¿ES EL NACIONALISMO UN PELIGRO?
En cualquier doctrina hay malas y buenas personas. No se trata pues, de preguntarse si los nacionalistas son un peligro. Es mejor afrontar el problema desde las ideas que, supuestamente, están en la base de una doctrina. En este caso el nacionalismo. Y analizar si constituyen, o no, un peligro. ¿De qué peligro hablamos? Se trataría, en mi opinión, de la libertad. En España, la libertad está más amenazada en las Comunidades dominadas por gobiernos de tendencia nacionalista. Además, el nacionalismo trata de minar, debilitar o destruir un Estado-nación, como el español, con el consiguiente aumento de la tensión y la inestabilidad.
El punto de
partida es la nación. Pero la nación no es solamente un territorio, unas
personas y una organización jurídico política. Se trata de un ente
mítico. ¿Por qué? Porque se supone (por parte de los nacionalistas) que
es una entidad que se ha mantenido homogénea a lo largo de los siglos.
Es decir, se trata de una especie de animal metafísico. Este es un
fenómeno que suele llamarse ‘reificación’. Supone que los hombres han
olvidado que ellos son los que han creado el mito, que ellos son los que
han creado los significados. El resultado es que este mundo mítico se
autonomiza y adquiere un status ontológico independiente, que termina
imponiéndose a sus creadores. Esto suele hacerse a través de universos
simbólicos, elaborados por sacerdotes especializados en legitimación. La
identidad, por ejemplo, se legitima al situarse dentro de un universo
simbólico.
Este mito,
la nación inalterada en lo sustancial (aunque no se sepa a ciencia
cierta qué es lo sustancial), se asienta en una comunidad, también
mitificada y distorsionada. ¿Por qué? Porque se supone que ha
permanecido igual, en su esencia, a lo largo del tiempo y porque se
supone que sus miembros (a pesar de que han ido muriendo y naciendo)
forman un todo homogéneo. De ahí la fuerte tendencia de los
nacionalistas a hablar en términos colectivos. Por ejemplo: ‘nosotros, los catalanes’; ‘nosotros, los vascos’. Aunque también se dice, ‘nosotros, los extremeños’, no tiene el componente nacionalista que estoy comentando.
Una
característica habitual, en los nacionalistas, es la de humanizar su
territorio. Esto se debe a que lo han convertido en una entidad mítica y
sacralizada. Unas declaraciones de Gregorio Salvador, diciendo que no se puede aprender español en las escuelas, fueron contestadas por Artur Mas, en estos términos: ‘Parece mentira que de vez en cuando salgan estos personajes de la España castiza que insultan la lucha de todo un pueblo’. También contestó, Artur Mas, unas declaraciones de Rodríguez Ibarra sobre financiación y el Estatut. ‘Que deje de insultar a Cataluña’.
Obviamente,
un territorio no puede ser insultado o sentirse ofendido. Solamente las
personas de carne y hueso pueden sentirse ofendidas, bien por lo que
digan de ellas, bien por lo que alguien diga de un territorio, o por
otras razones. Pero el propio territorio no se ofende, ni coge la gripe.
Es típico, como dije, hablar de los catalanes (en este caso) como un
todo. ‘La lucha de todo un pueblo’. Como una especie de tribu
indiferenciada. Como si no hubiera autonomía individual y pluralismo. En
cualquier caso, ya tenemos los primeros mimbres. Una nación, cuyos
orígenes se pierden en la noche de los tiempos y que los historiadores
(los fiables) contarán como sea conveniente.
La cohesión
del grupo tiene que ser, permanentemente, reforzada. ¿Por qué? Porque
siempre hay enemigos que intrigan contra la nación. En este sentido, las
ofensas y agravios son fundamentales. ¿Para qué quieren independizarse
(al menos oficialmente) si no es por las ofensas, abusos y
humillaciones? Aquí juegan un papel importante los intelectuales
orgánicos. Historiadores, o no. Son los sacerdotes que ejercen el
monopolio de la interpretación de los textos sagrados del nacionalismo. O
los historiadores oficiales de la comunidad oprimida, cuya historia
debe ser aceptada por todos. El que no la acepte será sospechoso. Un
‘extranjero en su país’. Esto supone un importante paso en la
uniformización del colectivo, de la comunidad. También implica una más
fácil identificación de los ‘traidores’. Pasa algo parecido con los
desfiles. Cuando un soldado hace un movimiento ‘que no toca’, se le
identifica fácilmente.
Cuantos más
agravios, más motivos para sentirse víctima. Más motivos para exigir
más. Y motivos para exigir la independencia y vivir, por fin, en
auténtica libertad. El fomento y la difusión de los agravios (reales,
exagerados o inventados) van de la mano de la ficción comunitaria.
Existiría comunidad de ideas, intereses y sentimientos. Si la realidad
no se compadece con estas proclamas, se suelen hacer dos cosas. O bien,
negar la realidad que no gusta, o bien mostrar que esta realidad ha sido
impuesta desde fuera, por los ‘enemigos exteriores’. O desde dentro,
por los ‘enemigos interiores’. La conclusión es la misma: hay que
restablecer la histórica unidad y cohesión que la comunidad siempre
tuvo, en lo esencial, desde la noche de los tiempos.
Pero adaptar
la realidad a nuestros fines, supone forzar la realidad. Y forzar la
realidad quiere decir intervenir en la libertad de las personas. Esto es
lo que hace el nacionalismo. Interferir en la libertad de los
ciudadanos para construir la nación idealizada. Pero resulta que esta
nación idealizada nunca es plural, sino homogénea. Esto se ve con
claridad, por ejemplo, en Cataluña. La sociedad civil es plural, en
sentido político, cultural y lingüístico. Pero los planes de
normalización tienen por objetivo interferir en este pluralismo.
O sea,
interferir en la libertad de las personas en aras del supuesto bien
superior de la nación oprimida. El último ejemplo de esta deriva
totalitaria, gozosamente aceptada por el Presidente Zapatero,
es el de la imposición de multas a las personas que rotulen su negocio
en castellano. Este ejemplo muestra la connivencia entre el nacionalismo
periférico y la izquierda española. Esta connivencia refuerza el común
desprecio por la libertad.
En la Comunidad Balear tenemos otro reciente
ejemplo. La Consellera de Educación y Cultura, Bárbara Galmés, ha dicho: ‘No estoy a favor de que los padres puedan elegir la lengua de educación de sus hijos’.
Recientemente, el periódico Frankfurter Allgemeine Zeitung criticaba que los políticos catalanes lleven a cabo una ’significativamente creciente… policía de la limpieza lingüística… que una vez reprocharon a Franco y que ellos ahora practican’.
Es
inevitable. La lucha por la recuperación del paraíso perdido, la
reivindicación de la comunidad idílica lleva, sin remedio, a la
discriminación y a la coacción. Es el moderno ‘lecho de Procusto’
utilizado por los nacionalistas (y sus compañeros de viaje) para
uniformizar a sus habitantes, miembros de una comunidad espiritual que
sacraliza, en este caso, la lengua. Pero podría ser la etnia, u otros
signos de diferenciación y de pureza ficticia y originaria.
Rechazar este proceso supone situarse fuera de las esencias patrias. Convertirse en ‘enemigo interior’. Albert Boadella
es sólo un ejemplo de lo que digo. Ha tenido que marcharse de Cataluña.
A pesar de que es un hijo ilustre. Pero con ideas equivocadas. Más de
doce mil profesores se han tenido que marchar de Cataluña en las últimas
décadas. Más de doscientos mil vascos se han marchado del País Vasco.
No querían. Pero no eran miembros fiables de la tribu. Son los
‘traidores’, los que no se han integrado en la comunidad, cuyos
supuestos intereses colectivos son superiores a los intereses de los
individuos que la componen.
Como nos recuerda José Díez Herrera, en ‘Los mitos del nacionalismo vasco’, la historia del nacionalismo vasco es una mentira permanente, desde Sabino Arana
hasta hoy. Y el PNV un partido totalitario y antiespañol, que no admite
una sociedad pluralista como la sociedad vasca. Además, y en virtud de
la división social del trabajo, unos ‘mueven el árbol’ y otros ‘recogen
las nueces’. ¿Qué hacen los ‘buenos’ nacionalistas? Callan, o miran
hacia otro lado. O se marchan del ‘paraíso’.
¿Hay remedio
contra esta enfermedad? Los grandes partidos, PSOE y PP han permitido, o
ayudado (cada uno con su propia cuota de responsabilidad y salvando a
los héroes y heroínas) a esta enfermiza y peligrosa deriva. Sin olvidar a
la prensa amarilla y de otros colores. En estos momentos, la política
con más sentido de Estado y con valor suficiente para defender la unidad
de España (algo que debería ser obvio, además de ser constitucional),
la protagoniza Rosa Díez y su partido UPD y, a veces,
el PP. En el País Vasco, los políticos dignos han de llevar escolta. En
Cataluña, los políticos del PP, UPD y Ciutadans, son tratados por la
prensa como ‘anticatalanes’ y sufren un ambiente hostil. En Baleares, Carlos Delgado, el único que no se inclina ante los nacionalistas, es acusado de ‘catalanofobia’. Y de ser facha, por supuesto.
No confío
mucho en que los partidos políticos hagan algo. Algo sensato y decente
quiero decir. Creo que tendrá que ser la llamada sociedad civil. Sin
descartar un deterioro, aún mayor, de la situación. Anuncios ya los hay.
El Estatuto de Cataluña, el anunciado referéndum soberanista en el País
Vasco este mismo año y el de Cataluña para 2014. En fin, la deslealtad
constitucional generalizada de los nacionalistas, consentida por quienes
han jurado, o prometido, la Constitución.
No se puede ser tolerante con los intolerantes. Es decir, los nacionalismos excluyentes y liberticidas.
2 comentarios:
Mi patria, y creo que ha de ser el caso de todo el mundo, es el paisaje de mi infancia: mi casa, mi calle, mi barrio, mi ciudad… En realidad, es lo que llamamos “patria chica”, que llevamos en el alma; la otra, la Patria, en nuestro caso España, creo, es una idea, una asignatura que debe de ser impartida en las escuelas, ya desde pequeños, para que llegue a estar amorosamente troquelada en nuestros corazones. No conozco gran cosa de mi país, más allá de los límites de mi “patria chica”. Sin embargo, siento amor, querencia, como se quiera decir, por mi país, por España. Quizás porque crecí en pleno franquismo, porque existía una asignatura llamada “Formación del Espíritu Nacional”, cualquiera sabe. Hoy en día no imparten ese tipo de enseñanzas sino los nacionalistas… y así nos va.
Resulta 'curioso' que España es, seguramente, el único país de Europa en que muchos de sus habitantes estan avergonzados de decir 'España' en público. Esto no sucede en los otros países. Hace pocos días vi por tv a Macron diciendo 'Vive la France' al final de un discurso. Si aquí Rajoy se atreviera a decir 'Viva españa' al final de un discurso, se lo llevan a comisaría.
Esto se debe, creo yo, a que durante cuarenta años se ha permitido que los separatistas hicieran la propaganda de su terruño y expandieran el odio a España. Con el silencio- como poco- de PP/PSOE. Fomento de las fuerzas centrífugas y silencio de las fuerzas centrípetas. Tildadas de 'fachas'.
No por causalidad, el barcelonés Félix de Azúa dijo, ante la prensa, hace unos cinco años: 'Nos vamos a vivir a Madrid porque no queremos que nuestra hija sea enseñada en el odio a España'.
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