martes, 1 de noviembre de 2016

MELOPEAS CATALANISTAS




 (Puede ser que el autor se refiera- con 'melopea'- a borrachera o bien a canto monótono. O, tal vez, a las dos cosas a la vez.)






MELOPEAS CATALANISTAS.

Cuenta Hannah Arendt en los “Orígenes del totalitarismo” que el pangermanismo y el paneslavismo –nacidos para forjar una gran nación germánica y otra eslava de base étnica–  tenían una tendencia innata a pensar a lo grande. 

No mostraban interés por la gestión prosaica y “pequeñoburguesa” de construir carreteras, adecentar calles o mantener asilos. Sus verdaderos intereses se centraban en la política exterior, el teatro de la guerra y de los tratados de paz donde sucumbían y renacían imperios, las nacionalidades oprimidas se erigían en estados o éstos cambiaban sus fronteras. El periodo de entreguerras, con el principio de las nacionalidades de Wilson a flor de piel, fue una época pródiga en ensoñaciones nacionales, también en Cataluña.

 Algunos poetas catalanes se afanaban por fundir en una sola las gramáticas del catalán y del occitano como paso previo a construir una gran nación occitana con capital en Barcelona y así situarla a la altura de París, Viena o Madrid como centro irradiador de una gran cultura nacional. Fracasada la ilusión occitana, el catalanismo volvió sus ojos a la piel del toro y centró sus esfuerzos en el proyecto de los Países Catalanes, una idea a la que años antes había apuntado Prat de la Riba (“la Catalunya Gran”) y que conceptualizó, en los años sesenta, el valenciano Joan Fuster.

 Para el profesor August Rafanell, que ha estudiado en detalle las relaciones entre Cataluña y Occitania, el 1934 es un año clave: se firman el acta de defunción de la ilusión occitana y acto seguido la del bautismo de la ilusión pancatalana. Imperio por imperio. En efecto, el 30 abril de 1934, Pompeu Fabra lanza su manifiesto “Desviacions en els conceptes de llengua i de la Pàtria”. Se trata de una llamada al orden en toda regla y tiene un solo cometido: desacreditar cualquier anhelo “desviado” de tipo occitanista.

 El sueño imposible de una Occitania Gran que debía expandirse a territorios a fin de cuentas franceses daba paso al sueño más plausible de la Catalunya Gran orientada hacia Valencia y Baleares, tal como había ocurrido siete siglos antes cuando la derrota de los ejércitos aragoneses en Muret (1213) cerró la puerta a los territorios de Oc que cayeron bajo dominio francés.
 
La “nación catalana” no preexiste al nacionalismo catalán. Es justo al revés: es el nacionalismo quien se la inventa. Es en Prat, Fabra y Fuster donde hay que buscar los orígenes de esta fantasmagórica “nación catalana” que nunca ha existido ni jurídica, ni política, ni lingüísticamente más que en las cabecitas iluminadas del catalanismo político que surge muy tarde, a principios del siglo XX.

Lo ignora todo el columnista de Última Hora, Pere Bonnín, cuando se remonta a antes de 1714 para certificar su existencia mítica. Ni siquiera existía, como apunta Massot i Muntaner desmintiendo a Bonnín, conciencia de hablar la misma lengua y mucho menos de llamarla “catalana”. La unidad lingüística auspiciada muy tardíamente por Marià Aguiló, Tomàs Forteza y Antoni M. Alcover fue toda una revolución en los círculos intelectuales mallorquines. Sólo unos pocos defendían sus tesis. En 1903 un escritor de la talla de Miguel de los Santos Oliver tenía miedo todavía de denominar “catalán” a la lengua de Mallorca. Hasta la llegada del siglo XX el nacionalismo es todavía un movimiento muy minoritario incluso dentro del catalanismo cultural, como atestiguan las alabanzas y glorias a España de Víctor Balaguer, Rubió y Ors, Verdaguer, Anselm Clavé y la mayoría de poetas de la Renaixença.

 Durante todo el siglo XIX Cataluña vibra de españolidad por los cuatro costados. La zarzuela y el flamenquismo están a la orden del día. El Principado es un bastión del carlismo y las exaltaciones patrióticas se suceden por doquier con la Guerra contra el francés, la Guerra de África, la Guerra de las Carolinas o la Guerra de Cuba. ¿Qué historia nos cuentan cada semana Pere Bonnín, Llorenç Capellà o Guillem Rosselló? ¿A qué viene tanto descaro a la hora de falsear la historia?

Esta larga digresión viene a colación del mitin que largó el activista Tomeu Martí el pasado 9 de septiembre en la Plaza Mayor de Palma en una concentración para respaldar el Procés y la República Catalana. En el breve discurso, apenas 450 palabras contadas, que arenga a las apenas medio centenar de personas reunidas, Martí se refiere de nueve maneras distintas a lo que Prat llamaba “la Gran Catalunya” y Fuster “els Països Catalans”. Pueden encontrar la sublime pieza retórica en dbalears.cat, digital al que Ruth Mateu acaba de subvencionar con 40.000 euros. El discurso deja claro que Martí piensa a lo grande, como los pangermanistas y los paneslavistas. Naciones, países, repúblicas, pueblos, estados… El galimatías terminológico exhibido es antológico. Desenredémoslo. 

Tomeu Martí denomina “República catalana” al nuevo ente independiente que los separatistas quieren construir en la actual comunidad autónoma de Cataluña. Sin embargo, no tiene empacho en llamar a sus habitantes como “ciudadanos del Principado”. No parece que una república y un principado sean conceptos congruentes. A continuación, Martí anima a los mallorquines a construir una “república mallorquina” y a los menorquines una “república menorquina”, repúblicas que en principio no pertenecerían a la “República catalana”, sin que todo ello sea óbice para sostener que “la nació catalana va de Salses a Guardamar i de Fraga a Maó”. 

En definitiva, habría una sola nación pero no sé cuántas repúblicas la constituirían, al menos tres. Este planteamiento choca con el principio tan caro al nacionalismo de que “la nación” (natural, real, necesaria, sentimental) es primordial y anterior al “estado” (artificial, irreal, contingente, racional). Asimismo, Martí se refiere a Mallorca como “pueblo” y “país”, terminando su alegato con un “Visca Mallorca Lliure!” y el inevitable “Visca els Països Catalans!”. Debería ser “Visquin” o “Visquen” si son países en plural pero una vez más el subconsciente, impregnado de unitarismo, le traiciona. 

Tres repúblicas, una sola nación catalana, un estado a nuestro servicio, un pueblo, un país, una Mallorca libre y los Países Catalanes, este es el abanico de proyectos futuribles que nos proponen Martí y Tòfol Soler (ASM), a los que Última Hora sigue dando pábulo sin el menor sentido de la estética ni de la vergüenza. Y después se mofan y tachan de “ultraespañolistas” y de  “extrema derecha” a casi un millar de mallorquines llenos de sentido común que el día 2 de septiembre se manifestaron por las calles de Palma para defender algo tan plausible, tangible y real como el estatuto de autonomía vigente, la Constitución en vigor y una forma propia de hablar que por lo menos tiene ochocientos años. El mundo al revés. ¿Quiénes son los “iluminados”? ¿O los “ultras”? Algún día habrá que saldar cuentas con ciertos periodistas que han sido, junto con los maestros, los grandes fautores de la melopea catalanista.

Dadas las evidentes dificultades terminológicas de nuestros “soberanistas” para referirse a este “ente soberano” que está por alumbrar, yo les recomendaría un término más preciso. Mi propuesta es que lo llamen la URSC, Unión de Repúblicas Socialistas Catalanas. No creo que lo de “socialistas” moleste en demasía a sus impulsores conocidos sus afanes estatistas. Tampoco ciertas connotaciones que evocan a este gran imperio que fue la URSS y que representó, durante siete inolvidables décadas, la esperanza de los trabajadores y el faro luminoso de la humanidad, la solidaridad y la justicia en la tierra. 

(Joan Font/ElMundo/Baleares.)

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