EL EXPOLIO CATALANISTA DE LA LENGUA DE OC.
Siguiendo con
la Ley de Normalización lingüística aprobada en 1986 por el incauto y cándido
(en materia cultural, histórica y lingüística) gobierno popular de Gabriel Cañellas nos
informan que desde la conquista de Jaime
I de 1229 “el catalán es la lengua propia de las islas Baleares”.
El problema de esta afirmación es que en el siglo XIII la lengua catalana no
existía. Y esto es así
porque hasta ese siglo
solamente está documentada la existencia de la lengua de oc
(denominada provenzal, lemosina o,
simplemente, romance).
A pesar de lo
que afirma la web de la Generalidad de Cataluña (“La lengua catalana es una
lengua románica (…) nacida entre los siglos VIII y X en una parte de Cataluña”), las
primeras referencias de la existencia de la lengua catalana datan del siglo XIV, un siglo antes de la
conquista de Mallorca por Jaime I de Aragón (traducción de 1303 de un tratado
de cirugía de Teodorico
Borgognoni “translatar
de latí en romans catalanesch aquesta
obra de cirurgia”; traducción de 1320 del tratado de medicina “De cibariis infirmorum” del
andalusí Abulcasis Ahazam,
“de arabico in vulgare
cathalano”).
No fue hasta
después del truncamiento de la Gran Provenza (término acuñado por el lingüista
catalán Augusto Rafanell
para referirse a la comunidad política y cultural que formaban Barcelona, Gotia
y Provenza) que, a
partir del siglo XIV, fueron apareciendo progresivamente los glotónimos de
lengua catalana, lengua valenciana y lengua mallorquina.
La ruptura
política se materializó con la derrota aragonesa de Muret (1213) ante los
ejércitos franceses, que dejó Gotia
a manos de los franceses. Y que se consolidó en los siguientes tratados de Meaux (1229) y Corbeil (1258), que
significaron la incorporación definitiva de Provenza y Gotia a Francia, así
como la desvinculación de Cataluña de Francia, respectivamente.
La lengua que llegó a Mallorca con los conquistadores y colonos
roselloneses, catalanes, aragoneses, leridanos, languedocianos y provenzales no
era otra que la lengua de oc. Era la misma lengua de los
trovadores que se hablaba en la Gran Provenza.
Provenza
y Francia eran dos comunidades políticas, culturales y lingüísticas distintas,
fruto de la separación de la Galia en el rio Loira entre francos y visigodos a
partir del siglo V. Al norte del Loira el latín, influenciado por la lengua
fráncica, dio lugar siglos más tarde al francés, mientras que en el sur la
evolución fue diferente, naciendo el provenzal.
Esta desigual
evolución condujo a la distinta construcción del adverbio afirmativo: en
provenzal era el demostrativo “hoc” y en francés era “hoc ille”.
Las tierras de
la Gran Provenza, de una misma base cultural y lingüística romana y latina,
mantuvieron a lo largo de los siglos una misma comunidad social y cultural.
Después de la caída de Roma, tuvieron los mismos dominadores visigodos,
sarracenos y francos. Los visigodos fundaron el Reino de Tolosa al sur del río
Loira, en el siglo V, para poco después ampliarlo hasta Hispania, abarcando de
esta manera Hispania, Gotia, Provenza y casi toda Aquitania. Tres siglos más tarde, con la
invasión musulmana, Hispania y Gotia quedaron bajo dominio islamita.
La
unidad de la Gran Provenza se mantuvo bajo dominio franco. Una vez expulsados
los musulmanes de Gotia, los francos, con el fin de evitar
incursiones sarracenas, establecieron una marca defensiva en los condados
hispánicos, la Marca Hispánica (Gerona, Ampurias,
Urgel, Barcelona, Aragón, Pamplona). Para favorecer su poblamiento, después de
casi un siglo de dominación islamita, se promovió un importante y natural flujo
repoblador desde Gotia, ya que formaban parte de la misma comunidad cultural y
social.
A principios
del siglo XII, los nexos entre los condados de ambos lados del Pirineo se
intensificaron con nuevas alianzas políticas, culminando, con las bodas de Ramón Berenguer III de
Barcelona y Dulce de
Provenza en 1112.
Esta
unión política facilitó y fortaleció, de mano de los trovadores, el flujo
cultural desde Provenza hasta Barcelona, dando
lugar a los primeros textos literarios catalanes, y esto es
así, ya que, tal como afirma Augusto
Rafanell, “sin la influencia de Provenza ni la lengua ni la
cultura de los catalanes habrían tenido aun mucha consistencia, porqué, de
hecho, habrían funcionado como una mera realidad apendicular”.
La
dualidad Provenza/Francia fue una constante en estos siglos. En el siglo XI se
documentó la diferenciación entre franceses y provenzales en la “Historia de
los francos que tomaron Jerusalén”. A mediados del siglo XII, en el “Román de Alexandre” el
autor ya distinguía entre la lengua francesa y la provenzal. A principios del
siglo XIII el catalán Ramón
Vidal de Besalú afirmaba que “la lengua francesa vale más y es
más adecuada para componer romances y pastorelas; mientras que el lemosín vale
más para los versos”.
Además de la
habitual oposición entre lo francés y lo lemosín/provenzal, el trovador catalán
asignaba a la unidad política de la Gran Provenza una misma lengua: “a todas las tierras de nuestro lenguaje
es de mayor autoridad el cantar de la lengua lemosina”.
Esa evidente
unidad cultural, política y lingüística entre Provenza y Barcelona no pasaba
desapercibida. En un documento expedido en Pisa a favor de mercaderes de
Montpellier las tierras provenzales se consignaban desde Marsella a Barcelona (“Provincialum partes a Marsilia usque
Barcinonam”).
El rey de
Jerusalén, el francés Guido
de Lusignan, extendía un privilegio a los mercaderes que se
hallaban en la ciudad de Tiro como “homines
provincialium partium a Massalia usque Barchinonam”. Además, en las reiteradas ocasiones en que se oponía lo
provenzal a lo francés, Cataluña se incluía con el resto de territorios de la
Gran Provenza. En 1220 el trovador provenzal Albertí de Sisteron
oponía las tierras de la Gran Provenza a Francia: “según vuestra ciencia, ¿que
valen más, catalanes o franceses? Y aquí os pongo (con los catalanes) Gascuña y
Provenza, y Limosín, Auvernia y Delfinado”.
Fue en ese siglo que la denominación genérica de la lengua
provenzal/lemosina se sustituyó por lengua occitana (1271, “partes linguae occitanae”)
y lengua de oc (1291, “vulgariter
appellatur lingua d’oc”) tomando como base para su denominación la
partícula afirmativa “hoc”.
A finales del siglo XIII el trovador Bernardo
de Auriac afirmaba que cuando Francia conquistase Cataluña sus
habitantes pasarían a decir “oil”,
en vez, de “hoc”:
“Los catalanes (…) verán las
Flores (se refiere a Francia) (…) y oirán decir por Aragón ‘oil’ y ‘nenil’ en
lugar de ‘hoc’ y ‘no’”. En este sentido, Rafanell mantiene que en la
Edad Media el catalán y el occitano eran la misma lengua. Y
añade el testimonio del filólogo francés Pèire
Bec: “hasta a finales del Cuatrocientos los papeles
administrativos langedocianos y provenzales, así como también los gascones y
los catalanes, no presentaban entre ellos diferencias considerables”.
Igualmente,
el lingüista catalán Germán
Colón asegura que
Jaime II de Aragón consideraba a los catalanes como hombres de la lengua de oc: “si tal demanda podía
parecer excesiva, que las indulgencies sean concedidas al menos a los hombres
de la lengua de oc, de la que son parte los súbditos catalanes”.
Otra prueba evidente son los documentos y textos de los siglos XIII
y XIV, en donde podemos
verificar el uso de la partícula “hoc”
para contestar afirmativamente (“Llibre
dels Feyts”: “¿Estás tú con el Comandante? Y él dijo: Señor, ‘hoc’”; “¿Y estás
bien seguro que se puede hacer? – “hoc” – dijeron ellos”; “El sueño”
del catalán Bernardo Metge:
“mi pensamiento era que haciendo buenas obras se entrase. –“Hoc”, más, ¿quién
hace buenas obras? -Dijo él-“).
Durante el
siglo XIV se fue fijando en los distintos entes políticos aragoneses una
denominación propia de la lengua de oc (reino de Valencia la lengua valenciana,
reino de Mallorca la lengua mallorquina, principado de Cataluña la lengua
catalana), dejando, de
este modo, relegada la denominación original de lengua lemosina.
Tuvieron que pasar dos siglos para que resurgiera la secular denominación de la
lengua de oc, “llenga
limozina”, para denominar el conjunto.
En 1521 el
editor y lulista catalán Juan
Bonllavi acercó al público valenciano (“traduit y corregit ara novament del
primers originals: y estampat en llengua Valenciana”) la obra “Blanquerna”
de Ramón Llull escrita
originalmente en lemosín, tal como afirmaba el mismo Bonllavi: “li havem fet retenir acordadament
alguns vocables de la lengua llemosina primera”, recuperando de
este modo la denominación propia y originaria de la lengua.
En el medio
subvencionado y satélite de la Generalidad de Cataluña www.enciclopedia.cat nos
cuentan, como no, que “es autor de la primera edición de una obra de Ramon
Llull en catalán: Blanquerna”, y el editor catalán Bonllavi sin saberlo. A
partir de entonces, se recuperó y se mantuvo la denominación genérica de lengua
lemosina: 1574, Martín de
Viciana “en Lengua limusina (…) tenemos escripto el libro de
las Leyes forales del Reyno, y las obras de Ausias March”; 1737, Gregorio Mayans y Siscar,
“los dialectos de la Lengua Lemosina son la Catalana, Valenciana y
Mallorquina”; 1835, Juan
José Amengual, “Gramática de la lengua mallorquina”, “idioma
lemosín”.
En 1865 el historiador valenciano Pedro Vignau afirmaba sin ningún género de dudas
que los dominios
de la lengua de oc “se extendían desde el Loira hasta más allá del Ebro” y que
era un idioma “que se hablaba en Provenza, como en todo el mediodía de Francia,
en Limoges como en Cataluña”.
Y así fue
hasta principios del siglo XX. Pero esta
realidad no encajaba en la doctrina catalanista. Había que cambiarla. Y así
lo hicieron.
(Mateo Cañellas Taberner/OkDiario/7/4/2022.)
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