jueves, 7 de julio de 2022

LA TRANSICIÓN ENERGÉTICA

 

La Transición Energética, Crimen de Estado

Por Gabriel Le Senne

Las ideas tienen consecuencias. Y aunque a veces pueda parecer abstracto lo que aquí vamos comentando, al albur de la actualidad política, sus consecuencias acaban por alcanzarnos. Por ejemplo, a nuestro bolsillo, pagando la gasolina a precios estratosféricos; o a nuestro bienestar, si acabamos por sufrir racionamiento energético, como se antoja cada vez más probable. En Alemania ya escasean las estufas de leña…

A mi hijo mayor, que ya está en edad de ser adoctrinado, le preguntaron en un examen por energías que pudieran mejorar el medio ambiente. Como me conozco el percal, ya le había vacunado yo en casa contra ciertas ideas perniciosas, así que contestó que la energía nuclear. Le dieron la respuesta por mala, y sin embargo le confirmé que si el mayor peligro es la emisión de dióxido de carbono, que según nos dicen hasta podría acabar con la humanidad entera, entonces la energía nuclear es la más limpia y conveniente que tenemos a mano en cantidad suficiente.

Por eso nunca me creí a los agoreros del clima, cuando profetizaban catástrofes tremebundas, -que, por cierto, debían haber llegado ya, pero nunca llegan- pero al mismo tiempo rechazaban la solución nuclear, único remedio posible para sus miedos.

Ahora, más vale tarde, el Parlamento Europeo ha votado incluir la energía nuclear -y el gas natural- en la taxonomía verde. Pero muy a pesar de la izquierda y los fundamentalistas verdes, que continúan oponiéndose. En cambio, han impulsado una ‘Transición Energética’ que nos ha conducido a un modelo completamente absurdo.

Miguel Ángel Merigó y Pedro Cantarero publicaban recientemente un interesante artículo en Okdiario recordando que, “en la década de 1970, cuando España era una de las siete primeras potencias industriales del mundo, el sistema eléctrico no necesitaba ninguna aportación importante de energía del exterior. (…) Además, entonces teníamos la luz más barata de Europa.” Un 40% era renovable, hidráulica, más un 20% nuclear, limpia.

Tras repasar los despropósitos desde entonces, concluyen que debemos apostar por los recursos energéticos propios, la energía nuclear, las centrales hidroeléctricas de bombeo, las centrales térmicas con secuestro del CO2 y las centrales de biomasa, en lugar de la actual “irracionalidad abstracta y absurda de producir energía eléctrica quemando gas cuando no hay viento”. Ésta sería una postura racional dentro de la aceptación de la teoría del cambio climático antropogénico, es decir, que el clima realmente está cambiando a causa de la acción humana.

Ahora bien, incluso esta teoría es en sí misma completamente absurda, y si no lo creen, les animo a leer el libro que da título a este artículo: “Crimen de Estado” (Unión Editorial), de José-Ramón Ferrandis, a quien tengo el placer de conocer personalmente y el honor de que prologara mi propio libro. Ambos forman parte de la misma colección del Centro Diego de Covarrubias, “Cristianismo y Economía de Mercado”, toda ella extraordinaria, excepto el número 11, debo decir.

Pues bien, Ferrandis proporciona una serie de datos básicos -de dominio público, o quizás no tanto- que bastan para darse cuenta de la falta de fundamento de esta teoría por la que se está alterando completamente la economía mundial, dilapidando billones sin ton ni son. Baste destacar aquí un par de ideas.

Primera: El clima cambia constantemente. En los últimos 400.000 años, se han sucedido las glaciaciones con los periodos -¡calentamientos!- interglaciales, más breves. El último Máximo Glacial fue hace 22.000 años. Hace unos 10.000 años el clima se calentó, ahí sí, unos 6 grados, dando lugar al periodo templado que disfrutamos, si bien con ciertas variaciones, como la Pequeña Edad de Hielo de los siglos XIV a XIX. En los últimos cien años, los registros son erráticos, con leves variaciones sin una correlación clara con el CO2. En conjunto, durante el siglo XX se ha producido un incremento de 0,6 ºC.

Segunda. El CO2 antropogénico (causado por el hombre) sólo supone el 3% del total de emisiones a la atmósfera, y sólo es responsable del 0,285% del efecto invernadero, si se toma en consideración el vapor de agua, que es el gas de efecto invernadero más importante, responsable del 95% de dicho efecto.

Ustedes dirán si a la vista de estos simples datos, con base en lo que no pasa de mera teoría, es posible tomar la temperatura actual como óptimo a preservar a toda costa, dedicando ingentes recursos a atacar la causa ¡supuesta! de ese pequeño cambio. Consideren también los usos alternativos a que se podrían dedicar esos billones de dólares y díganme si José-Ramón Ferrandis no ha acertado con el título de su libro. Y si no les convence, léanlo, que encontrarán muchos, muchos más argumentos.

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