José Maria Marco, profesor de Historia del Pensamiento Político en la Universidad de Comillas.
EXTRACTOS DE LA ENTREVISTA
"Las becas no son un derecho. Lo que es un derecho es la educación, está considerada en España y en muchos otros países civilizados y democráticos como un derecho. Las becas son un instrumento para satisfacer o dar cumplimiento a ese derecho. En la tradición universitaria, de hecho, las becas se otorgan y se otorgaban a aquellos que han satisfecho un currículum con un alto grado de mérito y esfuerzo".
En nuestro país la democracia parece identificarse con una especie de reparto de prebendas para todos.
"Cuando entran estudiantes con un nivel de calificación muy baja, perjudican a todo el sistema. Los demás estudiantes tienen que compartir recursos que están limitados con estudiantes que no han realizado un suficiente esfuerzo, el nivel baja inmediatamente y la institución se desprestigia".
OTROS MODELOS FUERA DE ESPAÑA
"En otros países se tiene en cuenta el nivel académico y el nivel de rentas de forma proporcionalmente distinta, pero nunca se baja de un nivel alto. Por principio".
Otra cosa que se puede hacer, y que se hace de hecho en otros países, es dar créditos a los estudiantes.
"La política general consiste en que cuando la enseñanza superior está muy subvencionada, el nivel de las becas baja; cuando no está tan subvencionada el nivel de las becas sube. En España, está muy subvencionada y el nivel de las becas al mismo tiempo es muy alto. Se trata de racionalizar un asunto que está desbocado".
BECAS E INVESTIGACIÓN
"Hay que tener en cuenta que los rankings [internacionales] muchas veces contemplan factores que son muy difíciles de medir, por ejemplo la investigación. En España tenemos muy buenas universidades en cuanto a la enseñanza pero no se investiga porque no hay dinero".
El aumento de la cuantía dedicada a las becas desde 2004 ha sido gigantesco, ha subido en más de 1.000 millones de euros. Se ha desproporcionado el asunto y se tiende a un tipo de reparto en el que lo que se incentiva es una política un poco demagógica en vez de una selectiva que vaya a primar y a premiar a universidades y estudiantes que tengan un comportamiento mejor en todos los sentidos, para la sociedad y para ellos mismos.
"No me extrañaría que hubiera algún retroceso [por parte del Ministerio de Educación] en cuanto a la exigencia. Pero me da la impresión de que no se va a volver atrás en cuanto al esquema general. Es imposible continuar como estamos. No se puede repartir esta cantidad de dinero que se ha estado pagando". (PD).
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BECAS.
Día 26/06/2013 - 14.36h
¿Becas? Pocas y muy bien pagadas: las necesarias y para los necesarios. No hay otro camino.
¿QUÉ es una beca? Una inversión de capital. Que
la sociedad hace: que todos hacemos con nuestros impuestos. Una
inversión se capitaliza o bien se pierde. La rentabilidad que esa
inversión de dinero público a la cual llamamos beca busca, es la de
producir una mercancía vital: profesionales altamente cualificados, de
cuya actividad se recupere con ventaja lo invertido. Las becas deben ser
pocas y muy bien pagadas. Bajo un control de calidad inflexible. Otra
cosa es tirar el dinero. Para nada. Malo, siempre. Imperdonable, en
tiempos de ruina.
Una beca no es un acto de caridad. Ni de
benevolencia con los humildes. Para eso están otras instituciones, no el
Estado. No es –aún menos– el mecanismo de «igualación» con el que
sueñan los filántropos: la igualdad, en las sociedades nacidas de las
grandes revoluciones burguesas, es igualdad ante la ley, que funda el
derecho único frente al estamentario.
En cuanto al ser de cada uno, rige
el inamovible principio de individuación platónico: lo igual se dice de
lo distinto. Una beca selecciona a los mejores. No iguala, distingue.
Georg Steiner lo formula bellamente: «Con el rasante igualitario,
mediante la falsa democracia de la mediocridad, matamos en los niños la
posibilidad de sobrepasar sus limitaciones sociales, domésticas,
personales e incluso físicas». Distinguir es hacer libres. Y potentes.
Es la grandeza –lo áspero también– de nuestro
mundo. Se beca a los mejores –a los que, por capacidad o por esfuerzo o,
mejor, por ambos, prueban obtener los mejores resultados–, no por
bondad filantrópica, sino por determinación del interés colectivo, que
exige preparar a los sujetos más rentables, para que la compleja
relojería social no se colapse ni se embote. La competencia puede sernos
grata o no; sin ella, estamos muertos.
No es una exigencia de ahora. Aun cuando sea
ahora cuando estemos percibiendo del modo más crudo lo urgente de su
necesidad. Esa exigencia es el fundamento sobre el cual construye Europa
su horizonte tras las revoluciones que cierran el siglo XVIII y, con
él, el viejo mundo al cual no hay retorno. Condorcet, que fue el
intelectual y moralmente más grande –y más trágico– de los hombres que
acarrearon esa revolución, habrá de formularlo en modo inapelable. Abril
de 1792: «Dar a todos la instrucción que es posible extender a todos;
pero no negar a ninguna porción de ciudadanos la instrucción más
elevada, esa que es imposible compartir por la masa entera de los
individuos».
La selección de estos últimos será codificada
muy pronto. En 1794 y en medio de lo más duro del Terror, una comisión
presidida por Lakanal, «combatiendo sin descanso la ignorancia y el
vandalismo», elabora ese proyecto de una instrucción pública para los
muy pocos, enteramente financiada por la nación: una «aristocracia
republicana», una meritocracia que borre la moribunda aristocracia de la
sangre. Y eleve –proclama Lakanal– con ello «un templo inmenso, un
templo eterno y sin precedente a todas las artes, a todas las ciencias».
Hasta el día de hoy, a ese templo de las «Grandes Escuelas» se accede
por oposición estricta, que habilita a los contados que la superan para
ser mantenidos por el erario público mientras perseveren en la
excelencia de sus calificaciones. Es la única institución docente que no
se ha erosionado.
¿Becas? Pocas y muy bien pagadas. Que seleccionen a los más capaces. Lo contrario a lo que en España existe.
(Gabriel Albiac/ABC)
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