FANATISMO.
El
fanatismo, en sus variadas formas, atraviesa toda la historia de la humanidad.
Inicialmente predomina el fanatismo religioso, pero, dado que no pretendo
tratar de la historia del fanatismo, podríamos abreviar diciendo que, a partir
del siglo XVII, con la revolución científico técnica, y el secularismo
creciente, el fanatismo religioso deja de ser dominante, al menos en Europa.
La
revolución científico técnica dinamitó muchas de las cosas que por entonces se
daban por seguras, afectando a las percepciones que se tenían del universo, la
ciencia, la sociedad, la religión, los valores, etcétera.
La última
trágica muestra de fanatismo religioso, en Europa, la tenemos con la guerra de
treinta años. Se inicia en Bohemia (Sacro Imperio Romano
Germánico) en el año 1618, y termina en el año 1648, con la Paz de Westfalia.
Aunque, inicialmente, es un conflicto interno del Sacro Imperio, termina siendo
una guerra entre católicos y protestantes, en la que participaron las
potencias europeas de los dos bandos. Pero no fue, exclusivamente, una guerra
religiosa, ya que también incluyó un conflicto político y económico.
En todo
caso, el final fue una Europa devastada por la muerte, el hambre y las
enfermedades. Sólo un ejemplo para darse una idea de la catástrofe. Alrededor
del 35% de la población de Alemania murió a causa de la guerra. No debe
extrañar que los grandes pensadores, Leibniz entre otros, se dedicaran a
descubrir elementos comunes, de ambos bandos, que impidieran la repetición de
enfrentamientos tan espantosos.
Esta
comprensible obsesión hizo que incluso mentes privilegiadas, como Leibniz,
escribieran esto:
‘Me atrevo a
decir que este es el empeño supremo de la mente humana y, cuando el proyecto
esté acabado, a los humanos no les quedará más remedio que ser felices, pues
dispondrán de un instrumento que exalta la razón al igual que el telescopio
perfecciona nuestra visión’.
Este
milagroso instrumento que nos haría felices se centraba en un método racional,
una ciencia unificada y una lengua exacta. Pero los sueños, sueños son. Y, hoy,
seguimos teniendo problemas de fanatismo. Hay variaciones, por supuesto, pero
la intolerancia, crueldad y el dogmatismo que acompañan al fanatismo no han
desparecido en nuestro mundo actual.
Aunque el
fascismo (1922) y el nazismo (1933) llegaron al poder a través de la legalidad
electoral, una vez que lo detentaron, actuaron cruel y antidemocráticamente.
Por ejemplo, eliminaron el pluralismo. Las camisas pardas y negras se
encargaron de aplastar cualquier disidencia. Y las consultas electorales que se
hicieron estaban totalmente controladas.
El comunismo llegó a través de la
revolución bolchevique de 1917. Digamos, a grandes rasgos, que hay algunas
diferencias entre fascismo, nazismo y comunismo. En el primero se enfatiza el
completo sometimiento del individuo al Estado. En el segundo, el racismo, la
superioridad de la raza aria. En el tercero, la creación de una sociedad sin
clases, abolición de la propiedad privada y socialización de los medios de
producción.
Pero, por
encima de las diferencias que pueda haber entre ellos, hay importantes
elementos comunes. El completo desprecio por la libertad y la dignidad de las
personas. La utilización sistemática de la violencia estatal para conseguir sus
objetivos y el aplastamiento de cualquier crítica. O sea, totalitarismo. El
resultado ha sido millones de muertos y pobreza. Aunque no en igual medida.
Nazismo y comunismo superan, en mucho, al fascismo en el macabro recuento de
los muertos.
Parecería
que las sociedades occidentales, una vez superada esta experiencia horrible e
imperdonable, habrían aprendido la lección. Sin embargo, parece que no.
El
terrorismo de las Brigadas Rojas italianas o la banda alemana Baader-Meinhof
utilizaron la violencia en contextos democráticos. Estaban más interesados en
la violencia en sí misma que en lo que pudieran conseguir a través de ella. Por
no hablar del terrorismo islamista, al que luego me referiré.
Afortunadamente,
hoy no tenemos que sufrir el fascismo, nazismo o comunismo. Pero el fanatismo
sigue entre nosotros. Distinguiré dos tipos de fanatismo, el cruento y el
incruento. A nivel nacional e internacional.
A nivel
nacional, el mes de marzo de 2017, representantes del partido político Vox
trataron de dar una charla en la Universidad Complutense, sobre la ideología de
género. El acto fue impedido violentamente por un grupo de izquierdistas,
autocalificados de ‘antisfascistas’. Aunque no hubo sangre, la violencia, el
odio y la intolerancia generan un peligroso caldo de cultivo que facilita el
paso al fanatismo cruento. Estos ‘antifascistas’, no son demócratas.
El fanatismo
cruento lo cuasi monopoliza la banda terrorista ETA, vinculada al nacionalismo
vasco y al socialismo. Además del Grapo, brazo armado del PCE. El nacionalismo
identitario catalán, a pesar de los terroristas de Terra Lliure, se ha centrado
en la discriminación y coacción de los no catalanistas y la manipulación de las
conciencias, a través de los medios de difusión subvencionados y el control del
sistema de enseñanza/adoctrinamiento.
A nivel
internacional, el fanatismo incruento reproduce- como la violencia izquierdista
en la Complutense- las formas agresivas e intolerantes frente al que se desvía
de la ‘dictadura políticamente correcta’. La desviación se castiga severamente.
El fanatismo
cruento está dominado por el terrorismo islámico, aunque no sea el único. Sus
objetivos no son centralmente materiales sino espirituales. Su sagrada causa
religiosa les permite someterse a su Dios, incluso hasta la propia muerte. Y satanizar
a los que van a matar. Esto ayuda a justificar y eliminar sentimientos de
culpa. En su criminal opinión.
PD. Querer a tus padres es lo normal y
propio de gente bien nacida. Estar enamorado de tus padres, es una enfermedad.
Así pues, la desmesura genera monstruos y provoca monstruosidades.
El fanático,
en general de mente utópica, sacraliza su objetivo y pasa por encima de todo
para conseguirlo. Sin importarle los muertos que deja a su paso, porque los ha
demonizado. Como despreciables representantes- aunque sean ciudadanos de a pie-
de una sociedad corrompida, hedonista, secular, dominada por el beneficio. La
sagrada causa lo justificaría todo.
Gravísimo e
imperdonable error. Lo único sagrado es el respeto por la dignidad de las
personas.
Sebastián
Urbina.
(Publicado en ElMundo/Baleares/14/4/2017.)
2 comentarios:
Alguna vez lo he repetido. Me conmocionó en su día la sentencia: “El hombre siente horror a lo que le es diverso”. Donde pone “horror” hay que entender recelo, miedo, odio, aversión, rechazo, etc. Creo que la vida me ha demostrado que sólo la cultura, la civilización, la educación adecuada, pueden hacer que, mal que bien, se pueda disimular este atavismo, esta fatalidad. Y, al contrario, el provincianismo extremo, la incultura, el rupestrismo cultural más absoluto pueden desnudarnos de la capacidad para abrazar sin dobleces a todos nuestros hermanos. Creo, pues, que hay que ser muy, pero que muy bruto y primitivo para pretender que son siempre y necesariamente los demás quienes están equivocados y, peor aún, los ajusticiables.
Estoy muy de acuerdo.
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