Izquierda, catástrofe y expiación
La izquierda siempre se ha caracterizado, entre otras cosas, por una descarada voluntad mesiánica. No contenta con Dios, primero lo mató y luego pretendió ocupar su lugar. No es casual que todos los socialistas acusen a los liberales de sacralizar el mercado, para luego considerar al Estado un Deus ex Machina.
La diferencia entre unos y otros, con todo, es fundamental. Para los liberales, y en contra de las acusaciones de la izquierda, el mercado no es un ente que planifica conscientemente todas las decisiones; por el contrario, lo configuran los movimientos espontáneos de cientos de miles de agentes que interactúan para alcanzar pacíficamente sus fines. Los liberales no aseguramos que en libertad todo el mundo vaya a ser necesariamente feliz, sino que la libertad es un requisito sine qua non para ser feliz, esto es, para seleccionar los fines vitales y darles satisfacción. Eliminar la capacidad de elección significa eliminar al ser humano y convertirlo en un instrumento al servicio del poder.
Para la izquierda, en cambio, el Estado es omnipotente y puede alcanzar cualquier fin que se proponga. La pobreza, el hambre, el sida, la degradación ambiental, las epidemias o los huracanes, todo puede evitarse con un Estado eficaz y poderoso. En cierto sentido, el razonamiento de la izquierda es el siguiente: sabemos cuáles son los problemas del mundo y sabemos cuáles son las soluciones; lo único que necesitamos es poderpara aplicarlas.
Me temo, no obstante, que la izquierda ni sabe cuáles son los problemas ni, mucho menos, los mecanismos para darles respuesta. El célebre economista francés Frédéric Bastiat entendió perfectamente que toda acción del Estado tiene consecuencias visibles e invisibles. La principal lección que debería aprender un socialista es que sus políticas no salen gratis, de manera que los problemas que intenta solucionar en una parte se acrecientan en otra.
Pero, además, este mesianismo de la izquierda les conduce a un paralelo catastrofismo: si nosotros somos los salvadores del mundo, nuestra exclusión del poder necesariamente ha de provocar el desastre. De esta manera, mientras las ideas socialistas no sean aplicadas con mano de hierro, la humanidad sólo puede degenerar en una espiral autodestructiva.
Frente a la razón del más fuerte recoge cuatro conferencias de Susan George, Sami Naïr, Ignacio Ramonet y Tzvetan Todorov. Publicado por Círculo de Lectores, ahonda en estos defectos característicos de la izquierda.
Ya en el prólogo, por ejemplo, Sami Naïr comienza afirmando que "nunca las diferencias sociales, culturales y científicas habían sido tan abismales". O, dicho de otra manera: dado que las ideas de izquierda no dominan el mundo, la plaga de la desigualdad se extiende.
Por supuesto, Naïr no explica por qué la desigualdad es mala. Al común de los mortales le encanta la diversidad, la discrepancia, la libertad creativa que no nos reduzca a un patrón homogéneo y grisáceo. Es evidente que la pobreza es un problema, pero la diversidad es, únicamente, el resultado de que las personas, nuestros gustos, nuestras aspiraciones o nuestros proyectos también son distintos.
No obstante, ni siquiera el "fatalismo" de Naïr es cierto. Como es habitual entre la izquierda, su afirmación de que las desigualdades han aumentado es pura inventiva. En una aproximación a la medición de la desigualdad, Sala-i-Martin[1] explica que en los últimos 30 años las desigualdades no han dejado de reducirse.
Este catastrofismo autofabricado del que hablamos puede contemplarse aun con mayor claridad en el caso de Ignacio Ramonet. Su artículo se titula ‘El ecosistema en peligro. Nuevos miedos, nuevas amenazas’. Fíjense: miedos y amenazas. Como muy bien ha comprendido Michael Crichton, la estrategia socialista pasa por hacernos caer en un estado de miedo y pánico que el Gobierno pueda utilizar como excusa para restringir nuestras libertades.
Claro que la sociedad está sometida a nuevos miedos y amenazas, pero son en buena medida inventos de la izquierda. Así, por ejemplo, Ramonet habla de deforestaciones masivas en el mundo, pero calla que en Europa y EEUU se está experimentando una progresiva reforestación. En el caso de EEUU, en los últimos 50 años el volumen de madera contenida en los bosques ha aumentado un 30%[2].
Ramonet también nos sacude con otra plaga bíblica: la pobreza. Así, nos recuerda la asombrosa cifra de que "casi tres mil millones de personas –la mitad de la humanidad– viven con menos de dos euros al día". Por supuesto, esta cifra es totalmente falsa. El dato que suele ofrecer la izquierda más radical ronda los 1.500 millones, pero los informes serios, como el de Sala-i-Martin, hablan de 1.000 millones.
No cabe duda de que la pobreza sigue siendo un grave problema. Sin embargo, la solución no pasa por redistribuir o crear un Gobierno mundial, como sugiere Ramonet. De hecho, la causa de la pobreza en los países pobres la encontramos, indudablemente, en el fortísimo intervencionismo estatal. En 1970 Asia era ligeramente más pobre que África. Hoy en día, después de que los países que lo componen se incorporaran a la globalización liberalizando sus economías, Asia ha abandonado la pobreza, mientras que África se ha hundido todavía más en ella.
Las recetas de Ramonet pasan por darle el protagonismo al Estado de Bienestar y no al mercado. Si en Europa el mercado ha seguido creando riqueza, ha sido a pesar del Estado de Bienestar. Su masiva redistribución no sólo perturba los incentivos y la iniciativa empresarial, sino que nos impide buscar soluciones más eficientes y baratas a nuestros problemas.
El sistema público de pensiones es un ejemplo paradigmático. El Estado parte de la base de que sin la Seguridad Social el 90% de la población carecería de rentas en el momento de su jubilación. Para evitarlo, se instituye un ruinoso sistema redistributivo abocado a la quiebra. Cuando este sistema se colapse, cientos de miles de individuos se quedarán sin ningún tipo de subsidio, por no haberse dotado de un plan privado de pensiones en su momento. ¿Éste es el futuro de corrupción y miseria que deseamos para los ya pobres africanos?
Ramonet crea los miedos y las amenazas para incrementar el poder del Estado frente a la sociedad. En otro ensayo del libro, ‘Otro mundo es posible’[3], Susan George vuelve a incidir en las "amenazas" y los problemas del mundo actual, para que la izquierda, como redentora universal, adquiera el dominio ideológico de nuestras almas. George lo resume a la perfección: "Mejorar el nivel de vida para todos requiere recursos, muchos recursos nuevos". ¿Y cómo obtendrá la izquierda esos recursos? ¿Acaso hará como un buen empresario, esto es, ganar dinero ofreciendo a los consumidores productos que satisfarán sus necesidades? No, George no tiene ningún reparo en reconocer que para acaparar esos recursos necesitan "instrumentos de tributación y redistribución". O, como diría Marx: "Solo hay una manera de matar el capitalismo: con impuestos, impuestos y más impuestos".
El análisis simplista de esta gente no supera la proposición que hemos establecido al principio: sabemos cuáles son los problemas + sabemos cómo solucionarlos = necesitamos el poder y los medios para hacerlo. George no se da cuenta de que, por ejemplo, gravar las transacciones internacionales con la Tasa Tobin (tal y como propone su organización, Attac) perjudica especialmente a los ciudadanos de los países pobres.
La Tasa Tobin consiste en pagar un impuesto cada vez que se produce en cambio entre divisas. Cada vez que un europeo compre dólares pagará un tanto por cien de la transacción. Muchos países africanos tienen ligadas sus débiles monedas al dólar, de manera que si un ciudadano de Ghana vende sus productos a la Unión Europea tendrá que cambiar, primero, los euros a dólares (pagando una vez la Tasa Tobin) y, luego, los dólares en la moneda de Ghana, el nuevo cedi (pagando dos veces la Tasa Tobin).
Además, la Tasa Tobin ataca los movimientos internacionales de capital, provocando un mayor aislamiento de los países. Precisamente, si algo no necesitan los pobres del mundo es mayor autarquía, menos globalización y más aislamiento. Pero esto, claro está, no preocupa lo más mínimo a Susan George. La ideología izquierdista justifica los desmanes más brutales sobre el ser humano. Ella misma lo reconoce: "Tengo la certeza de que dicha objetividad no existe en la economía (…) todo el mundo parte de ciertos supuestos, todo el mundo tiene prejuicios de base ideológica".
O, dicho de otra manera: Susan George reconoce que no tiene ni la más remota idea de las consecuencias de sus propuestas económicas, pero espera que su tremendo buenismo haga triunfar el intervencionismo disparatado.
Estamos, en definitiva, ante ideólogos mediocres que venden humo, mentiras, inexistentes catástrofes y lamentables soluciones. Cuatro artículos disfrazados de retórica revolucionaria que pretenden construir un nuevo mundo, aun a través de la represión, la planificación y la defenestración de la libertad. Ése es su proyecto visionario: nada importa, porque nuestras intenciones son buenas. Aun cuando tengan que inventarse catástrofes y proponer los remedios expiatorios más nocivos e ineficientes. Que la realidad no les amargue un complaciente proyecto totalizador. (La Ilustración Liberal)
[1] The disturbing “rise” of global income inequality (2002).
[2] V. la página de Antón Uriarte, autor de Historia del clima de la Tierra (Servicio Central de Publicaciones del Gobierno Vasco, 2003).
[3] La poca originalidad de Susan George le obliga a calcar en este artículo el título de su último libro: Otro mundo es posible si… Para una crítica más detallada del mismo, véase ‘El mundo que quieren los socialistas’, en el número 25 de La Ilustración Liberal.
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