EL FUTURO SERÁ MIEDO.
La historia de este artículo es una pesadilla. Desde hace años intento escribirlo sin atreverme nunca. El sentido de la responsabilidad y la mala conciencia de poder colaborar indirectamente con el mal me han obligado hasta hoy a guardar silencio. Han sido las advertencias del coordinador de la lucha antiterrorista de la Unión Europea, Gilles de Kerchove, y algunas opiniones sueltas de estos últimos días tras el atentado de Barcelona las que me han animado a ponerme en la piel de estos Jinetes del Apocalipsis para visualizar y conjurar el horror.
La primera evidencia que delata al terrorismo yihadista es el desprecio por la vida. De la ajena y de la propia. O si quieren, el deseo patológico por la vida del más allá. Eso lo cambia todo, si no tienen miedo a morir, la violencia legítima del Estado pierde su capacidad de intimidación.
La segunda evidencia es que sus acciones, después de la mayoría de atentados realizados en Occidente tras el 11-S y del 11-M, han sido llevadas a cabo de forma muy rudimentaria, y por personas escasamente preparadas. Y eso es lo más terrible. Si están dispuestos a morir, si carecen de preparación y medios y, aun así, han logrado aterrorizar y obligar a los Estados de todo el mundo a gastar miles de millones de dólares en seguridad, ¿qué pasará cuando los tengan?
La tercera evidencia: su crueldad es infinita, mejor dicho, la crueldad forma parte de sus objetivos, su particular convicción de que el terror logrará la sumisión del infiel al Corán.
Ante estas tres evidencias, Occidente está a merced de su arbitrariedad criminal. En cualquier sitio, a cualquier hora, de cualquier manera. Estamos en sus manos, la mayoría de nuestras instalaciones carecen de seguridad. Dependen del civismo, del propio modo de vivir en comunidad. Por ejemplo, a nadie se le ocurre envenenar el agua de las depuradoras que distribuyen el agua potable de las ciudades, ni tirar piedras a los trenes a su paso.
Pues bien, hoy, sin más medios que su voluntad, podrían incendiar nuestros montes, y convertir Europa entera en una hoguera, envenenar los depósitos de agua potable de nuestras ciudades, arrojar productos tóxicos de venta corriente en droguerías para sembrar el caos en centros comerciales o suburbanos, cruzar una excavadora en las vías del tren en el tramo más inesperado… Sigan ustedes. Es tan evidente y simple…
¿Están nuestras centrales eléctricas seguras? ¿Se imaginan el caos sin energía eléctrica? ¿Quién controla las instalaciones de distribución de agua potable? ¿Qué capacidad tiene hoy un conductor que traslada camiones cisterna con gasolina, gas u otros productos químicos peligrosos para evitar que le roben su carga? ¿Cuánto tiempo creen que pasará antes de que estos pirados pasen de robar furgonetas para atropellar a ciudadanos desprevenidos a robar esas bombas ambulantes?
Eso, sin medios, pero… ¿y si tuvieran capacidad para ejercer ciberterrorismo? El Coordinador de la lucha contra el terrorismo de la Unión Europea, Gilles de Kerchove, asegura que en cinco años podrían estar en disposición de atentar contra centrales nucleares, presas, el espacio aéreo…; hackear nuestros sistemas de distribución de electricidad y causar el caos en supermercados, quirófanos, aeropuertos, puertos… Imposible no es, lo hemos comprobado estos últimos meses con los chantajes a empresas. ¿Cuánto tardarán en comprar o fabricar armamento bacteriológico o nuclear?
Pónganse en lo peor y podrán visualizar lo frágiles que somos a pesar de todo nuestro poder económico y militar. Muy pronto acabaremos sufriendo en la propia Europa el síndrome de Israel. Y hasta comprendamos sin tantos remilgos su resistencia a ser arrojados al mar.
Aunque todo esto no debe de ser importante, a juzgar por las preocupaciones de nuestros políticos. En lugar de unir fuerzas para enfrentarse a este monstruo, se dedican a ver quién tiene la policía más larga. Pues eso, los muertos al hoyo y los vivos al referéndum.
(Antonio Robles/ld.)
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