El báculo y la serpiente
Actualizado el 5/8/2009 - 10:10h
Un primer esfuerzo que hay que realizar tras leer las palabras pronunciadas por el Obispo de San Sebastián, monseñorJosé Mª Uriarte, en la iglesia de Loyola el pasado uno de agosto con motivo de las fiestas de San Ignacio, es reprimir las náuseas. Superada esta natural reacción psicosomática ante una homilía tan repulsiva en su tono y en su contenido, es obligado analizar sus planteamientos, que arrojan sin duda bastante luz sobre la línea argumental del nacionalismo vasco y de los separatistas en general.
El mitrado manifiesta, como es natural, su rechazo al terrorismo, no faltaría más. Pero es evidente que su condena del asesinato, la extorsión y la amenaza como métodos de actuación política, es estrictamente retórica. De hecho, la lleva a cabo como soporte dialéctico para dar entrada a lo que de verdad le interesa, que es apoyar las reivindicaciones secesionistas que son la base del delirio doctrinal que ETA utiliza como pretexto para su barbarie. De entrada, lo que falta en el País Vasco no es paz, porque, que se sepa, allí no hay declarada ninguna guerra. Lo que castiga a aquellas torturadas tierras es la presencia de una organización mafiosa y criminal que combate al Estado de Derecho, viola las leyes y provoca la destrucción y la muerte de inocentes con persistente crueldad. Por tanto, la invocación de la paz de manera meliflua, como hace Uriarte, es una forma de colaboración con el terrorismo.
Por otra parte, esa idea de que hace falta diálogo social y político es un punto central de los comunicados etarras porque presupone la existencia de un conflicto que enfrenta a dos bandos, cada uno con sus razones, a los que habrá que conciliar. Abundando en este mismo enfoque, Uriarte llama a alcanzar "una fórmula de convivencia aceptable por todos". Vamos a ver, monseñor, ¿con quién hay que converger? ¿cuáles son esas "aspiraciones legítimas" que debemos moderar? En 1978 se hizo todo el esfuerzo posible para estructurar las instituciones y el orden constitucional de manera que nadie se sintiera excluido y para que la pluralidad española se viera reconocida y amparada. Por tanto, seguir reclamando lo que ya se tiene contribuye a alimentar el odio y esto es exactamente lo que monseñor Uriarte practica continuamente.
En el Evangelio, no se conoce ningún pasaje en el que Jesucristo proponga al Maligno una fórmula de convivencia aceptable para ambos. Las expresiones utilizadas por el Señor son inequívocas y su rechazo del Mal es absoluto y sin paliativos. A monseñor Uriarte le convendría repasar el mensaje divino y aplicarlo en su labor pastoral en su diócesis porque cada vez que se pronuncia con la deliberada ambigüedad de su intervención del pasado uno de agosto se alía con Satanás, que se regocija con su cobardía mientras ceba la próxima bomba. Al báculo del obispo de San Sebastían hay enroscada una serpiente que le envenena el alma y le convierte en un instrumento al servicio de sus siniestros fines. (Alejo Vidal Quadras/Lanacion.es)
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