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viernes, 28 de enero de 2011

PENSIONES








LOS FRUTOS PODRIDOS DE LAS PENSIONES.

Los habrá que, tras la enésima suspensión de pagos del sistema público de pensiones –que no otra cosa significa esta quita impuesta por el Gobierno a los acreedores de la Seguridad Social, es decir, a todos nosotros–, todavía sigan diciendo que lo público funciona mejor que lo privado y que el altruista principio de solidaridad intergeneracional es preferible al egoísta principio de capitalización individual.

No voy a extenderme en repetir todos los argumentos que muestran a las claras la indiscutible superioridad de las pensiones privadas sobre las públicas. Simplemente daré unas cifras muy fáciles de entender: tras la reforma, una persona que durante 38,5 años aporte al sistema público una cotización media de 6.000 euros al año (la implícita en un sueldo medio de 21.000 euros) percibirá al jubilarse una pensión aproximada de 1.750 euros al mes. En cambio, en un sistema privado, esa misma persona, logrando una rentabilidad anual media después de inflación del 4%, percibiría una pensión de 1.800 euros al mes... y habría amasado un patrimonio de 560.000 euros.

¿Acaso, pensarán, un 4% de revalorización anual de nuestro patrimonio constituye un objetivo inalcanzable? No debería: el mercado de valores, por mero piloto automático, se ha revalorizado como media en los últimos 200 años un 7% después de la inflación; y los fondos de pensiones chilenos, bien gestionados a diferencia de la inmensa mayoría de los españoles, han logrado una rentabilidad media anual del 9% durante los últimos 30 años.

¿Que como viviría una persona habiendo invertido 6.000 euros –la cotización media a la Seguridad Social– durante 38,5 años al 7%? Pues con pensiones de 4.000 euros al mes y un patrimonio de 1,2 millones de euros. No es necesario que hagamos un ejercicio especulativo: el 7% es lo que habría logrado cualquier persona de invertir el equivalente a 6.000 euros al año en cualquier índice de la bolsa española desde 1974.

Parafraseando a Marx con respecto a la tasa de plusvalía –a ver si de este modo la izquierda retrógrada lo entiende–, esos 1,2 millones de euros "expresan el grado de explotación de los trabajadores por el sistema público de la Seguridad Social". Hoy, conviene recordarlo una vez más: el resultado de los sistemas públicos de reparto es trabajar más y cobrar menos; el socialismo en su más clara expresión. El resultado de los sistemas privados de capitalización, trabajar menos y cobrar más; el capitalismo en su más clara expresión. ¿Comprenden ahora por qué los políticos españoles no permiten, como en Chile, que cada uno elija el sistema que prefiera?. (Juan Ramón Rallo)

viernes, 17 de diciembre de 2010

SOCIALISTAS CUALIFICADOS.






CHAMOSA Y LAS PENSIONES.


Como la diputada López i Chamosa, yo tampoco entiendo nada.

Si un cráneo previligiado cual la portavoz socialista en materia de pensiones reconoce francamente que no comprende el acuerdo por ella misma negociado, ¿quién podría? Aceptemos, pues, nuestras limitaciones y vayamos a lo comprensible. El Gobierno envió en febrero a Bruselas un Plan de Estabilidad que incluía una reforma del sistema de pensiones. Horas después de expedirlo, sus portavoces aseguraron que el papel sólo contenía "ejemplos". Nada definitivo, por supuesto. ¿Hay algo que lo sea? Desde entonces, y a pesar del tremendo susto de marzo, la tal reforma ha ido apareciendo y desapareciendo del escenario, siempre envuelta en brumas y velos. No quiere el Gobierno darles a los españoles, sin atenuantes, la noticia de que habrán de jubilarse más tarde y, muchos, con pensiones más bajas. Y no para evitarles una depresión, sino para evitar que sea aún mayor la suya. En términos electorales, claro, que en lo otro, allá cada uno.

Eso es lo que se esconde en la trastienda del ininteligible documento pergeñado en el pacto de Toledo: cálculos y cálculos del coste político. Una aritmética que ocupa y preocupa tanto al Gobierno como a la oposición, ahora paladín de las "políticas sociales" que va arrojando por la borda el presidente. Bandera populista que el PSOE deja caer, bandera que el PP recoge al punto. Y aún hay quienes piensan, como los de Rajoy, que la salida de este callejón del Gato pasa por el zoco de una campaña electoral a lo grande. No habría ahí tenderete sin charlatán presto a vender soluciones milagrosas e instantáneas y todo barato, barato. Cuesta imaginar hasta qué extremo se ocultará la realidad y se harán promesas imposibles de cumplir en vísperas de unas elecciones generales. Pero será así, a menos que los dos grandes partidos sufran una súbita metamorfosis. Y dado el material, el material humano, esa transformación es improbable.

Pongamos, por caso, a Chamosa. En una de las crisis económicas más profundas de cuantas España ha padecido, se supone que un Gobierno ha de contar con los más cualificados y capaces a fin de acometer tarea tan compleja y, además, explicarla.

Sin embargo, ahí tenemos, como negociadora de la reforma de las pensiones, a una diputada con dificultades de cumunicación y tendencia a pelearse con la ortografía, por no abundar en otras tachas. Y lo malo es que se entiende. Pues no hay ninguna razón, ningún incentivo, para que los partidos elijan a los mejores. Al contrario.

Cristina Losada/ld

miércoles, 20 de octubre de 2010

PENSIONES.

Día 20/10/2010 - (ABC)
En un momento de máxima crispación por los cuestionados Presupuestos Generales del Estado, el debate sobre el modelo de financiación que han de seguir las pensiones en nuestro país también ha llegado a los blogs.
Entre las principales anotaciones, nos gustaría rescatar la publicada en la bitácora de Ana Ariza, donde explica las principales señas de identidad del completo sistema de seguridad social sueco y analiza, no sin cierta envidia sana, hasta qué punto España podría desarrollar un modelo similar.
El viejo sistema de reparto del país escandinavo sufrió una reforma casi obligada en el 94, porque, al igual que el español, la pensión se calculaba con cierta generosidad a partir de los ingresos de los quince mejores años de la vida laboral, reajustando a la inflación y eran los trabajadores en activ,o los que con sus aportaciones cubrian el pago de las pensiones. Los suecos, previsores por naturaleza y teniendo en cuenta los duros años que atravesaron en los noventa, con «altas» cifras de paro -rondando el 12%- y con un gasto público disparado, no tardaron en calificar este método como insostenible en el tiempo.

Entre sus principales reformas para hacer frente a esta crisis, la financiación de la educación (como también han hecho después sus vecinos finlandeses), los recortes en el subsidio de desempleo, y la reforma de las pensiones.

En concreto, y para este último tema, cambiaron el tradicional sistema de reparto por uno doble manteniendo, por una parte, las pensiones mínimas para todos aquellos ciudadanos que no alcanzaban rentas mínimas para una "vida digna" y por otra, implantaron un sistema de capitalización mediante el cual la pensión recibida no depende del porcentaje de población activa que haya en el país, sino de lo que cada trabajador, individualmente, haya aportado a lo largo de toda su vida laboral, (sin tener en cuenta los mejores quince años).

De esta forma, nuestros vecinos escandinavos evitan que las pensiones se utilicen como arma electoral y de paso, consiguen un sistema sólido, autónomo y autoprotegido, de gestión más racionalizada.