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domingo, 1 de octubre de 2017
MALLORCA BAJO CIEN BANDERAS.
MALLORCA BAJO CIEN BANDERAS
ME HA IMPACTADO que una personalidad como J.H. Elliott, emérito de Oxford, el principal historiador británico del pasado de los catalanes, haya calificado la actual deriva catalanista como «campaña de odio».
Y que no solo lo piense, sino que lo diga sin rebozo alguno. Juntos estábamos, hará veinte años, en el Consell de Cent barcelonés. Le pidió a la guía que hablase castellano, puesto que su esposa no entendía el catalán. La guía se negó y se puso a chapurrear el inglés. Elliot me miró, al igual que a Juan Vidal, y los tres comprendimos la que se avecinaba. Mañana, colofón del odio, será un día muy triste, expresión de lo que puede generar este terrible virus.
Mallorca vivirá con preocupación la jornada. Los catalanes siempre nos llamaron a subir al carro de sus bauxes. Recordemos su levantamiento contra Juan II de Aragón; su proceso independentista contra Felipe IV o su rechazo a Felipe V, y siempre pretendiendo contar con nosotros, con les illes, que asumen como sus illes.
Utilizan una estrategia harto conocida, organizando sus terminales -ayer la Veu de Mallorca, hoy la Obra Cultural, siempre camaleónicos- porque el nacionalismo catalán es sus sucesivas derivas mantiene el mismo esquema y pese a errores no escarmienta. También nosotros, repetitivos, estamos en lo mismo, incapaces de apostar por lo nuestro, lo que nos interesa como pueblo, más allá de vasallajes. En 1641, el 3 de enero, durante la guerra de Cataluña, embarcaron para Barcelona un conjunto de fuerzas para ayudar al ejército real. Nos dice el cronista Jaume Pujol: «el 23 regresaron las galeras... por causa del mal tiempo, y también por haber venido a las manos los caballeros mallorquines».
Elocuente anécdota. Las noticias de la guerra se sucedían, pero lo cierto es que los mallorquines estaban más pendientes de sus luchas internas -Canamunts contra Canavalls- que de la suerte del Principado catalán. Esto sí, no dejábamos de acudir a rezar a la catedral en muestra de fidelidad a la Corona. Siempre fuimos muy beatos.
¿Cambiaremos algún día el cliché? Temo que no. Frente a la germánica Cataluña, el feroz individualismo latino y el espíritu de clan o de mafia nos dominan. Catalanistas o no, antes parecemos de Palermo o Nápoles que barceloneses. Jamás nos movemos por una sola canción y bajo una sola bandera. Todo lo contrario, bajo cien si es posible. Lo nuestro es la anárquica diferencia.
(Román Piña/El Mundo.)
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