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viernes, 29 de septiembre de 2017
JAVIER MARÍAS Y EL PATRIOTISMO
JAVIER MARÍAS Y EL PATRIOTISMO.
EN SEPTIEMBRE de 2017 EL MUNDO publicó una entrevista de Antonio Lucas a Javier Marías. El escritor dijo: «Recuperar la idea de patria genera fanatismo». Samuel Johnson, destacado escritor y crítico inglés del s. XVIII, dijo la conocida frase: «El patriotismo es el último refugio de los canallas». ¿Es cierto?
Según el historiador Juan Pablo Fusi: «La patria no es sino la circunstancia, el entorno territorial en el que uno ha nacido y cuya lengua, historia, paisaje, herencia patrimonial, cultura, etc. hacen que podamos explicarnos, comprender mejor nuestro origen y nuestra biografía. De ahí, patriotismo no es sino la consecuencia de nuestro afecto a ese entorno, de nuestra responsabilidad por mantenerlo y mejorarlo, de nuestro compromiso con lo colectivo cercano».
Supongamos que damos por buenas sus definiciones. ¿Qué fanatismo hay? Si lo que quiere decir Javier Marías es que el patriotismo puede llegar a ser fanático, no hay nada que objetar. Pero esto puede suceder con casi todo. Un aficionado al fútbol puede convertirse en un fanático. Y cualquiera en cualquier cosa.
Muchas personas, especialmente de izquierdas, vinculan las religiones al fanatismo. Pero, ¿cuántos atentados terroristas se han realizado, en los pasados diez años, en nombre de Cristo? ¿cuántos atentados terroristas se han realizado, en los pasados diez años, en nombre de Alá?
La Iglesia católica gestiona 5.167 hospitales y 17.322 dispensarios repartidos en los cinco continentes. Igualmente, dirige 648 leproserías y 15.699 casas para ancianos, enfermos crónicos y minusválidos. Tiene 10.124 orfanatos y 11.596 guarderías. ¿De qué fanatismo hablamos? ¿Todas las religiones son igualmente fanáticas?
Si entendemos, como hacen algunos, que el patriotismo es un sentimiento -aunque en parte lo sea- tenderemos a meterlo en el saco de los pensamientos políticos totalitarios.
¿Por qué? Porque las doctrinas colectivistas y totalitarias, enaltecen y exaltan los sentimientos. Porque no se puede razonar contra los sentimientos. Esto lo podemos comprobar, por ejemplo, discutiendo con un separatista catalán. No quiere razonar. Repetirá incansable, «Espanya ens roba». El patriotismo no es esto.
Los seres humanos- muy mayoritariamente- no somos apátridas. Ser habitante de ningún lugar, es algo posible pero muy extraño. Aceptar que hemos nacido y vivido en algún lugar, del que queremos lo mejor, no nos convierte en fanáticos. Como decía Aristóteles, solamente las fieras y los dioses no son de este mundo. Y si bien es cierto que los seres humanos tenemos piernas en vez de raíces, las raíces, en sentido metafórico, no podemos eliminarlas, porque forman parte de nosotros mismos. Esto no significa que seamos, necesariamente, esclavos de nuestras raíces. Precisamente en las sociedades democráticas es donde resulta más factible escapar de nuestro mundo familiar, infantil y adolescente. Aunque nunca del todo.
El presidente de USA, John Kennedy (que no era un facha), pronunció el día de su investidura, el 20 enero 1961, un memorable discurso, en el que dijo, entre otras cosas: «No preguntes lo que tu país puede hacer por ti; pregunta lo que tú puedes hacer por tu país». Esta fue una clara apelación al patriotismo, que fue muy aplaudida. Pero si lo dijera Rajoy- Sánchez e Iglesias igual se desmayan- sería una facha, y tendría que pedir perdón. Claro que España es mucho más progre que USA.
Fijémonos en que esta apelación al patriotismo no se hace desde un sistema político autoritario o tiránico, sino desde un sistema democrático. De ahí que el patriotismo no sea solamente el amor por un lugar, en sentido físico sino, además, por unas instituciones que defienden la libertad y la dignidad de sus habitantes. El patriotismo nos recuerda que pertenecemos a una comunidad. No a una tribu.
Por eso, un patriotismo fascista, comunista, o nazi, es un patriotismo espurio, falso. Un patriotismo que ensalza a la patria a costa de la libertad y la dignidad de sus súbditos, es falso patriotismo. No tiene ciudadanos, sino súbditos. Esto sucede en las formas de pensamiento político que privilegian lo colectivo sobre los individuos de carne y hueso. Algo que también sucede con el nacionalismo identitario, al sacralizar la nación y convertirla en algo superior y más digno que los individuos que la componen.
Por eso, una patria no es solamente un lugar físico sino, además, un conjunto de instituciones que protegen la libertad y la dignidad de los individuos. Es la que permite que estos individuos puedan ser patriotas críticos con esa misma patria a la que pertenecen. Y que, incluso, puedan abandonarla. De ahí que el concepto de «traidor» a la patria tenga un significado distinto en el nacionalismo y en el patriotismo.
Por poner un ejemplo. Albert Boadella, para los nacionalistas identitarios catalanes, es un traidor. ¿Por qué? Porque ha puesto en evidencia las mentiras, corrupciones y abusos de la nación sacralizada y sus camarillas del 3%.
Para un patriota, que quiere lo mejor para su patria, estas críticas de Boadella deberían entenderse como una aportación para la mejora de la patria. Mejora que no se consigue con el fanatismo, y el destierro, o marginación, de los críticos, convertidos en «enemigos interiores». El patriotismo también tiene vinculaciones con la autoestima colectiva, al recordarnos que pertenecemos a un pasado común -con sus luces y sombras-, pero como suele suceder, el exceso de autoestima es incompatible con el saludable sentido crítico de una sociedad democrática y pluralista.
Tan negativo como el exceso de autoestima es su enfermiza negación. Esto es lo que sucede en España. Con gente -normalmente progresista- que desprecia nuestra historia. Muchas veces por ignorancia. Otras, por una hispanofobia que, seguramente, entronca con la falsaria Leyenda Negra.
En fin, seamos tolerantes con los nacionalismos catalán y vasco que quieren romper, antidemocráticamente, a España. Pero no dejemos que el patriotismo español tenga más presencia. Mejor que siga en el armario. ¿Cómo se puede ser tan estúpido y suicida? Pues así están muchos.
PD. Si el patriotismo español actual fuese, en realidad, nacionalismo como el de los nacionalistas periféricos, estos no habrían levantado cabeza. Ni un palmo.
Sebastián Urbina.
(Publicado en El Mundo/29/9/2017.)
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