PAÍS DE PROGRES Y COBARDES.
MOJÁNDOSE.
Esta semana tuve la agradable ocasión de conversar en Londres con la soprano Ainhoa Arteta Ibarrolaburu, que como proclaman sus apellidos es más vasca que el Cabo Machichaco. Hablando con un aplomo tranquilo, con la mirada ancha de una ciudadana que recorre el mundo, aquella cantante triunfadora, una mujer risueña, todavía hermosa en la primera gran curva de la edad, me dijo lo siguiente: «España es un país que hemos hecho entre todos. Tenemos tantísimas cosas en común… Yo tengo no ocho, sino 32 apellidos vascos, pero creo que deberíamos mezclarnos todavía más».
Y luego añadió algo: «Es imposible que España se rompa, porque nos necesitamos más de lo que creemos». Después hablamos de música y también, sin necesidad de citarlo, me puso pingando a Montoro y su malhadado IVA cultural. Es decir, expresó libremente sus legítimos puntos de vista políticos, que en su caso no concordaban con los del Gobierno.
Entre buena parte de nuestra intelectualidad no
existe ese ejercicio tan natural que hizo Ainhoa de separar lo que es
su país de los avatares de la refriega partidaria. En España se ha
llegado a la aberrante situación de que el «buen intelectual» de
izquierda, el zejista al uso, considera que hablar bien de su nación,
defenderla, poner en valor de manera ecuánime sus cosas buenas, lo tizna
de derechismo sospechoso.
No escucharán jamás a don Pedro Almodóvar,
que es la patria chica de Don Quijote, levantando su voz siempre peleona
para hacer el más mínimo reproche a un separatismo que pregona
abiertamente que quiere destruir su nación. Otro tanto vale para docenas
de novelistas, actores, directores, deportistas o músicos madrileños,
silentes ante el ataque frontal a su país, como si fuesen de Oklahoma y
nada se jugasen en el envite.
El problema se extrema si nos trasladamos
al País Vasco, Galicia o Cataluña: solo se atreven a levantar la voz
contra la regresión nacionalista quienes se han exiliado en Madrid tras
ser machacados por el separatismo, tipo Albert Boadella.
La ley del silencio también impera en nuestro
empresariado, incluidos muchos legendarios clásicos del Ibex 35,
conferenciantes perennes, a los que asombrosamente no les merece opinión
que el comunismo gobierne en Madrid y Barcelona, o que sus empresas
puedan verse frenadas de manera traumática si llega al poder la
coalición Sánchez-Podemos, que es la alternativa a Rajoy.
Sobre el PSOE
no me extiendo. Ha elegido la alocada vía de dar aire al separatismo con
concesiones antiespañolas, en lugar de ir de la mano con el PP en
defensa de la legalidad democrática y de la idea de España, que es la
solidaria y avanzada (salvo que ahora resulte que lo «progresista» es
fomentar el odio al vecino y el privilegio medieval de unos ciudadanos
sobre otros).
Toda esta triste situación es de patente
exclusivamente española, debido tal vez a que todavía impera un
delirante paradigma que lleva a pensar que España la inventó Franco.
Nada así ocurre en Francia, o en el Reino Unido, donde sus empresarios,
banqueros, intelectuales y medios se pringaron hasta las cejas para
salvar la Unión en el referéndum de Escocia. Y ganaron, claro
¿Mojándose? Por supuesto.
(Luis Ventoso/ABC)
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