominan del monocultivo turístico pero se muestran incapaces de incentivar ninguna actividad diferente.
Ni empresas de tecnología, ni centros de I+D, ni otras opciones empresariales o industriales de interés se instalarán jamás en Baleares con una fiscalidad tan desfavorable, con nuestros elevados costes de insularidad y con nuestro disparado precio de la vivienda. Es una triada demoledora que nos aboca a vivir indefectiblemente del sol y playa -con la mejora de la calidad que se está llevando a cabo por el esfuerzo de muchos empresarios- hasta el final de los tiempos. Sin que tampoco nuestros políticos se muestren capaces de implantar un efectivo modelo de ocupación sostenible y control razonable de quienes nos visitan, que garantice comodidad para los turistas y molestias mínimas para los residentes.
Luego viene el drama de la actividad complementaria. Aparte de su voracidad recaudatoria, nuestros torpes gobernantes pretenden hacer la vida imposible a los visitantes y a los propios isleños cerrando los chiringuitos de playa (que arrasan en otras latitudes de España y del mundo entero), limitando los lugares de fondeo a las embarcaciones de recreo, clausurando los quioscos del centro de Palma y pretendiendo -en su día- suprimir las terrazas. En una comunidad que vive de los servicios, estos impagables genios intentan eliminar todas las posibilidades de ocio y diversión de la gente. Deben pretender que bailemos ball de bot a 40 grados en un sembrat de la Part Forana. En La Rioja arrancarían las viñas.
La extraordinaria recaudación tributaria de los últimos años parece perderse en mantener la enorme red clientelar que hoy financian y subvencionan los múltiples partidos de nuestra coalición de Gobierno autonómico. No se ha invertido en proporción en mejorar o mantener nuestras infraestructuras (vivimos de las que dejó Jaume Matas), en incrementar la calidad de nuestra educación, en dotar de más recursos a nuestra sanidad, o en construir viviendas sociales. El progreso del Pacto de Progreso sólo se nota en su nuevo nivel de vida y en sus relucientes cuentas corrientes. Y a los demás que les den.
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