AMAOS LOS UNOS A LOS OTROS
¿Es esta una frase ridícula? De ningún modo, a menos que la diga un político, en su condición de político. Otra cosa sería que la dijera en su condición de ciudadano privado. Como es sabido, el título de este artículo hace referencia a unas palabras de Jesucristo: ‘Os doy un mandamiento. Amaos los unos a los otros como yo os he amado’. La cuestión es si éste es, o debería ser, el lenguaje de la política.
A principios del siglo XVI, Nicolás Maquiavelo trabajaba para la república independiente de Florencia, pero cuando el gobierno republicano fue reemplazado por el gobierno absolutista de los Medici, Maquivelo fue acusado de diversos crímenes. Aunque no fue considerado culpable, se retiró a una pequeña granja y escribió su famoso libro, El Príncipe. En esta obra Maquiavelo separa el problema del poder político, de la moral o de la religión. Su preocupación ya no es, como desde Platón o Aristóteles, el fin del Estado sino que es el poder como un fin en sí mismo. Se trata, pues, de la cuestión de la autonomía de la política.
Pero si pasamos a otras culturas podemos ver, por ejemplo, que el Estado Islámico es un Estado teocrático. O sea, no es un Estado laico que reivindique su autonomía, en la línea iniciada por Maquiavelo, sino que es un Estado religioso. Los progres de salón tal vez dirán que en España o en Italia no hay una separación absoluta y completa entre Estado e Iglesia. Es cierto. Pero hay que ser un sectario enfermizo para no ver la diferencia. De todos modos, lo mejor sería que fuesen por allí, a vivir una temporadita, para comprobarlo.
Hay, además, otro elemento de gran importancia. El que diferencia un régimen democrático de un régimen autocrático. Es decir, la existencia de elecciones libres. Un régimen cuyos políticos no proceden de estas elecciones, no es un régimen democrático. Claro que, si todo es relativo, nada importa. Ya saben: nada es verdad ni es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira. Democracia, autocracia, qué más da!
Y luego está la cuestión de los Derechos Humanos, esa cosa que hipócritamente utilizan los occidentales frente a los auténticos y honestos no occidentales. En este sentido, la comunidad musulmana ha buscado alternativas a los Derechos Humanos: la Declaración de los Derechos Humanos en el Islam (1981), la Declaración de los Derechos Humanos de El Cairo (1990), y la Carta Árabe de los Derechos Humanos (1994). En todos ellos se trata de dar un fundamento confesional a los derechos humanos. Pero la aplicación de la ley islámica (por ejemplo, en Sudán) permite la pena capital por apostasía, las penas corporales y justifica la superioridad del hombre sobre la mujer.
Dice John Rawls: ‘Los derechos humanos tienen estas tres funciones: 1) Son una condición necesaria de la legitimidad del régimen y de la decencia de su orden jurídico. 2) Cuando operan correctamente, resultan suficientes para excluir la justificada intervención de otros pueblos, mediante sanciones económicas o, en casos graves, la fuerza militar. 3) Fijan un límite al pluralismo entre los pueblos’.
Que cada uno piense si le parece justificado o tiene una alternativa mejor. Pensar por uno mismo tiene riesgos, pero es preferible ser un ciudadano responsable a ser una oveja ensimismada.
Es inevitable hacer una referencia a Samuel Hungtinton y su ‘Choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial’. Dice que las guerras actuales son guerras de civilizaciones en las que la religión juega un papel básico. Esto se parece a lo que sucede actualmente. Y no se trata de la estúpida dicotomía que algunos difunden: o cañonazos, o besos y abrazos. Aunque creo que estamos en una guerra no convencional, tanto la situación como sus posibles soluciones no pasan por eslóganes, frases ingeniosas o escenas terribles llenas de sangre para impresionar al espectador. Todo esto es, aparte de cruel realidad, manipulación de las emociones. Habitualmente va unida a una mezcla engañosa de opinión e información, que suele coger desprevenido al espectador.
Termino con Charles-Maurice Talleyrand: ‘la guerra es demasiado seria para dejarla en manos de los generales’. Yo añadiría, ‘la aventura de pensar por uno mismo es demasiado importante para dejarla en manos de los sacerdotes de lo políticamente correcto’. Creen que están en el lado bueno de la historia. Es falso. No deje que le engañen. Siguen viendo el mundo como los niños ven las películas del Oeste. Sólo que ahora los buenos son los indios y los malos son los blancos. Aunque también hay lugar, cuando conviene, para la equidistancia entre víctimas y verdugos.
PD 1. Ejemplo de ‘objetividad’ políticamente correcta: ‘Aznar es como Bin Laden’. Sigamos el juego: ‘Felipe González es como La Pantoja’. Y así...
Sebastián Urbina.
Octubre 2004.
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