lunes, 21 de agosto de 2017

LA DIVISIÓN NOS CORROE.

 ATENTADO EN BARCELONA

El arzobispo de Barcelona: "La división nos corroe'.

 (El Mundo/Daniel G. Sastre/Barcelona.)

 

(¿A qué se referirá? 

¿Tal vez a los separatistas?

 Digo yo.) 

 

 

 

 TERRORISMO Y SEPARATISMO.


La gestión política e informativa de los atentados islamistas de Barcelona y Cambrils demuestra las consecuencias del absentismo del Estado durante años en Cataluña y que los separatistas están dispuestos a llegar hasta el final. 

Cuando uno o varios terroristas permanecen huidos y ni siquiera se sabe el número exacto de víctimas mortales, una cosa sí está meridianamente clara para los ciudadanos de Cataluña: la Generalidad no altera sus planes de ruptura. De hecho, la matanza de las Ramblas, el atentado de Cambrils y el desbarajuste general son el escaparate en el que la Generalidad exhibe la supuesta eficacia de una administración a la catalana que evidencia la superioridad funcional de la inminente república frente al obsoleto y protocolario Reino de España.

Que Cataluña esté en el foco mundial por unos ataques terroristas lejos de suponer un problema para el bloque separatista se ha interpretado como una oportunidad propagandista para difundir que Cataluña ya es un Estado de facto con una policía, los Mossos, y unos líderes, Puigdemont y el consejero de Interior Forn, que les dan sopas con hondas al Rey, a Rajoy y al ministro de Interior. Hasta la muerte en Cataluña es mejor. Igual que las chapuzas.

El presunto conductor de la furgoneta de las Ramblas supuestamente sigue huido, el laboratorio de drogas de Alcanar es ahora el polvorín del Estado Islámico en Cataluña, las mezquitas salafistas que no eran peligrosas ahora están en el punto de mira porque el inductor de los crímenes debió ser el imán de Ripoll, según los familiares de los terroristas, los bolardos no eran necesarios y el Ayuntamiento y la Generalidad preparan una manifestación a la que no va a ir la CUP, socios parlamentarios de Puigdemont y Junqueras, porque acusan al Rey y al capitalismo mundial de haber financiado los ataques. 

La barbaridad consiste en que ni el PDeCAT ni ERC, cuyos prebostes conversaban en pose distendida con Rajoy, Sáenz de Santamaría y el mismo Felipe VI en la Sagrada Familia, no han objetado nada.

No es la Generalidad ni sus altos cargos quienes van a chocar con el Estado, sino la ciudadanía, irremediablemente dividida, conmocionada y abandonada a su suerte porque tras los ataques el Gobierno se pliega a la exigencia de la Generalidad de que ni un solo soldado salga a la calle, estampa habitual en Londres, París y Berlín

Hasta la vida y la seguridad ciudadana son monedas de cambio en el tablero político español. Rajoy descarta sacar al Ejército y la Generalidad responde desmintiendo al ministro de Interior por medio de un comisario regional que insiste en que la Guardia Civil y la Policía Nacional no pintan nada en Cataluña.

(Edit. ld.) 


 SEPARATISMO ENFERMIZO Y MEZQUINO.


El separatismo es la enfermedad moral de Cataluña. No hay que engañarse con los actos unitarios de duelo público tras los atentados de Barcelona y Cambrils, porque apenas han podido tapar la pulsión segregacionista que se ha instalado en la política catalana. Las pruebas abundan hasta la náusea. 

El consejero Joaquim Forn hizo un balance público de víctimas en el que trataba como extranjeros a los fallecidos españoles no catalanes. Ni siquiera cuando se comparte la mano del verdugo han sido capaces de sentir un mínimo de comunidad con el resto de España. Los de la CUP han anunciado que no asistirán a la manifestación convocada contra el terrorismo si acuden el Rey o el Gobierno de la Nación

Nada se perderá con la ausencia de estos apologistas de la violencia antiturista y de otras violencias, pero sus condiciones demuestran cuál es realmente su podrida escala de prioridades, tan tóxica como su aportación a la vida pública de Cataluña, vital para los separatistas pues son ellos quienes marcan el ritmo y las exigencias.

La autodenominada Asamblea Nacional Catalana ha pedido que no se muestren condolencias con la exhibición de la bandera española. Retrato fiel del totalitarismo asfixiante de un nacionalismo, similar al de los años treinta del siglo pasado, que exige banderas para aceptar el pésame. Entre tanto, tropas libanesas ondeaban la bandera de España en una colina arrebatada al Estado Islámico como muestra de apoyo a nuestro país y de homenaje a las víctimas de los atentados de Barcelona y Cambrils. 

Nada de esto es anómalo, por desgracia, sino coherente con la pérdida de valores en parte de la sociedad catalana, que consiente ser gobernada por una clase política incapaz de adaptar su discurso a una masacre terrorista. No se puede esperar otra cosa cuando el mismo Carles Puigdemont confirmó que el proceso de separación no se vería afectado por los atentados. Cuando el responsable político llamado a liderar la respuesta ciudadana se comporta como un agitador insensible, la posterior cascada de insensateces viene sola.

Además, es imposible que el «procés» no se vea afectado por este golpe terrorista. Es imposible porque la Generalitat no puede abrir una brecha de confianza con el Estado del que forma parte cuando la vida de sus ciudadanos corre peligro por un islamismo extremista sólidamente asentado en su territorio, entre causas, por una política de llamamiento a inmigrantes no hispanohablantes.

 Y, en todo caso, si las autoridades catalanes quieren manipular la tragedia terrorista como una oportunidad de su agenda separatista, para copar todo el protagonismo ante la opinión pública internacional, que asuman también la responsabilidad de contestar a la pregunta del ministro del Interior italiano de por qué no se instalaron bolardos en las Ramblas.

(Edit. ABC.)

1 comentario:

Arcoiris dijo...

Eran los primeros cincuenta. Realmente, tampoco hacía tanto que había acabado la guerra civil; aún eran evidentes sus secuelas en los cristales de las ventanas de algún edificio vecino al instituto. Y allí me sorprendió la sorna con que alguno de mis colegas valoraba las hazañas españolas, ensalzadas en la Formación del Espíritu Nacional, su resistencia a participar de los cánticos previos al inicio de las clases, su despego hacia nuestros símbolos patrios. Eran nacionalistas catalanes, hijos de catalanistas y, ya tan jóvenes, profundamente convencidos. Hoy en día, les guste o no, son una descarada minoría demográfica que, sin embargo, pretende imponer “democráticamente” (y aquí nuestra democracia enseña sus vergüenzas) sus propósitos. Todo ello bajo un silencio procedimental absoluto cuando no con la complicidad de los tres partidos políticos que, hasta el presente, han soportado la grave responsabilidad de nuestro gobierno.