¿GALGOS O PODENCOS?
En la conocida fábula de Tomás de
Iriarte se nos advierte del error de discutir sin límites, mientras el peligro
aumenta y se acerca a grandes pasos. Los conejos de la fábula discutían si los
perros que les perseguían eran galgos o podencos. Pero no pasaban a la acción,
o sea, huir. ¿Qué peligros tenemos nosotros, los ciudadanos españoles de hoy?
Tenemos varios. Pero lo primero de todo
es reconocerlos. Si no reconocemos una enfermedad no estaremos en disposición
de tomar las medidas adecuadas para curarla.
Pondré un ejemplo de la peligrosa
actitud de no reconocer las enfermedades que nos aquejan. El 6 de Abril de
2008, el entonces Ministro de Industria, Turismo y Comercio, Miguel Sebastián,
del Gobierno Zapatero, publicó un artículo en Mercados/El Mundo, titulado,
‘España no se rompe’. En la parte final del artículo dice, textualmente: ‘Parece
obvio que España no se rompe’. Miguel Sebastián no aceptaba que la ruptura
de España hiciera referencia al peligro de secesión sino que lo entendía,
exclusivamente, como ampliación de las diferencias de renta per capita entre
las diferentes Autonomías. Dado que, según decía, no se había producido esta
ampliación de las diferencias, no tenía sentido decir, ‘España se rompe’. ¡Dios
le bendiga! ¡Qué visión!
Esto sucedía en 2008. ¿Hemos aprendido
algo desde entonces? ¿Seguiremos discutiendo si hay peligro de ruptura de
España, o haremos algo efectivo? El que lo tenga que hacer, por supuesto.
Cuando digo ‘algo efectivo’ me refiero no solamente a proclamar, como hace el
Presidente Rajoy, que hay que cumplir la legalidad. ¡Faltaría más! Me refiero a
la aplicación del artículo 155 de la Constitución. O sea, si una Autonomía no
cumple con las leyes, ordinarias o Constitucionales, o atenta gravemente al
interés general de España, se le podrá obligar al cumplimiento forzoso. ¿De
qué? De lo que tendría que cumplir voluntariamente, es decir, de la legalidad
vigente.
Cuando un Estado de Derecho no se atreve
a aplicar las leyes democráticas vigentes, es que algo grave sucede. Algo no
funciona como es debido. Es como si los policías no persiguieran a los
delincuentes. ¿Cómo pueden entender los ciudadanos que a ellos se les obligue a
cumplir con la legalidad, o ser sancionados, y que los representantes del Estado
puedan, impunemente, incumplir la legalidad vigente?
Podemos seguir discutiendo si son galgos
o podencos, pero corremos el serio peligro de que se produzca, entre otras
cosas, un grave deterioro de la legitimidad democrática. De momento, las
elecciones europeas han mostrado un hartazgo, por ser suave, hacia los dos
grandes partidos.
El Partido Popular perdió dos millones seiscientos mil votos,
y el Partido Socialista, dos millones quinientos mil votos. Es un aviso. Las
encuestas de estos días anuncian que, si se celebrasen ahora elecciones
generales, el PP perdería 60 escaños y el PSOE, 23. Esto supondría una gran
dificultad para gobernar, un peligro para la estabilidad política, a menos que
PP y PSOE unieran fuerzas para diseñar una especie de ‘gobierno de salvación
nacional’.
Pero, en esta hipótesis, la unión
PP/PSOE sería beneficiosa solamente si tuviese por objetivo defender el interés
general. Pero sería catastrófica si se primara el interés particular de cada
uno de estos partidos y sus respectivas clientelas. Esto agravaría seriamente
la deslegitimación de las instituciones democráticas. O sea, lo agravaría aún
más. Lo que, probablemente, empujaría a más soluciones radicales. ‘Podemos’ es
una de ellas, pero no tiene que ser la única. Las desgracias nunca vienen
solas.
Es de todos
conocida la distinción entre legitimidad de origen y legitimidad de ejercicio.
Pues bien, nadie duda -nadie sensato quiero decir- de que los gobiernos
españoles, desde 1978, tienen, y han tenido, legitimidad de origen. Pero cuando
la autoridad incumple sistemáticamente las leyes, o mejor dicho, algunas leyes,
el vínculo entre gobernantes y gobernados, se debilita. ¿Es propio de un Estado
de Derecho que ciertas sentencias judiciales firmes se incumplan, sistemáticamente,
por la Generalidad de Cataluña, sin que pase nada? ¿Es propio de un Estado de
Derecho que el incumplidor- que ha jurado o prometido cumplir y hacer cumplir
la Constitución- reciba transferencias de dinero, según la Ley de Financiación
de las Comunidades Autónomas, para que pueda cumplir el objetivo del déficit? O
sea, que los ciudadanos vean que el Gobierno central trata igual a los que
cumplen la ley, que a los que la violan. ¿Para qué cumplir la ley? Pero el
ciudadano de a pie no debe hacerse ilusiones. Esto solamente se aplica a
ciertos políticos
Por si no
bastara, se trata de una Comunidad Autónoma que ha proclamado a los cuatro
vientos un proceso soberanista ilegal. ¿Refuerza, esta actitud pasiva del
Gobierno central, la confianza de los ciudadanos en las instituciones
democráticas?
Según palabras
de Jon Elster, un destacado sociólogo norteamericano de origen noruego, el
autoengaño es: ‘La expresión de un deseo, o sea, la tendencia a creer que
los hechos son como a uno le agrada que sean. Es un fenómeno difundido cuya
importancia en los asuntos humanos nunca se acentúa en la medida suficiente’.
Llevamos unos
treinta y cinco años engañándonos. En el mejor de los casos se trata de
autoengaño. No quiero cargar las tintas. ¿En qué nos hemos estado engañando?
Digamos primero que nos hemos engañado casi todos pero, principalmente, los
políticos. Hemos querido creer que los nacionalistas- ahora deben ser llamados
separatistas- serían leales a la Constitución.
Durante la
Transición, no debemos olvidarlo, se permitió una mayor autonomía a los
territorios cuyos políticos exhibieran un sentimiento identitario diferenciado
del español. La grave consecuencia ha sido el desprecio y el ninguneo hacia la
identidad española. La transferencia de las competencias educativas a los
‘territorios comanches’, completó el desastre. Claro que PP y PSOE pudieron
haber utilizado la Alta Inspección del Estado, prevista en la Constitución,
para vigilar la correcta aplicación de las transferencias educativas. Pero no
lo hicieron.
Otro efecto del
autoengaño generalizado fue la elección del Muy Honorable Pujol como ‘español
del año’, en 1984, por el diario ABC. Todavía se pueden escuchar las
risas periféricas.
Sería agradable
que todos los problemas se solucionaran tomando unas copas y sin sufrimiento
alguno, pero la vida real no es así. De ahí que no deberíamos esperar que el
nuevo Rey Felipe VI, usara la varita mágica y nos sacara del atolladero.
No
tiene ninguna varita mágica. He estado repasando sus competencias
constitucionales, reflejadas en los artículos 62,63,65,90,91,92,99,114,115 y
151. No, no podemos pedirle milagros. Solamente desearle suerte y que no se
esconda ante los problemas que nos aquejan. Y dar las gracias a su padre, el
Rey Juan Carlos, por los servicios prestados. La principal responsabilidad es de
los partidos políticos. Y también es nuestra, porque nosotros elegimos a
nuestros representantes.
‘Todo pueblo
tiene el gobierno que se merece’, decía W. Churchill. Esperemos que sea un
error.
Sebastián Urbina.
(Publicado en El/Mundo.Baleares. 14/6/2014.)
2 comentarios:
Excelente artículo, don Sebastián. Nada que añadir.
Un saludo.
Gracias. Esperemos que Mariano haga algo. Algo decente. Un saludo.
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