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domingo, 6 de octubre de 2013

CHUPAR DEL BOTE. CAT



 (En la foto pueden ver a varios separatistas catalanes ordeñando la vaca española. No se ve en la foto, pero ríen que no paran.

Claro que el Ministro Margallo- con el visto bueno de Mariano- está dispuesto a 'tender puentes'. 

Por supuesto, pagaremos nosotros, los españoles. ¿Se puede votar al PP? Yo creo que con estos tipos, de ninguna manera.

PD. Soy consciente de que los socialistas son peores y que tampoco pueden ser votados. Botados es otra cosa.)






 Ni sí, ni no.

«La tercera vía obtendría para Cataluña todas las ventajas de la independencia, sin sus inconvenientes»

(Juan Carlos Girauta/ABC)



No hay trampa más artera en la tragicomedia catalana que la tercera vía. El nuevo veneno sirve a varios fines. Intenta salvar la cara al nacionalismo, de modo que el «establishment» catalán sin asilvestrar no tenga que romper su silencio cobardón y acomodaticio para señalar con el dedo a CiU y decirle: tú eres culpable de este contradiós. 


La tercera vía permite a la prensa unánime continuar con la impostura de culpar a España, la vieja intolerante, que ahora se negaría a reformarse para dar cabida a Cataluña, provocando con su cerrazón la explosión independentista.

La tercera vía propone la excepción catalana y, más allá del pacto fiscal, quiere colar de rondón la «soberanía cultural». Es decir, la definitiva imposición formal y normativa de la inmersión lingüística, sin pasar por el feo incumplimiento de leyes y sentencias.

La tercera vía presenta el problema catalán en estos términos: por un lado existe el inmovilismo españolista que nos impide realizarnos y prosperar, que nos sorbe hasta el tuétano y quiere erradicar el idioma catalán; por otro lado existe la Cataluña harta de tanta explotación e incomprensión, un pueblo industrioso que se sentía español pero que, lógicamente, ha acabado rompiendo sus lazos afectivos con España ante tanto agravio.

Entre esos dos polos, que llevan a situaciones indeseables, que obligan a escoger entre el rigor centralista —desdeñoso con el diferente— y el aventurerismo —que nos dejaría fuera de le UE—, existe un espacio de entendimiento que a todos beneficiaría, pero que por supuesto obliga a una seria reforma constitucional que consagre el derecho de autodeterminación de Cataluña (cuyo pueblo es soberano y puede quedarse o marcharse a voluntad) y la bilateralidad como norma de relación.

O sea, que la tercera vía obtendría para Cataluña todas las ventajas de la independencia, sin ninguno de sus inconvenientes. La propuesta cabalga a lomos del mismo nacionalismo xenófobo, discriminatorio y sentimental que mueve a Convergència. 

 La presencia del PSC en el montaje es resultado de la desesperación de los socialistas catalanes ante su pronta desaparición, del error de comprarle a Artur Mas el mendaz artefacto «derecho a decidir», y de los ramalazos de hispanofobia de su segmento dirigente (ejemplo, el PSC considera que celebrar el 12 de octubre es nacionalismo español, provocación y foco de fractura social).

El camino de los fracasados de la política catalana se llama tercera vía. Es la vía de un Duran del que tanto se fiaban en Madrid, el líder sin votos capaz de contaminar hasta al ministro de Exteriores, el que iba siempre a ser seguro puente, permitiendo en último extremo, más allá de las diferencias, el entendimiento «con Barcelona». 

A Duran le ha pasado todo por encima sin que sus proverbiales cualidades aparecieran por ningún lado. Su partido sin votos ha sido siempre la coartada histórica de Convergència, las siglas que daban pedigrí a la organización de un banquero. En la última etapa ha avalado el derecho a decidir, el «Estado propio», la Diada de 2012, la de 2013 (con la presencia de la vicepresidenta), etc. Ahora tiene que saltar del barco, sabiendo que se hunde, entre una tripulación que él ha contribuido a enloquecer y que le acusa de traición.

Es la vía de Navarro, no-líder de un partido que es principal culpable de la hegemonía nacionalista en Cataluña. La historia le ha reservado a Navarro el raro privilegio de pagar, con sus errores, los de sus catastróficos antecesores Montilla, Nadal, Maragall, Obiols. La tercera vía es el más triste de los anzuelos nacionalistas: no sólo está hecho de mentiras; está hecho de fracasos personales.
 
 
 
 

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