ARTÍCULO.
(En homenaje a Arcadi Espada, agredido por nazionalistas catalanistas).
MORALES CÁLIDAS Y MORALES FRÍAS.
Dice Charles Darwin, en su libro El origen del hombre, que los sentimientos morales cálidos evolucionaron por selección de grupo. Digamos, brevemente, lo que entendemos por moral cálida y por selección de grupo.
Por moral cálida o sentimientos morales cálidos podemos entender los sentimientos que no van más allá de los límites del propio grupo. Esto sucedería con los animales no humanos. Es decir, éstos tendrían una 'simpatía genética' hacia los miembros de su grupo y una 'antipatía genética' frente a los miembros de otros grupos.
De ahí que la selección de grupo sirve para dar cuenta de la aparición de la moral cálida o los sentimientos morales cálidos. ¿Es que hay otros? Pues sí. Lo podemos ver en la idea del economista F. Hayek, de que los cambios fundamentales en la especie humana pasan, básicamente, de una sociedad 'cara a cara', a una sociedad 'abstracta'. O sea, mientras que en el primer tipo de sociedad tiene cabida (de forma 'natural' podríamos decir) la moral cálida, en el segundo tipo de sociedades (en las que no tenemos, básicamente, relaciones 'cara a cara' sino con desconocidos, relaciones anónimas) tiene su asiento la 'moral fría'.
Dicho de otro modo, mientras que las relaciones sociales se dan entre parientes (en el primer tipo de sociedad) y éstas constituyen la 'moral cálida', las relaciones sociales que se dan en sociedades extensas (no tribales) no suelen consistir en relaciones íntimas sino en relaciones anónimas. Todo esto, junto con otras complejidades, daría lugar a la 'moral fría', que sería la típica de nuestras sociedades actuales.
El paso de la moral cálida (típica de la aldea o la tribu; no parece importante distinguir, aquí, entre bandas, tribus y jefaturas) a la 'moral fría', se parece (sólo se parece) a la distinción elaborada por el filósofo del derecho, Herbert Hart, al distinguir entre sociedad simple y sociedad compleja. En la primera, habría conexiones intragrupales fuertes (dado su pequeño tamaño, un marco relativamente estable, creencias comunes y relaciones de parentesco) pero al cambiar las circunstancias mencionadas, ya no serviría el esquema típico de reglas de este tipo de sociedad. Es decir, ya no bastarían las reglas primarias de obligación, que dicen a los miembros del grupo lo que hay que hacer o no hacer.
En el nuevo contexto social, más extenso y complejo, se necesitarían reglas secundarias que se encargarían, entre otras cosas, de la identificación y eventual castigo de los infractores de las reglas. Y lo harían de forma más precisa y previsible que en el sistema anterior. No es mi intención seguir, aquí, con otros aspectos de la teoría Hartiana, que suponen el paso de una sociedad simple (formada sólo con reglas primarias de obligación) a una sociedad compleja (formada no sólo por reglas primarias de obligación sino, además, por reglas secundarias de reconocimiento, cambio y adjudicación) sino sacar un corolario de todo lo dicho y aplicarlo a las ideas nacionalistas.
Los nacionalismos transmiten la idea de que hay una 'moral cálida' propia de los miembros del grupo. NOSOTROS y no los maketos, NOSOTROS y no los charnegos, NOSOTROS y no los forasteros, somos titulares y merecedores de esta 'moral cálida'.
¿Qué tiene de bueno esta 'moral cálida'? Es la expresión de la familia unida, de la tierra madre, de los cánticos emocionados a símbolos comunes, de pertenenecias interiorizadas. Es decir, es la solidaridad fuerte entre los miembros de la tribu y excluyente para 'los otros'.
¿Cuál es el problema? En primer lugar, que se prescinde de la 'moral fría', que se refiere a los derechos de las personas por el hecho de serlo. Con independencia del azar que supone nacer aquí o allí. Es decir, la 'moral cálida' excluye la moral universal de los derechos humanos, que se refiere a las personas por el hecho de serlo. No por pertenecer a una tribu determinada.
En segundo lugar, esta apelación, explícita o implícita, a la tribu, es falsa. Vivimos en sociedades extensas. De la misma manera que no tiene sentido (salvo para los políticamente inmaduros) soñar con la aplicación de la democracia ateniense a nuestras sociedades actuales, tampoco la tiene soñar con solidaridades intragrupales, como si realmente viviéramos en sociedades de carácter tribal. Aunque algunas traten de parecerlo. Pero no sirve hacer de avestruz. Por eso los nacionalismos vivien de la mentira y de la exclusión, más o menos disimulada. Pues bien, esta es una de las características de los nacionalismos. La desvirtuación, penosa y peligrosa, de la realidad social.
Penosa, porque (de forma similar al sueño de la democracia directa, hoy inaplicable a las sociedades extensas) supone ignorar, de buena o mala fe, que nuestra realidad social no es equiparable a una tribu. Peligrosa, porque las solidaridades intragrupales son excluyentes. En realidad, la coherencia nacionalista debería llevarles a defender los 'derechos humanos para los míos'. Es decir, a una farsa, a veces, sangrienta. A veces, a la creación de ciudadanos de 'pata negra' (los miembros de la tribu) y los de segunda clase, 'los otros'.
Para los que piensan que exagero, debo recordarles las recientes palabras de un senador del PNV, Javier Maqueda. En el 18 Congreso del Partit Socialista de Mallorca (PSM) afirmó:
'El que no se sienta nacionalista, no merece vivir'. Estas repugnantes palabras fueron aplaudidas a rabiar por el auditorio. Literalmente. Es decir, 'moral cálida' para los miembros de la tribu y desprecio y, a veces, muerte, para 'los otros'.
Sebastián Urbina.
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