METAFÍSICA
DEL ESFUERZO.
Recuerdo que, cuando leía ‘Un largo sábado’ de George
Steiner, me quedé impresionado ya en las primeras páginas. Resulta que, Steiner-
París/1929- tiene un defecto de nacimiento. Un brazo, prácticamente pegado al
cuerpo, que le impedía hacer muchas cosas y que le inutilizó para hacer la
mili.
Su madre no se compadeció de él, sino que le exigió al
máximo. ‘Puedes escribir con la mano izquierda’, le dijo su madre, pero Steiner
se negó en redondo. Sin embargo, su madre era una gran dama, culta, inteligente
y con mucho carácter. Y, con pataletas y sin pataletas, Steiner llegó a
escribir con la mano izquierda, Y a pintar.
Se trataba, dice el propio Steiner, de ‘una metafísica del
esfuerzo’. Si ya no le hubiese tenido simpatía por su libro ‘Nostalgia del
absoluto’, la simpatía hacia él y su madre, hubiesen aparecido de inmediato. Y
mi admiración.
Reconozco que me gusta tratar este tema del esfuerzo. Me
harta la blandenguería educativa progre, tan generalizada. Empecemos por don
Miguel de Unanumo: ‘El maestro que enseña jugando acaba jugando a enseñar. El alumno que aprende jugando acaba jugando a aprender.’
Si los
alumnos juegan en clase, o hacen lo que quieren, porque los poderes públicos no
han querido respaldar la autoridad- que es de derechas-de los profesores,
tenemos una farsa de educación. Y aparte de lo mediocres que han demostrado ser
nuestros legisladores, -unos más, otros menos- se requiere un esfuerzo para
estar sentado, atender al trabajo que hay que hacer, no molestar ni al profesor
ni a los compañeros y sacar el máximo rendimiento posible de la estancia en
clase. Todo esto requiere un esfuerzo. Lo que no requiere esfuerzo es hacer el
imbécil, molestando y torpedeando el devenir normal de una clase.
Pero la
responsabilidad no es solamente de los alumnos que se comportan como niños
malcriados. La responsabilidad principal es,
inicialmente, de los padres que no han transmitido el requerido sentido de los
límites y el sentido de la responsabilidad. Sin un interiorizado sentido de los
limites, no podemos vivir en sociedad. Si cada uno hace lo que quiere, estamos
perdidos. Es la ley de la selva, la ley del más fuerte. Y estas cosas se
aprenden de pequeños. De mayores es más difícil.
Los
clásicos, Aristóteles, Cicerón, pasando por Locke, Kant y tantos otros, sabían
que la libertad está vinculada al sometimiento a la ley. Bien es cierto que
ellos pensaban en leyes generales y abstractas y no en leyes especiales promulgadas
para favorecer a un grupo, u otro, de presión o victimizado.
En cualquier
caso, la vida en común exige respeto por las reglas de convivencia. Las reglas,
escritas o no, de buena educación y respeto por los demás. Ya no hablemos de
las reglas que prohíben matar, robar, violar, etcétera.
Una de las
peores ideas que nos rodean es la del relativismo. Millones de padres- por no
hablar de cadenas de televisión, emisoras de radio y prensa en general- rezuman
relativismo. Esto es lo más guay. ¡Venga, dime tu verdad’! Con estos mimbres
muchos padres no se atreven a establecer límites infranqueables a la conducta
de sus retoños. Al contrario ‘¿Qué te parece si dejas de hacer esto?’ Y el niño
se acostumbra a que su palabra es ley.
Otra cosa es
que, en ciertos aspectos, los niños deban tomar decisiones para que sepan lo
que significa responsabilizarse y equivocarse. Una vez asumido el error- lo que
ayuda a la maduración del niño- sabrá qué hacer la próxima vez. Pero ningún
padre sensato dejará que el niño tome decisiones seriamente perjudiciales, a
menos que todo sea relativo. Y que la opinión del niño valga igual que la
opinión de sus padres.
Y de ahí, al
sentido de la responsabilidad. Si el niño ha estado jugando- el juego es muy
importante- tendrá que recoger los juguetes una vez haya terminado. Es más
cómodo que lo haga mamá o papá. Pero es un mal ejemplo para el niño. ¿Por qué?
Porque debe asumir responsabilidades. No es un rey absoluto rodeado de
súbditos. Este es el camino para crear pequeños dictadores. Con grave daño para
los padres y para el propio niño. No, no todo es relativo. Hay cosas que están
bien, y otras que están mal.
Y, en este
contexto, tenemos que volver al esfuerzo. Palabra despreciable para el rojerío.
Algo parecido a ‘disciplina’. ¡Qué horror! Esfuerzo y disciplina como
representantes del fascismo educativo. Estas y otras idioteces de progreso nos
han conducido al penoso lugar en el que estamos. Tampoco es que me sorprenda en
exceso porque no confío en la inteligencia y honestidad de los progres. Excepciones
aparte. Lo que me sabe mal, de verdad, es el daño que hacen a generaciones de
niños. Porque no es una herida superficial sino un daño profundo que, en el
mejor de los casos, costará años y esfuerzo- otra vez- eliminar.
¿Cómo va a
ser igual educar a un niño en la idea de que gruñendo, o pataleando, conseguirá
sus propósitos, o enseñarle que las cosas se consiguen con buena educación y
con esfuerzo? ¿Qué tipo de ciudadanos forjaremos si no asumen, desde pequeños,
que todos nosotros tenemos una responsabilidad que asumir? Amor y disciplina,
juego y responsabilidad. Sentido de los límites. Es la responsabilidad de los
mayores con los pequeños. Nadie dijo que educar fuera fácil.
En economía
‘nada es gratis’. Si recibes algo gratis, otros lo están pagando de alguna
manera. Afortunadamente, no todo en la vida es economía. En las familias bien
avenidas el niño recibe amor y protección, y otras cosas que hemos comentado,
si tiene unos padres responsables.
Pero, aunque
sea así, el niño tiene que saber que el mundo exterior no es como su familia. Y
no le exigirán igual, sino mucho más. Y con, probables, zancadillas. De ahí que
deban prepararlo para la carrera de la vida. Que empieza en la familia. Y sigue
en la escuela. O debería.
¡Bendita
madre de Steiner!
Sebastián Urbina.
(Publicado en ElMundo/Baleares/31/Marzo/2017.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario