BUENOS Y MALOS.
Dice
Karl Popper que hay una teoría filosófica según la cual, cuando sucede algo
realmente malo- o que nos desagrada mucho- tiene que haber alguien responsable.
Es decir, alguien que lo haya causado intencionadamente. A esto lo llama ‘teoría
conspiratoria de la sociedad’.
En
Homero, las cosas malas que sucedían se debían a la cólera de los dioses. Con
el Cristianismo, el Diablo se convirtió en el responsable de la maldad. Con la
popularización del marxismo, los auténticamente malos son los capitalistas. De
ahí que nos sea fácil identificar la causa de nuestras desdichas. La avaricia
de las multinacionales. O sea, el capitalismo, que es salvaje por definición.
¿Por
qué esto es así? Porque los seres humanos- en general- no aceptan que las cosas
que suceden, como las guerras, la riqueza, la pobreza, etcétera, se deban a
causas múltiples. De ahí la tendencia general a exigir causas simples y
reconocibles. Y lo más fácil es acusar de nuestros males a las multinacionales.
O sea, el capitalismo. De momento ya tenemos identificado a los malos. ¿Y
quiénes son los buenos? Los que se oponen a los malos. O sea, la izquierda.
Nos dice el economista Guy Sorman: ‘La riqueza de las naciones reside ante todo
en su capital intangible. Esta noción resuelve algunos enigmas clásicos de la
ciencia económica, como el declive de Argentina... ¿Cómo se explica que después
de haber sido la quinta potencia económica mundial a comienzos del siglo XX
haya descendido tanto? ... La única causa de ello es la erosión del capital
inmaterial argentino; la degradación constante de las instituciones políticas y
financieras, y el carácter caprichoso e imprevisible del Estado argentino, al
reducir el capital inmaterial, han minado la productividad del país,
disminuyendo la inversión y el rendimiento de la misma’.
Si esto
es cierto, ya no está tan claro que la causa de nuestros males sean las
malvadas multinacionales. Tal vez seamos nosotros. En este caso, los argentinos.
Sin embargo, esto es generalizable, de modo que no es aplicable solamente a los
argentinos. En todo caso, es mucho más satisfactorio dar la culpa de nuestros
males a los demás.
Tenemos
innumerables ejemplos. Si he suspendido la asignatura, no es que haya realizado
un mal examen. Es que el profesor me tiene ojeriza. Si acudí a una empresa y me
sometí- junto a otros aspirantes- a unas pruebas para acceder a un puesto de
trabajo, y no lo conseguí, la culpa no es mía. Es que no han sabido valorar mis
cualidades. Estos y otros muchos ejemplos que podemos imaginar responden a lo
mismo. La incapacidad para asumir responsabilidades. Porque asumir que ‘la
responsabilidad es mía’ afecta a mi autoestima. Con otras palabras, tal vez no
soy tan bueno como creía. Y eso es duro de aceptar.
Lo
fácil es la reacción infantil. La pataleta. Lo difícil y lo responsable es
tratar de mejorar. Dar lo mejor de uno mismo. Pero esto supone un esfuerzo
continuado. Es mucho más fácil dar la culpa a papá, mamá, el profesor, la
sociedad, o las multinacionales. Este es el camino de la infancia perpetua. Y
el resentimiento de progreso. Porque llego a creer que mis desgracias vienen de
fuera. Y al venir de fuera, yo no soy responsable. Esto no significa que no
exista la mala suerte y la injusticia. Por supuesto que existen. Pero una
persona madura cuenta con ello. No se escuda en un utópico mundo perfecto para
estar quejándose todo el día y acusar a los demás de sus desgracias.
Pasemos
a otra maldad intolerable. La globalización. Nos dice Johan Norberg: ‘La idea de una conspiración ultraliberal como
origen de una terapia de choque revolucionaria es simplemente errónea. Ha sido
un conjunto de políticos pragmáticos y, con frecuencia, antiliberales que han
considerado que sus respectivos países se han excedido en su afán de control y
que, por esta razón, han comenzado a liberalizar sus economías’.
¿No será un facha sueco del PP? ¿No es la
globalización un maléfico invento de los ricos? Veamos otro dato que nos aporta
Norberg. Ya es el colmo.
‘El desarrollo material del
último medio siglo ha permitido que se haya liberado de la pobreza a más de
3.000 millones (sí, tres mil millones) de seres humanos lo cual es un hecho
histórico sin parangón. El PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el
Desarrollo) constata que la pobreza ha menguado más en los últimos cincuenta
años a nivel mundial que en los 500 años precedentes’.
Digan
lo que digan los datos, no me negará usted que es mucho más satisfactorio manifestarse,
con una buena pancarta, bramando contra el capitalismo sin escrúpulos. Uno se
queda con mejor cuerpo y con la sensación de ser mejor persona. O sea, la
superioridad moral de la izquierda.
Una vez
que se hundió la utopía comunista, la izquierda ya no defiende- salvo los más
burros- que la economía socialista es mejor que la economía capitalista. Se
limita a repetir, día y noche, que las cosas van mal. Que hay pobreza, corrupción,
paro e injusticias. ¿Quién es el responsable? El capitalismo. ¿Y quién es el
auténtico gestionador del capitalismo? El liberalismo. Y si me apuran, el
neoliberalismo que es como el liberalismo pero con más mala leche. Así pues,
estamos dominados por el totalitarismo del dinero. ¡Qué asco! Ya podemos añorar,
otra vez, el socialismo del gasto. Prometamos lo que la gente quiere oír. Se lo
quitaremos a los ricos. Podemos.
El
malvado neoliberalismo que nos invade no es incompatible con el hecho de que
los Estados controlen alrededor del 50% del PIB. Por ejemplo, en España, el tamaño del Estado era del
25% PIB en el año 1975. En estos momentos, el Estado sobrepasa el 50% del PIB.
¿A esto se le llama ‘el neoliberalismo que nos invade’? Con un poco de
honestidad, no se pueden repetir estas milongas de progreso. Por favor, no
engañen más a la gente.
Sebastián Urbina.
(Publicado en El Mundo/Baleares/20/6/2016.)
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