lunes, 30 de abril de 2018

JUZGAR CON LA ENTREPIERNA


 (Solamente si ve las cosas a través de las gafas que yo quiero, juzgará bien.


 En otro caso, será un 'machista', un 'homófobo', un 'racista'. Etcétera.


¿Tan imbécil se ha vuelto la sociedad española?)




Juzgar con la entrepierna.

La Asociación de Juezas españolas, ha pedido que se forme a los jueces para interpretar y aplicar las leyes con ‘perspectiva de género’.

Esto es la muerte del Derecho tal como lo conocemos. La muerte de la igualdad ante la ley. Ahora resulta que hay ‘colectivos’ que no se conforman con ser ciudadanos de una sociedad democrática. No les basta que se aplique la ley, basándose en las pruebas, la presunción de inocencia, la jurisprudencia… Eso de la igualdad de los ciudadanos ante la ley ya no está de moda.

No basta, se requiere la ‘perspectiva de género’. O sea, hay que interpretar las leyes con una perspectiva feminista. Imagino que los homosexuales entenderán que los jueces no homosexuales no les entienden cuando les juzgan. Y también exigirán que se les aplique la ley con ‘perspectiva homosexual’. Los negros querrán jueces negros. En otro caso, acusarán de racistas a los jueces blancos. No les entienden.

El siguiente paso es que a las mujeres solamente puedan juzgarlas mujeres juezas. Y a los homosexuales jueces homosexuales. Y a los negros, jueces negros. O sea, la vuelta a la tribu.

En resumen, hay que juzgar con la entrepierna. Jamás hubiera creído esto de las juezas españolas. La cosa está peor de lo que pensaba.

Sebastián Urbina.


LA REVOLUCIÓN DE LAS SONRISAS



La verdad de la "revolución de las sonrisas":
 cincuenta sedes de Cs, PSC y PP atacadas en unos meses.
Las tres formaciones denuncian rotura de cristales, lanzamiento de pintura, huevos, heces y pintadas en la fachada, escraches y amenazas de muerte.
Libertad Digital
2018-04-29

domingo, 29 de abril de 2018

¡VIVA TABARNIA!






¡VIVA TABARNIA!

El libro «¡Viva Tabarnia!», de Albert Boadella, que se lee de una sentada, es una pequeña joya que ayuda a entender el peligro que representa el nacionalismo para la libertad de todos. El propio Boadella vivió en sus primeros años en Cataluña «el placer y el privilegio de recrearse en este sentimiento irracional de pertenencia al terruño», y por eso denuncia al nacionalismo como fundamentalmente xenófobo.
En su estrategia totalitaria, los nacionalistas no pueden dejar de mentir. En eso se parecen a los colectivistas de toda laya, y también en la degradación que suele aquejarlos –hemos asistido estupefactos al despropósito de la alcaldesa de Barcelona, que llamó «facha» al almirante Cervera–. Pero el autor es también crítico con los demás partidos que se desentendieron de Cataluña: «cuando necesito los votos cierro los ojos, no miro lo que pasa y el que venga detrás ya se apañará, y así se han ido pasando el muerto de unos a otros, porque el muerto realmente existía ya desde los inicios: el problema comenzó a existir desde que Pujol empezó a gobernar…ese desentendimiento ha sido mortífero».
Ningún partido es inocente, porque todos sabían lo que sucedía en los colegios y en la televisión pública, pero callaron, incluido Aznar, que se plegó a las exigencias del siniestro Pujol cuando necesitó sus votos en 1996.
Boadella se centra en los nacionalistas y en el desastre que han perpetrado con sus tres grandes armas: la lengua, la educación y los medios. Es revelador que el sesgo nacionalista en la educación empezó en Cataluña durante la dictadura franquista, es decir, lo mismo que sucedió con el auge del antiliberalismo en la educación en toda España. El libro despelleja a los próceres del nacionalismo y denuncia la cobardía cómplice del «mundo de la cultura». Pero no es pesimista. La gente ha salido a la calle el 8 de octubre, arropando a la mitad silenciada de Cataluña.
Y ha surgido Tabarnia, que no es un partido sino un ejemplo del uso antitotalitario del humor. Allí los nacionalistas pierden, porque no son divertidos y propenden a la cursilería. «Son enormemente cursis en su discurso, un discurso entre buenista y progre sentimental, para camuflar un fondo impresentable».
Cabe terminar como Albert Boadella: «¡Viva Tabarnia!, que es lo mismo que decir: ¡Viva España!».

(Carlos Rodriguez Braun/La Razón.)