CATALUÑA, LA ECONOMÍA Y EL VOTO.
El próximo
jueves los electores tienen una buena ocasión de poner fin al deterioro
económico de Cataluña. A los independentistas fanáticos no les importa que
retroceda el crecimiento o haya más paro, ya que consideran esos efectos
como costes que vale la pena asumir a corto, medio e incluso largo plazo, a
cambio de su utopía. Pero la mayor parte de los electores —incluso entre los
que hayan votado por partidos que defendían la independencia— no responden a
ese perfil, sino que deberían ser sensibles a la economía.
Porque votar a los
mismos supone seguir la cuesta abajo económica, continuar degradando el nivel
de vida de los catalanes y premiar a quienes les han engañado de manera
clamorosa con unas supuestas ventajas económicas de la independencia.
Con esos
políticos al frente, las empresas que han
cambiado su sede no volverían, sino que seguirían deslocalizando parte de su
estructura, sobre todo la de mayor relevancia.
La inestabilidad política y
social llevaría a que un sector de tanto peso en la economía catalana como el
turismo siguiera sufriendo como en estos meses. Las ventas de empresas
catalanas a su principal mercado —el resto de España— se resentirían aún más en
un entorno de enfrentamiento político continuado. El rating de bono basura de
la Generalitat podría degradarse adicionalmente. Y, lo más importante, en un
escenario de incertidumbre con crisis institucional e incluso inseguridad
jurídica, la falta de confianza generalizada postergaría las decisiones de
inversión empresarial y de consumo familiar, con graves consecuencias.
Esta misma
semana La AIReF nos ha dicho que Cataluña en el cuarto trimestre crecerá la
mitad que el conjunto de España
Aunque los
datos económicos siempre van con retraso el deterioro lo estamos viendo ya: por
ejemplo, caída en las ventas minoristas, retroceso en la creación de empresas y
en el número de autónomos, descenso en las pernoctaciones hoteleras, reducción
en las ventas de coches, huida de activos financieros...
Su consecuencia es
una desaceleración del PIB y menos puestos de trabajo: nunca Cataluña había
destruido empleo en un mes de noviembre (si no era en un escenario de crisis
económica general). Esta misma semana la AIReF nos ha dicho que Cataluña en el
cuarto trimestre crecerá la mitad que el conjunto de España (desaceleración
hasta el 0,49% vs. 0,88%). Y todos los expertos económicos nos dicen que, si el
escenario de inestabilidad continúa, el efecto será más intenso.
Para los
independentistas «Madrit» es el concepto en el que representan todos los males,
pero lo que han conseguido es que la economía de Madrid logre el «sorpasso» en
nivel absoluto de PIB a la de Cataluña. Si no se ha producido ya, ocurrirá en
los próximos datos. Ese es el fruto de las prioridades equivocadas de los
«indepes».
Sin embargo,
si la normalidad política se impusiera, volvería también la normalidad
económica. La clave es si continúa el «procés» y se sigue sacrificando la
economía o no. Está muy claro que ese proceso es caro, porque consume recursos
y porque lamina el crecimiento económico. De manera que, para alimentarlo, es
necesario tanto elevar la presión fiscal sobre los contribuyentes (Cataluña
tiene el IRPF más alto de España) y crear nuevos impuestos como limitar gastos
convenientes para el bienestar ciudadano.
A los que dudan sobre la
independencia conviene recordarles que, en términos económicos, el «procés» es
duro mientras se desarrolla y un desastre si triunfara (poco probable). Y, con
el atrevimiento de parafrasear a Einstein, podríamos decir que locura
es votar lo mismo una y otra vez esperando obtener consecuencias diferentes.
En
definitiva, el elector debe decidir su voto pensando sólo en defender su
propio interés.
Esa es la esencia de la democracia y por eso el valor de
todos los votos es el mismo. Que los que se dejan guiar casi exclusivamente por
las emociones voten, si quieren, a quienes priorizan su utopía empobrecedora
(que ya incluso parece prescindir de la UE). Pero que los catalanes con mayor
componente racional voten por el bienestar económico sin dejarse influenciar
por la presión ambiental ni por la propaganda.
(Carmelo Tajadura,
economista/ABC.)
AHORA, UNOS REBUZNOS DE PROGRESO
(Es duro tener que pensar que Pedro Sánchez es un imbécil político. Pero,
si no lo es, la alternativa que queda es que se trata de un tipejo sin
escrúpulos. Político, por supuesto. Seguro que, como ciudadano, es una persona
dignísima.)
Sánchez acusa a Rajoy de
querer «asfixiar» Cataluña con su visión de una «España uniformada».
Iceta acusa al
independentismo de conducir a los catalanes a la ruina y pide un pacto de
Estado para la comunidad.
(ABC)
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