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sábado, 4 de mayo de 2019
ZAPATERO Y PEDRO SÁNCHEZ
ZAPATERO Y PEDRO SÁNCHEZ.
MUCHA GENTE -yo incluido- pensaba que el PSOE había alcanzado las más altas cotas de incompetencia con Rodríguez Zapatero. No era fácil superarle, pero el noble e informado pueblo español, lo consiguió. Eligió a Pedro Sánchez. El doctor fraudulento, el del 'No es no' a Rajoy y del 'Si es sí' a separatistas, progolpistas y herederos de ETA, como Bildu. El que recibió en La Moncloa al xenófobo Torra, que llevaba un lazo amarillo en el ojal. Muestra de su apoyo a los golpistas. Y Sánchez sonriendo. El que criticaba -a los demás- la utilización de los decretos leyes, y él ha sido el campeón de los decretos leyes y del uso del Falcón.
¿Cómo fue posible? Aparte del fraccionamiento de la derecha, hay dos factores fundamentales. Por una parte, el sistema educativo. Recordemos que todas las leyes educativas han sido socialistas. Todas. Logse, Loe, Lomce. Nunca el Partido Popular se tomó en serio la tarea de impedir este monopolio educativo. Ni siquiera cuando los populares tuvieron mayoría absoluta se lo tomaron con la seriedad y determinación requeridas.
El colmo del entreguismo fue protagonizado por Rajoy que, entre otros errores, no derogó, ni modificó las leyes ideológicas promulgadas por el gobierno Zapatero, como la ley de violencia de género, la ley del aborto, o la ley de memoria histórica. Teniendo mayoría absoluta. Lo que evidenció, una vez más, la cobardía o el absurdo complejo de inferioridad de los populares con la izquierda.
Probablemente, los resultados electorales del 28 de abril tengan que ver con esta incomprensible cobardía y la renuncia a los principios que, se suponía, marcaban las diferencias entre PP y PSOE.
Por otra parte, los medios de comunicación. La conjunción del sistema de enseñanza (habitualmente adoctrinamiento en varias Comunidades Autónomas, como País Vasco, Cataluña, Galicia, Baleares, Valencia y alguno más) con la sistemática manipulación de la mayoría de medios, han facilitado la creación de una opinión pública de tendencia izquierdista, o antiderecha. La consecuencia es que el lenguaje dominante es progre. Y situarse fuera de los parámetros progres -explícitos e implícitos- es situarse en el mundo 'facha'. ¡Que viene la ultraderecha!
Pocas personas se atreven a despreciar estas descalificaciones progresistas, que no argumentaciones. La izquierda es tan moralmente superior que no necesita argumentar nada. Basta la excomunión de progreso.
Albert Boadella: «Es un orgullo que me llamen facha». Él mismo reconoce que este es el precio de la disidencia, por disentir de los dogmas políticamente correctos. Por ejemplo, los palestinos no siempre tienen razón. O decir que Israel no siempre es culpable. Criticar al feminismo radical le convierte a uno en un despreciable machista. Hacer algunas críticas al LGTB -movimiento vinculado a las lesbianas, gays, bisexuales y transgénero- le convierte a uno en fascista antediluviano. Etcétera.
No todo el mundo es tan valiente como Boadella. La constante repetición de estereotipos, en la enseñanza, radio, prensa, televisión y cine, ejerce una influencia muy fuerte en la población. No a toda, afortunadamente. Pero no es fácil resistirse al empuje arrollador de la opinión mayoritaria. «¿Adónde va Vicente? Donde va la gente». Es muy conocido, pero conviene recordarlo. Joseph Goebbels, ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich entre 1933 y 1945, decía: «Una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad».
Y si la izquierda es lo mejor -se repite incansablemente-, y la que prácticamente monopoliza mediáticamente la superioridad moral ¿qué papel le queda a la derecha? Un papel reaccionario. Recuerdo que, en plena campaña electoral, la presidenta de Baleares, Francina Armengol, dijo que si ganaba la derecha volveríamos cuarenta años atrás.
Resumiendo, hay un número indeterminado de cuestiones, como el aborto, el pacifismo, la inmigración, el feminismo, la memoria histórica, los okupas, la redistribución de la riqueza y un largo etcétera, que no son opinables. La izquierda ha dicho lo que hay que decir. El disidente sufrirá las consecuencias. Para eso está la mayoría de medios de comunicación. Y la enseñanza progresista. Para enseñar las verdades auténticas y para descalificar a los discrepantes.
Pero esto no es nuevo. Un personaje importante en la historia de la propaganda sin escrúpulos, es Wilhelm «Willi» Münzenberg. Comunista alemán, primer presidente de la Internacional Comunista de la Juventud en 1919-1920 e iniciador de la Ayuda Internacional de los Trabajadores en 1921. Münzenberg vio clarísimamente no sólo las grandes oportunidades y posibilidades de los medios de comunicación de masas. También vio la enorme repercusión que los intelectuales y artistas tienen en la opinión pública. Organizó movimientos pacifistas y solidarios -que, secretamente, estaban financiados por la Unión Soviética- y consiguió manipular -era un maestro en este arte- a figuras destacadísimas de la época.
Algunos intelectuales -entre los que había profesores, periodistas, escritores, actores, etcétera- ni siquiera fueron conscientes de ser utilizados por Müzenbeg. Otros, en cambio, actuaron a sabiendas. Aunque son muchos más, una pequeña lista da idea de la importancia de lo que el propio Müzenberg llamaba, «el club de los inocentes»: Bertrand Russell, Isaiah Berlin, Arthur Koestler, George Orwell, André Gide, T.S. Elliot, Raymond Aron, Jacques Maritain, André Malraux, Igor Stravinsky, Pablo Picasso, y un largo etcétera.
Expandían la idea de que la Unión Soviética (con gulags incluidos) era una democracia que defendía la paz entre los pueblos, frente a los peligros reaccionarios de las decadentes democracias occidentales. En este contexto se entiende la famosa frase de Jean Paul Sartre: «Todo anticomunista es un perro». O sea, cuidadito con criticar el comunismo.
Ahora no está de moda hablar mal de los perros. Es mejor utilizar 'facha', 'machista' o 'ultraderecha'. Pero es lo mismo. Se trata de descalificar a los disidentes. Hacer creer que los críticos son los verdaderos enemigos de la democracia. Entonces, se descalificaba a los críticos de la Unión Soviética. Ahora, se descalifica a los críticos del pensamiento 'políticamente correcto'.
En esta tarea -mentiras y deformaciones incluidas- se afanan la mayoría de los medios de comunicación, muchos libros de texto y muchos enseñantes. Mayoritariamente progres y moralmente superiores. ¡No me lo discuta, facha!
Sebastián Urbina es doctor en Filosofía del Derecho.
(ElMundo/3/5/2019.)
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