(LA ESPAÑA ABORREGADA SÓLO HA CONDENADO A RUBIALES, NO A ISABEL ALONSO. LO QUE SE DIGA POR LOS MEDIOS.)
NO ES UN BESO, ES VIOLACIÓN.
Las que no fueron cesadas cuando pusieron en la calle a depredadores sexuales condenados se están reivindicando a cuenta del beso de Rubiales. Este es su desquite.
Erigidas en juezas inapelables, dictaminan que el tal beso es violencia sexual, y usan el caso para rehabilitar su nociva ley y atacar a los que pidieron su reforma. Si las autoras del desastre del sólo sí es sí, pueden llevar la batuta en este asunto, dar lecciones y conseguir que la masa vaya detrás, como está ocurriendo, entonces es perentorio hacer un alto en el camino antes de sentenciar a la hoguera a Rubiales por detestable que sea el personaje. Porque una cosa es que no deba ser presidente de la Federación, y otra distinta es que no lo deba ser por el beso.
Hay quien dirá que el beso es la gota que colma el vaso, y ése es precisamente uno de los problemas del embrollo: el vaso. Rubiales, como presidente de la Federación, acumula actos y comportamientos inaceptables. Lo demuestra cualquier serio repaso a su gestión. Aunque hasta ahora a nadie con poder le convino cuestionarlo, y menos que a nadie, al Gobierno Sánchez, que ha pasado por alto todas sus irregularidades y lo ha apoyado contra viento y marea a pesar de las agudas señales de alarma.
Es decir, hasta lo del beso, que se vuelve así no en una causa más, sino en la causa. Sin el beso, Rubiales estaría hoy tan campante en su cargo.
Si el beso, y no el vaso, es la causa para echar a Rubiales, entonces, habrá que dejarse de tonterías y ver si tiene relevancia penal. Habrá que hacerlo según el libro: ir a los tribunales y que la justicia diga si ese beso fue un acto de contenido sexual que afectó a la libertad sexual de la jugadora. Si lo fue, Rubiales será condenado y no hay más que hablar. No sería la primera sentencia que penaliza un beso en la boca no consentido. Y para ello, por cierto, no hizo falta la ley que dicen que puso el consentimiento en el centro. El consentimiento siempre ha estado ahí.
De carecer el ósculo infausto de relevancia penal, estamos en otro ámbito. Hablamos de la impropiedad de una conducta, de lo inadecuado, de la repulsa que provocan ciertos gestos.
O hablamos de si fue beso impuro o beso casto, y que vengan las monjas laicas a decidirlo. Pidamos, en fin, el VAR del beso. ¿Es inadmisible besar a una jugadora en público, en celebraciones de un deporte donde las victorias se festejan con entusiasmo y contacto físico? ¿Quién puede besar a quién en estos casos? ¿Y cómo?
La opinión pública española está dispuesta a dedicar tiempo a dirimir estas cuestiones, y la opinión publicada, lo mismo. Porque estamos en el terreno de lo opinable, en la bendita barra de bar, y el enjuiciamiento de la conducta ajena nos atrae como la miel a las moscas. Más aún: si podemos ordenar, como la Reina de Corazones de Alicia, ¡que le corten la cabeza!, miel sobre hojuelas.
Este desquicio monumental tiene elementos en común con otros que se montan no se sabe cómo, pero ante todo los tiene con la ola rugiente que se levantó por el caso de La Manada. Entonces, también dieron el pistoletazo de salida las podemitas y el rebaño fue unánime detrás. Algunos se sumaron por interés, otros por ignorancia y otros por cobardía.
Pocos tienen valor para ponerse enfrente de los estados de indignación popular y cuanto más injustificados estén, menos valor hay para oponerse. Cuando La Manada, unos hechos repulsivos, unos personajes detestables sirvieron para alimentar la furia de masas y los manipuladores la usaron para atacar a los jueces y echar abajo el Código Penal. El fruto de aquella manipulación triunfante fue glorioso: fue la ley del sólo sí es.
Lo que traiga esta ola habrá ocasión de padecerlo. Merecido estará. Por el momento, ya ha arruinado el triunfo mundial de la selección.
(Cristina Losada/LD/25/8/2023.)
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