jueves, 29 de diciembre de 2022

OCASO DE OCCIDENTE

 

El control de la población y el ocaso de Occidente

Por Gabriel Le Senne

En el año 1974, del 19 al 30 de agosto, la ONU celebró la Tercera Conferencia Mundial de Población en Bucarest, Rumanía. La Conferencia adoptó el “Plan de Acción Mundial sobre Población”, que estableció que “los objetivos de población son parte integral de las políticas de desarrollo”.

Analicemos esta afirmación. En primer lugar, implica que los países, es decir, sus gobernantes, deben tener “objetivos de población”. O sea, que deben decidir cuántas personas pueden vivir en su territorio, y establecer estrategias y medidas para limitarse a ese número de personas.

 En segundo lugar, integran estos “objetivos de población” dentro de las “políticas de desarrollo”. Es decir, que desde entonces las “políticas de desarrollo” de la ONU pueden consistir en políticas de control de la población. Evidentemente, tales políticas sólo pueden consistir o bien en eliminar personas, o bien en evitar que nazcan personas. De modo que las “políticas de desarrollo” pueden consistir en medidas para eliminar o evitar que existan personas. Toma del frasco.

Sobre ese marco aprobado por la ONU, Estados Unidos elaboró el “Memorando de Estudio de Seguridad Nacional 200” (“NSSM 200”), que se completó el 10 de diciembre de 1974 bajo la dirección de Henry Kissinger y fue adoptado como política oficial de EE.UU. por el presidente Gerald Ford en noviembre de 1975.

Este Memorando concedió máxima importancia a las medidas de control poblacional, por considerar que el crecimiento demográfico era una amenaza para EE.UU. Así, recomendó influir en los líderes de otros países para impulsar métodos anticonceptivos, el aborto inducido (“ningún país ha reducido su crecimiento poblacional sin recurrir al aborto”, dice textualmente) y un largo etcétera.

Entre los precedentes de este Memorando figura el informe de la Comisión Rockefeller de 1972 y un memorándum preliminar entre dos de sus miembros (el memorándum de Jaffe de 1969), en el que se analizan otras propuestas expeditivas para el control poblacional, entre las que cabe destacar, porque hoy desgraciadamente resultan conocidas, medidas tales como retrasar o evitar los matrimonios, alterar la imagen de la familia ideal, fomento de la homosexualidad, educación obligatoria de los niños en estas materias… Entre otras muchas.

Se ha continuado avanzando en estas políticas, por ejemplo en la Conferencia Internacional sobre la Población y el Desarrollo celebrada por la ONU del 5 a 13 de septiembre de 1994, en El Cairo, Egipto o en la Conferencia Mundial sobre la Mujer de Beijing en 1995.

Tomar en consideración esta estrategia adoptada hace décadas desde instancias internacionales ayuda a entender qué hay detrás de tantas leyes y cambios culturales que ahora mismo se impulsan desde el poder, porque todo —feminismo, aborto, promiscuidad, LGTBI, eutanasia, eco-catastrofismo—, todo coadyuva al mismo objetivo: que rechacemos ‘libremente’ matrimonio e hijos. Y vaya si lo están consiguiendo.

Por eso en España cada generación está siendo ya la mitad que la anterior, y sin embargo ningún partido —salvo una honrosa excepción— habla del problema, y cuanto hacen las autoridades tiende a agravarlo en lugar de intentar remediarlo, como haría cualquier gobernante medianamente normal.

Todo lo que se conoció como Occidente, en general, está abocado a la desaparición en un proceso gradual que comenzó hace tiempo y que se completará en pocas décadas. Nos sustituirán inmigrantes, o no, porque a saber si nuestra economía podrá mantener algún atractivo o acabará colapsando irremisiblemente.

En unos cincuenta años hemos pasado de una sociedad demográficamente sana a una insostenible. En los próximos cincuenta, desapareceremos como cultura ‘nacional’: seremos minoría en nuestros propios países. O incluso desaparecerán esos países. Europa, la que conocimos, la que por su civilización y su demografía pujante marcó una era, habrá pasado definitivamente a la historia.

A los historiadores que se pregunten por las causas de la caída, habría que explicarles: primero derribaron los principios ideológicos y culturales que la sostenían; luego cayó sola. Un suicidio liderado por nuestras propias élites.

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