¿POR QUÉ CRECE LA 'EXTREMA DERECHA'?
Como todo el mundo sabe, una de las ideas-fuerza de la última campaña electoral española fue «la amenaza de VOX», o sea, la amenaza de la «extrema derecha».
Tan fuerte es la idea que el propio Partido Popular la abanderó (con el desastroso resultado conocido). Pero quien crea que el argumento es un producto típicamente español, se equivoca. Al revés, la exhibición espectral de un supuesto peligro «ultraderechista» es algo hoy común en todo el espacio occidental.
El instrumento parece bastante eficaz en unas sociedades muy inclinadas al miedo (miedo al virus, al clima, al terrorismo; miedos frente a los que sólo el poder nos ofrece protección y consuelo). Así la «extrema derecha» termina convirtiéndose en el eje en torno al cual gravita la vida pública… y en el tótem idóneo para que, con su mera exhibición, el poder domine las almas supersticiosas de un pueblo cada vez más embrutecido. Y sin embargo, el hecho es que lo que el sistema llama «extrema derecha» crece. ¿Por qué?
El niño de Crépol
Ejemplo de libro: el asesinato de Crépol. Hace algunas semanas, un joven de 16 años llamado Thomas fue asesinado en Crépol, una pequeña localidad del sureste de Francia. El asesinato se produjo en el contexto de una riña tumultuaria que se cobró otros diecisiete heridos de diversa consideración. La riña no fue espontánea: un grupo de jóvenes de origen africano se había concertado desde diferentes puntos de la región para acudir allí a «matar blancos».
Y así, en efecto, aparecieron armados de cuchillos y barras de hierro. La policía detuvo a nueve jóvenes, alguno de ellos menor, por delitos de «asesinato y tentativa de asesinato en banda organizada». El principal sospechoso de la puñalada mortal se llama Chaid A. y ya tenía otros antecedentes.
Era, muy visiblemente, un incidente de violencia étnica salpimentado con marginación social —o viceversa, que lo mismo da—. Pero no: ante la ola de indignación popular, el fiscal de la zona se apresuró a señalar que «los elementos de prueba recogidos no son ni suficientes ni determinantes jurídicamente para decir que los hechos hayan sido cometidos en razón de la pertenencia o no pertenencia, real o supuesta, a una pretendida raza, etnia, nación o religión determinada» —sí, lea usted dos veces la frase—.
Pocos días después, varios centenares de vecinos de Crépol se manifestaron, en signo de protesta, en el barrio del que procedía la mayor parte de los delincuentes detenidos. Era lo que el desorden establecido estaba esperando: la policía intervino para detener a 27 manifestantes mientras los medios denunciaban «el peligro de la extrema derecha».
El ministro de Justicia, Eric Dupont-Moretti, se sumaba a la denuncia, protestaba contra la «recuperación política» del crimen y abroncaba a los franceses explicándoles que el suceso merecía «un momento de silencio y recogimiento, y no una polémica». Los servicios sociales montaron un comité de apoyo psicológico a las víctimas y sus familias, y su primera prescripción fue que las víctimas se abstuvieran de todo contacto con los medios de comunicación y las redes sociales.
En las semanas siguientes, la atención mediática se ha dirigido fundamentalmente a prevenir al manso pueblo francés contra «el crecimiento de la extrema derecha». A los vecinos de Crépol, mientras tanto, se les aconsejaba vivir el duelo en silencio por esta «terrible agresión que a todos nos ha marcado», según las sollozantes palabras del presidente Macron. Al final, el malvado de la historia no es el asesino, sino la «extrema derecha».
Neutralizar la realidad
Moraleja: la «extrema derecha» es un concepto creado para neutralizar la realidad. La frase es de Mathieu Bock-Côté, un intelectual quebequés que es ahora mismo la figura de moda de la derecha cultural francesa. Su tesis: el relato mediático crea un peligro fantasmal de «ultraderecha» para negar con más eficacia lo que de verdad esta pasando y sumergir a la gente en una realidad alternativa.
No es una operación política de corto plazo, al revés. La tendencia dominante en el espacio occidental durante el último cuarto de siglo es la construcción de una sociedad nueva con una cultura también nueva: retórica «inclusiva» (que supone excluir a los señalados como «no inclusivos»), disolución de las problemáticas propiamente nacionales, borrado de las identidades tradicionales, ruptura de la continuidad histórica de nuestras sociedades, etc.
Bock-Côté describe el proceso en su último libro El totalitarismo sin el gulag (Presses de la Cité, 2023). Totalitarismo, en efecto, porque el régimen resultante pretende desplegarse sobre todas las dimensiones de la vida individual y colectiva. «Régimen diversitario», lo llama el autor; que viene a ser, visto desde la cultura social, lo mismo que Carlos Astiz ha llamado «régimen globalitario» cuando uno mira la estructura del poder. La cuestión es que este nuevo orden exige la construcción de un hombre nuevo, y eso implica, como siempre, diabolizar a cualquiera que se oponga a esta evolución.
Nombre del pecador: ultraderechista. Así se termina «ultraderechizando» cualquier análisis disidente de la realidad. Y así —insiste Bock-Côté— la ultraderecha se convierte en referente absoluto y continuo de toda la vida pública en el espacio occidental.
A primera vista, la manipulación funciona. Sin embargo, hay algunas cosas que empiezan a cambiar. Resulta que, a fuerza de extender la presión del nuevo orden por todas partes, también por todas partes aparecen nuevas capas de disidencia (por ejemplo, el viejo voto obrero que empieza a votar a la «ultraderecha»). Por lo mismo, como el anatema de la ultraderecha se extiende ya a un abanico infinito de posiciones (económicas, religiosas, sanitarias, alimentarias, cinegéticas, sexuales, qué sé yo), la propia expresión deja de tener sentido.
¿Qué es realmente «extrema derecha»? En un paso más, el ciudadano empieza a constatar que «los fachas tenían razón». O que él mismo es facha sin saberlo, como dijo Abascal en aquel célebre discurso de Vistalegre.
¿Consecuencias? Una encuesta de esta misma semana de Verian-Epoka señala que, por primera vez desde 1984, ya son mayoría los que piensan que el Rassemblement National (el partido de Marine Le Pen) no es un peligro para la democracia (45% frente a un 41%). El 43%, además, vería con normalidad que el RN participara en el Gobierno.
Otra encuesta, la de Elabe del pasado mes de septiembre, indicaba que son mayoría los franceses que ven a Marine Le Pen capaz de reformar el país (50%), dotada con las cualidades necesarias para ser presidente (48%) y capaz de volver a unirlos (47%).
Todo lo cual nos da la respuesta a la pregunta que titula este artículo: la extrema derecha crece por la sencilla razón de que cada vez hay más cosas que son consideradas de extrema derecha. La propia realidad se está volviendo, en conjunto, de ultraderecha. Y ahora la siguiente pregunta es esta:
¿Hasta dónde va a poder seguir manteniendo el poder de nuestro tiempo esta gigantesca ficción?
(José Javier Esparza/La Gaceta/12/12/2023.)
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