Procedemos de una tradición judeo-cristiana en la que la libertad humana juega un papel fundamental. Algunos filósofos creen (equivocadamente) que puede haber reflexión filosófica al margen o, incluso, en contra de la ciencia y algunos científicos creen (equivocadamente) que la única racionalidad es la racionalidad científica, entendida como racionalidad empírica o como racionalidad lógico-formal. Siguen soñando con el Círculo de Viena y creyendo que el análisis lógico es el único y auténtico método filosófico y que el conocimiento sólo procede de la experiencia, entendida como lo inmediatamente dado (the «given», como dicen los anglosajones). Pero, ¿qué es lo que percibimos directamente, sin interferencias? Lo que percibimos directamente (si es que es así) ha venido en llamarse sense-data algo así como datos de los sentidos, pero resulta que podemos tener experiencias de cosas que no existen.
La ontología de los ciudadanos normales (como yo) se refiere a sillas, mesas, coches, etcétera, pero la de los científicos (en cuanto científicos) se refiere a electrones, neutrinos, quarks, etcétera. Seguramente no existe una aprehensión directa de la realidad, dado que ya estamos lejos de la metodología de Bacon que suponía al investigador como un observador pasivo que se limita a describir neutralmente la realidad, o mejor, una parte seleccionada de la misma. A este respecto, recordemos que para seleccionar lo «relevante» necesitamos valoraciones, necesitamos teorías. La realidad no es «relevante» en sí misma. La ciencia no trabaja (o no trabaja sólo) con la realidad entendida al modo de una mesa o una silla sino que, entre otras cosas, trata con campos magnéticos, agujeros negros, o la naturaleza granular de la estructura de la materia. En tal sentido dice Hawking que «los agujeros negros son un caso, entre unos pocos en la historia de la ciencia, en el que la teoría se desarrolla en gran detalle como un modelo matemático, antes de que haya ninguna evidencia a través de las observaciones de que aquélla es correcta».
Y la mecánica cuántica no predice un único resultado de cada observación sino que predice un cierto número de resultados posibles y nos da las probabilidades de cada uno de ellos. Además, la ciencia se encuentra, en ocasiones, con hipótesis alternativas que explican igual de bien los mismos hechos. Finalmente, las descripciones científicas no son reflejos completos y perfectos de la realidad sino representaciones esquemáticas que podríamos calificar como «mapas» de la realidad, pero sabemos que los mapas no son la realidad ni la reflejan. Estos breves prolegómenos no pretenden poner en duda la enorme importancia de la ciencia. La ciencia y la tecnología no sólo son importantes hoy sino que, previsiblemente, lo serán todavía más en un próximo futuro. Lo que pretendo es tomar distancias frente a una visión simplista de la ciencia (que algunos mantienen aunque ya han pasado décadas desde el florecimiento y ocaso del Círculo de Viena) que la ve, entre otras cosas, como conocimiento seguro.
Lo mismo digo de su visión del método. Algunos creen (equivocadamente) que la metodología científica es equiparable a un algoritmo, es decir, a un conjunto ordenado y finito de operaciones que permite hallar la solución de un problema. No es cierto. Ni siquiera en la ciencia se puede prescindir del «juicio» humano, que no es deductivo, que es falible. Destacados filósofos de la ciencia como Kuhn o Newton-Smith, entre otros, avalan estas afirmaciones. Y en relación a las ciencias formales recordemos lo que dijo Einstein: «En la medida en que las leyes matemáticas se refieren a la realidad, no son ciertas; y en la medida en que son ciertas, no se refieren a la realidad». Y en cuanto a las ciencias empíricas, no podemos alcanzar, como ya he dicho, la certeza absoluta sino solamente la certidumbre práctica, vinculada a la minimización del error.
Todo lo anterior pretende criticar una visión (simplista) que estipula separaciones radicales entre ciencias (usualmente llamadas maduras) y las llamadas ciencias sociales.
Las primeras serían racionales y objetivas mientras que las segundas serían subjetivas y pseudo-racionales. Este programa simplista ha tratado de naturalizar la sociedad en el sentido de que deberían imponerse metodologías «libres de valores» y, por consiguiente, «objetivas». Esto haría desaparecer la subjetividad humana. De este modo, dicen, el comportamiento de los individuos podría explicarse por medio de leyes causales. Igual que explicamos a los caracoles podemos explicar a los seres humanos. Esto plantea enormes problemas para entender adecuadamente la acción humana intencional, que no voy a comentar aquí. Dice Ph. Meyer, que «la libertad, científicamente hablando, puede ser una ilusión, pero el polimorfismo de las interacciones de la herencia y el medio, la extraordinaria diversidad humana que resulta de ello y la ilusión trascendental de la humanidad judeo-cristiana la hacen necesaria».
Por otra parte, hay que tener en cuenta que el Principio de Incertidumbre de Heisenberg (cuanto con mayor precisión se trate de medir la posición de la partícula, con menor exactitud se podrá medir su velocidad, y viceversa) rompe el sueño de un modelo determinista del universo. Pero terminaré con algo que me parece más importante y tiene que ver con la filosofía pragmatista norteamericana. Suponiendo que los científicos (mejor dicho, algunos científicos) nos dijeran que no hay libertad, no tendría importancia práctica. Ni siquiera estos científicos (aunque mirasen estúpidamente por encima del hombro) podrían actuar como si la libertad no existiese. En otras palabras, no podemos no presuponer la libertad. Todo nuestro esquema conceptual e institucional y nuestra actividad práctica tiene sentido, entre otras cosas, si presuponemos la libertad. Por cierto, podríamos presuponer que hay unicornios, pero no lo hacemos.
Si alguien dijera que esto no prueba su existencia (la libertad) habría que decirle que sí, pero incluso aunque fuese cierto ( y no sé cómo podría probarse y con qué tipo de prueba) no tendría efectos prácticos.
Consejo gratuito: no pierda el tiempo con alguien que afirme que no hay libertad sino determinismo. Me parece más sensato preocuparse por aquellos (como los que viven en el País Vasco -y no son nacionalistas- o en el Irán) que se quejan (¿absurdamente?) por no tener libertad de conciencia, libertad de expresión, libertad de manifestación, libertad de...
Sebastián Urbina Tortella
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