UN EXAMEN PARA LEIRE.
Sábado, 08-08-09
LEIRE Pajín afirmó hace poco que el producto interior bruto es claramente masculino; pero basta oírla hablar para concluir que su afirmación es falsa. Los antiguos ya sabían que algunas mujeres pueden ser más brutas que muchos hombres; y para exorcizar el miedo a las mujeres brutas urdieron el mito de las amazonas, que vestían pieles de leopardo e iban armadas con un arco y un puñal a la cintura. Cada vez que un aventurero osaba merodear su territorio, las amazonas se sacaban de la aljaba una flecha y lo acribillaban a flechazos; o bien lo castraban y le quebraban las articulaciones, para dedicarlo a las tareas domésticas. A estas mujeres brutísimas que eran las amazonas no había manera de aplacarlas; y sólo tíos de pelo en pecho como Heracles lo consiguieron, utilizando las artimañas del cortejo.
Uno de los doce trabajos que el rey Euristeo encomendó a Heracles consistió en robar el ceñidor de Hipólita, reina de las amazonas; y, para lograrlo, el pérfido Heracles tuvo primero que rendirla con embustes y tretas de falso enamorado, para después asesinarla alevosamente.
Uno de los doce trabajos que el rey Euristeo encomendó a Heracles consistió en robar el ceñidor de Hipólita, reina de las amazonas; y, para lograrlo, el pérfido Heracles tuvo primero que rendirla con embustes y tretas de falso enamorado, para después asesinarla alevosamente.
A Leire Pajín los peperos no encuentran manera de rendirla; y, para entorpecerle el ingreso en el Senado, quieren hacerle un examen de «valencianidad», que no se sabe si consiste en obligarla a recitar de corrido el Cant espiritual de Ausiàs March o en que se disfrace de dama de Elche, para ver qué tal le luce ese pelo tan lustroso que Dios le ha dado con cofia, tocado y rodetes. Pero los peperos corren el riesgo de soliviantar a Leire, que podría hacer con ellos lo mismo que Débora hizo con los cananeos, cuando se colmó el vaso de su ira. Leire, como la bíblica Débora, es mujer de armas tomar; y, como Débora, está bendecida por el don de la profecía, como demostrara anticipando el «acontecimiento histórico que se producirá en nuestro planeta», cuando coincidan a ambos lados del Atlántico los liderazgos progresistas de Obama y Zapatero.
Y aquí habría que preguntarse si puede nuestra patria privarse del regalo de contar entre sus senadores con una profetisa como Leire, a quien un día el mesías Zapatero la miró a los ojos, encomendándole altísimos designios.
Y aquí habría que preguntarse si puede nuestra patria privarse del regalo de contar entre sus senadores con una profetisa como Leire, a quien un día el mesías Zapatero la miró a los ojos, encomendándole altísimos designios.
Senado viene de senex, que significa viejo; y a los viejos los antiguos los consideraban depositarios de la sabiduría. Leire no es vieja ni sabia; pero tampoco el senado es el consejo de ancianos que soñaron los antiguos.
A Leire no la adornan las virtudes que antaño se exigían a un senador; pero, en cambio, puede presumir de contar con un currículum prototípico del político parasitario de hogaño: afiliada al partido desde que se destetó, creció en una casa donde los papás ya formaban parte de la casta; jamás ha tenido que ganarse las lentejas fuera del partido, jamás ha destacado en el ejercicio de profesión u oficio alguno; no se le conoce otro mérito ni habilidad que el culto al líder y el medro en el escalafón partidario. ¿No son acaso estas las prendas que hoy se exigen en política, donde lo más granado del producto interior bruto encuentra acomodo?
Someter a Leire a un examen es, en efecto, algo oprobioso; pues su currículum ya demuestra sobradamente que reúne todos los requisitos para prosperar -¡con matrícula de honor!- en la política degradada de hogaño. Cuando ocupe su escaño en el Senado podremos comprobar que el producto interior bruto no es claramente masculino; porque, desde luego, nadie podrá discutir la feminidad de Leire. Feminidad aguerrida, agreste, amazónica; pero feminidad indiscutible, como quedó plasmado en esa foto que le hicieron mientras bostezaba en el Congreso, en la que parece que estuviera emulando a la mona Chita en plena ceremonia del cortejo.
A cortejarla deberían dedicarse los peperos, como hizo Heracles con Hipólita, en lugar de abrumarla con exámenes que no harán sino colmar el vaso de su ira. (Juan Manuel de Prada/ABC)
A Leire no la adornan las virtudes que antaño se exigían a un senador; pero, en cambio, puede presumir de contar con un currículum prototípico del político parasitario de hogaño: afiliada al partido desde que se destetó, creció en una casa donde los papás ya formaban parte de la casta; jamás ha tenido que ganarse las lentejas fuera del partido, jamás ha destacado en el ejercicio de profesión u oficio alguno; no se le conoce otro mérito ni habilidad que el culto al líder y el medro en el escalafón partidario. ¿No son acaso estas las prendas que hoy se exigen en política, donde lo más granado del producto interior bruto encuentra acomodo?
Someter a Leire a un examen es, en efecto, algo oprobioso; pues su currículum ya demuestra sobradamente que reúne todos los requisitos para prosperar -¡con matrícula de honor!- en la política degradada de hogaño. Cuando ocupe su escaño en el Senado podremos comprobar que el producto interior bruto no es claramente masculino; porque, desde luego, nadie podrá discutir la feminidad de Leire. Feminidad aguerrida, agreste, amazónica; pero feminidad indiscutible, como quedó plasmado en esa foto que le hicieron mientras bostezaba en el Congreso, en la que parece que estuviera emulando a la mona Chita en plena ceremonia del cortejo.
A cortejarla deberían dedicarse los peperos, como hizo Heracles con Hipólita, en lugar de abrumarla con exámenes que no harán sino colmar el vaso de su ira. (Juan Manuel de Prada/ABC)
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