Democracia insostenible
En 1968 los españoles pagaban unos impuestos que equivalían al 15% del PIB (Jorge López Cifre, en una publicación viralizada que parece correcta).
En 2022, habremos pagado el 42% del PIB, es decir, casi el triple. El incremento debemos agradecérselo tanto al PP como al PSOE, principalmente (y el resto, a comunistas y separatistas de diverso pelaje).
Como recogíamos en el último artículo, tras el ‘sablazo Escrivá’, una persona que gane 70.000 euros deberá pagar un 63% sólo entre IRPF y cotizaciones a la Seguridad Social. Añadiendo el resto de tributos, no parece exagerado suponer una tributación total de quizás el 75% de la renta. Esto, que puede sonar muy bien a quienes menos ganen, en realidad significa la paulatina expulsión del empleo cualificado. Es decir, ruina para todos.
Sigamos. No contentos con este expolio, los gobernantes se endeudan —¡nos endeudan!—, porque con lo que ingresan por impuestos todavía no les alcanza. La deuda pública española oficial PDE (Protocolo de Déficit Excesivo, normativa europea que excluye ciertos conceptos) asciende a 1,5 billones de euros aproximadamente. La real (pasivos netos en circulación según el Banco de España), a 1,9 billones de euros, o 1,56 veces el PIB (1,13 PDE).
Esta gigantesca bola de nieve se ha acumulado principalmente en los mandatos de Zapatero, Rajoy y Sánchez. Es cierto que han ocurrido circunstancias extraordinarias y que el problema no es exclusivamente nuestro, pero sí ha sido especialmente mal gestionado aquí, donde seguimos viendo cómo se tira el dinero desaforadamente con fines electorales.
Ahora, la subida de los tipos de interés, con una deuda de tal calibre, puede suponer una presión insoportable en los presupuestos públicos. Añadamos el gasto creciente de las pensiones y el sistema sanitario que supone la tremenda e inexorable crisis demográfica en ciernes (‘el envejecimiento’, dicen, cuando el problema real es que no hay niños), y que el Banco Central Europeo se dispone a cesar las compras de nuestra deuda pública, y tenemos todos los ingredientes para una tremenda crisis de deuda soberana.
Nuestros democráticos gobernantes nos están conduciendo al desastre. Pero lo hacen porque los ciudadanos se lo consentimos, al votar por charlatanes ignorando nociones básicas de ideas y números. Mantener un déficit público elevado año tras año provoca la acumulación de deuda.
En pocas palabras, los gobernantes mantienen el llamado ‘Estado de Bienestar’ endeudándonos hasta las cejas. Así dan la impresión de que las cosas van más o menos bien, pero en realidad van muy mal: se acumula un desequilibrio que tarde o temprano traerá nefastas consecuencias. Si los ciudadanos no entienden ni se molestan en entender mínimamente las cuentas públicas, los políticos los engañan y la democracia se torna insostenible. Esto sí, insostenible de verdad.
Respecto al aumento de la presión fiscal para pagar un presupuesto público que se hincha y se hincha sin descanso, tampoco es solución, porque destruye la economía y se acaba recaudando menos. Contaban el otro día en el Covarrubias una anécdota: cuando el ministro Utrera Molina le propuso a Franco crear una nueva tasa para financiar no sé qué gasto, el Caudillo le contestó: «¿no querrá usted matar a la gallina?».
Pues eso es justo lo que están haciendo, matar a la gallina de los huevos de oro. No digamos ya si todas las medidas van contra la economía: contra los coches, contra la ganadería, la agricultura, y un largo etcétera. Debemos ser más exigentes, y para ello es preciso mejorar el nivel cultural y la comprensión de las finanzas públicas —y de los verdaderos efectos de las leyes que aprueban bajo nombres atractivos—. Todos debemos participar en la medida de nuestras posibilidades. El populismo, la ignorancia y la pasividad —ahí incluiría el abstencionismo— hacen a la democracia insostenible. «El precio de la libertad es la eterna vigilancia», que dijo aquél.
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