Libertad de los antiguos y modernos
Es
conocida la distinción que formulase Benjamín Constant (1767/1830) entre
la libertad de los antiguos y la libertad de los modernos. La libertad
de los antiguos, típica de las pequeñas comunidades, implica que los
miembros de este grupo ostentan la doble condición de titulares y
gestores del poder colectivo. De ahí que fueran muy celosos de su
participación en la cosa pública.
En la antigua Grecia, el
idiota (idiotes, en antiguo griego) era aquel que se preocupaba solo de
sí mismo, de sus intereses privados, sin prestar atención a los asuntos
públicos. Nos estamos refiriendo a la democracia directa o asamblearia.
De modo que la asamblea popular (eclesía)- sólo varones-, instaurada por
Solón el 594 antes de Cristo, ejercía directamente el poder.
Los que hayan vivido la experiencia de las asambleas universitarias
podrán entender fácilmente los defectos de este sistema. Las personas o
grupos más influyentes, o con mayor capacidad de seducción o presión,
conseguían arrastrar a la mayoría. Los arrebatos asamblearios y la
ausencia de derechos individuales inviolables eran algunas de sus
características.
Tendremos que llegar al siglo XIX para que
aparezca la democracia representativa que conocemos y que, con mayores o
menores defectos, es el sistema que desean los que no la tienen. A
veces, los que la tienen parecen ignorar los peligros de otras aventuras
políticas. Ya sabe a quién me refiero.
El siguiente paso es
una distinción que debemos al eminente jurista Hans Kelsen: dominio de
las mayorías y principio de las mayorías. El predominio de la voluntad
de la mayoría, dice Kelsen, no significa el desconocimiento de los
derechos de la minoría. El principio mayoritario no puede identificarse
con la idea de un dominio ilimitado de la mayoría, que es lo que sucedía
en la democracia asamblearia. Y con esto entramos en la democracia
representativa y el principio de las mayorías, que sí reconoce los
derechos de las minorías. Es decir, los modelos actuales de democracia.
Entramos en la libertad de los modernos. Una característica central es
que las personas que conforman esta sociedad se hacen representar en la
vida pública, de modo que ellos pueden dedicarse a su vida privada, sin
que sean tratados de ‘idiotas’. Al menos por este motivo. Y tienen leyes
que les protegen, al menos teóricamente, frente a las injerencias
indebidas del Estado.
En este contexto se desarrolla el
individualismo, es decir, la tendencia de los ciudadanos a desentenderse
de la vida pública y centrarse en sus intereses privados. Pero el
individualismo tiene mala prensa. ¿Por qué? Porque suele confundirse con
el egoísmo, que es una característica natural de los seres humanos. Con
las excepciones de héroes y santos.
El individ
uo es la unidad
básica, no el punto de partida, ya que el individuo nace en una
comunidad, o en una sociedad. Pero si el individuo no fuese la unidad
básica, lo sería el grupo. Con el peligro de que las personas de carne y
hueso estarían sometidas a algún ‘animal metafísico’, como, por
ejemplo, la tribu, o la nación identitaria.
La nación
identitaria, convenientemente historiada por los historiadores adictos,
se convierte en un ente mítico cuyos intereses- se proclama- están por
encima de los intereses de los individuos que la componen. Cuando esto
sucede, el individuo se difumina como ciudadano, y se convierte en
miembro de una tribu moderna. Como las que tenemos en España. Tienen
‘hecho diferencial’ e identidad metafísica. Incluso dan golpes de
Estado. ¡Y gobiernan!
Ser un individuo- con derechos y
obligaciones- te hace responsable de tus actos, a menos que seas menor
de edad, o sufras algún tipo de deficiencia psíquica que te incapacite.
Ser miembro de una tribu, en cambio, difumina la responsabilidad en el
grupo. Y también difumina la individualidad. Basta seguir el camino
marcado. Dicho esto, habría que aclarar que la sociedad no debería verse
como un simple agregado de individuos. ¿Por qué? Porque los individuos
se organizan en instituciones, públicas y privadas, que influyen,
estabilizan y coordinan nuestras vidas. Aunque es muy importante que
sean inclusivas, es decir, basadas en el mérito y la capacidad. No en el
enchufismo, el género, o minorías supuestamente oprimidas.
¿En
qué contexto estamos en mejor situación para ser libres? Entre los
muchos peligros que acechan a nuestra libertad, destacaría dos excesos
que suponen una pérdida de ‘equilibrio’ y de ‘límites’. Por una parte,
un exceso de individualismo puede conducir a un exceso de mercado. Por
otra, un excesivo miedo al individualismo (la mayoría de los jóvenes
universitarios quieren ser funcionarios) puede conducir a un exceso de
Estado.
Por muy avanzada que sea una sociedad (esto significa,
ciudadanos cultos, responsables y sin miedo a la libertad), siempre que
se trate de ‘sociedades extensas’ como las nuestras, no se podrá
eliminar, por completo, el Estado. Porque a partir de cierto tamaño de
la sociedad, aparecen necesidades y problemas que exigen su presencia.
En las sociedades extensas actuales se requiere cierta coordinación
institucional de algunas actividades. Eliminarlas y dejar a los
individuos ‘solos’, rodeados de millones de congéneres que también
estarían ‘solos’, traería más inconvenientes que ventajas. Aunque se
organizaran sin Estado.
Sin embargo, los ciudadanos deberían
estar siempre vigilantes ante el intento estatal (sistemático y
enfermizo) de extender sus tentáculos en todos los aspectos de la vida
de los ciudadanos, que es lo que sucede- aumentado y corregido- con este
infame gobierno social comunista. En cuanto al mercado- dejo aparte el
rechazable ‘capitalismo clientelar’-, muchos lo desprecian porque
quieren un subsidio permanente que financie su vida. Pero la cultura del
subsidio conduce a la pobreza, económica, política y moral. Es el
camino de este gobierno.
Un grave peligro para la libertad aparece cuando una de estas fuerzas- Estado o mercado- se hace demasiado fuerte y arrincona a la otra, provocando la ruptura del equilibrio. Inestable e imperfecto, pero equilibrio. Que quiere romper este gobierno, formado por comunistas, socialistas, filoetarras y golpistas catalanistas. Ellos son el verdadero peligro para la libertad y la democracia. Una tropa estatalista, mentirosa, incompetente y sin escrúpulos.
Cuando gobierna una cuadrilla de mangantes, es un suicidio desentenderse de la política. Como los ‘idiotas’ griegos.
(MallorcaDiario/6/1/2021.)
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