La farsa de la amnistía
Estamos ante un capítulo más en la historia española de la inmoralidad y la infamia
La
actitud del Gobierno en funciones sobre las negociaciones con el
separatismo catalán para formar gobierno son el paradigma de la
opacidad, mientras repiten como loros la consigna «discreción,
discreción».
Pero no es eso lo peor, pese a haber prometido la más
absoluta transparencia. Lo peor es la farsa montada. A quienes exhiben,
con absoluta razón, su alarma ante la inminente amnistía, replican que
hablan de lo que no existe. Son solo delirantes conjeturas para sembrar
desazón y caos. Y, sin embargo, no son delirios sino realidades. La
expectativa de la amnistía existe y es muy real.
Los separatistas no han
dejado de proclamar que es el comienzo de toda negociación posible y
solo el comienzo que conduce al referendo de autodeterminación. No se
trata, pues, de vagas ensoñaciones. O miente el separatismo o miente
Sánchez (acaso ambos). También resulta más que sospechosa la firme
declaración de que todo lo que pacten será dentro del más estricto
respeto a la Constitución. Faltaría más. Pero tanta insistencia, ¿no
proclama precisamente la decisión de burlarla?
Por
cierto, si tan necesaria es la amnistía para resolver el «problema
catalán» y volver a la senda de la concordia, ¿por qué no se incluyó en
el programa electoral del PSOE para que los votantes conocieran la
verdad de la política socialista sobre Cataluña? ¿Por qué antes se había
negado tan rotundamente esa posibilidad? ¿Por qué se dijo que jamás
pactarían con Bildu y ahora se ha convertido en su primer apoyo para la
investidura? ¿Por qué se anunció que su objetivo era traer a Puigdemont a
España para que cumpliera su condena y ahora se implora su apoyo y se
le trata como hombre de Estado? ¿Por qué tanta mentira? Porque una cosa
es cambiar de opinión y otra faltar a la palabra dada o engañar.
Para
que no falte nada, el Gobierno y sus corifeos mediáticos han emprendido
una campaña en favor de la amnistía y su constitucionalidad. Si no se
trata de justificar lo que ya existe, al menos se convendrá en que se
trata de preparar el terreno a lo que va a venir. Y los separatistas,
siempre con su desinteresado apoyo al Gobierno, ya la dan por
descontada, pero algunos criticamos lo que no existe para sembrar la
discordia y la alarma social. Estamos ante un proceso consistente en
hacer de la necesidad vicio.
En suma, de un capítulo más en la historia
española de la inmoralidad y la infamia. Y ante la exigencia
separatista, no responden, como Feijóo, con la negativa sino con el
silencio. Se ahorran palabras, pues nadie les iba a creer.
Y
los ciudadanos, llamados a callar y obedecer. Sumisión sin ira. ¿Puede
dudar alguien, que no haya perdido el juicio o esté comprado, de que la
amnistía será un pago para que Sánchez siga en la Moncloa? No digo que
vaya a suceder. A lo mejor, el coste es demasiado incluso para Sánchez,
pero, si se produce, la cosa no ofrece dudas. Será un canje: amnistía a
cambio de votos. Es el precio del poder, un poder miserable que se
humilla y somete.
Ante
este estado de cosas, la discusión sobre la constitucionalidad de la
amnistía produce tedio jurídico y moral. La Constitución no prohíbe
expresamente la amnistía, ni la pornografía infantil, ni la violación en
grupo. Pero nadie considerará que lo admite. Si excluye el indulto
general, ¿cómo va a permitir la amnistía que va mucho más allá de él y
elimina la responsabilidad, es decir, suprime el delito? La amnistía
sería un injusto servicio prestado al interés particular, una ofensa al
Rey, al Poder judicial, a la policía y fuerzas de seguridad y, en
general, a los ciudadanos.
La mentira separatista prosigue. No se
castigó una idea (el separatismo), sino la comisión de graves delitos:
intento de golpe de Estado, rebelión o sedición y malversación. La
amnistía declararía que la condena fue injusta, que no cometieron ningún
delito y, tal vez, que el Estado debería indemnizar a los injustamente
condenados. Ni siquiera se arrepienten. Es natural si no hay delito. Y
anuncian que lo volverán a hacer. Si Sánchez cede, como parece, el
decoro y la dignidad nacional quedarán humillados.
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