LA MÁSCARA DE LA BESTIA.
Si al candidato a presidir la Comunidad de Madrid le sacasen del cajón un
artículo en el que llamara a los catalanoparlantes «bestias enfermizas» o
«hienas carroñeras» no le quedaría campo para correr ni un lugar donde
esconderse en el mundo.
Ardería Cataluña en graves
disturbios, la oposición pediría su procesamiento por delito de odio y el PP se
lo sacaría de encima sin perder un minuto. El nacionalismo, sin embargo,
considera un motivo de orgullo elegir a un presidente de la Generalitat capaz
de sostener este infecto discurso, impregnado de agresiva xenofobia exhibida
sin el menor disimulo. Un aranismo rancio, apolillado, miserable, que
desprende, por decirlo con sus palabras, un rencor «perturbado y
nauseabundo"».
Pero esto lo tiene que conocer Europa. En la batalla esencial de la
opinión pública, el nacionalismo ha logrado obtener una posición ventajosa que
le permite pintarse en el extranjero con una expresión de modernidad política
reprimida por una España tardofranquista, ceñuda, autoritaria y retrógrada.
El constitucionalismo español no tendrá una oportunidad mejor de divulgar
la clase de pensamiento –palabra demasiado generosa– que se oculta detrás de
estos disfraces victimistas y sus sonrientes caretas de demócratas.
El racismo, la supremacía segregacionista, son conceptos que despiertan
en las sociedades liberales un recelo inmediato, un automático desasosiego
asociado a los peores y más ingratos demonios de su memoria. Es la hora de
desperezarse, de activar todos los recursos posibles para divulgar esa
ignominia en cancillerías, medios de comunicación, embajadas, lobbies de
influencia y demás plataformas ante las que se pueda desenmascarar la impostura
del separatismo mostrando su cara más torva.
Los artículos y los tuits de Torra, con su compendio de desprecio étnico
y su inquina hosca, habría que bombardearlos sobre las capitales europeas con
octavillas impresas en varios idiomas. Para que todo el continente sepa que el
conflicto secesionista esconde, bajo la risueña lírica del diálogo y la épica
emancipadora, la supervivencia de una doctrina justamente repudiada por sus
consecuencias catastróficas.
No es sólo una cuestión de propaganda. En la Cataluña del procés se
arrincona a los disidentes, se los estigmatiza y se los señala. A un profesor
de bachillerato se le ha apartado de las clases por cuestionar en ellas los
textos de Prat de la Riba y de Gener sobre "la raza catalana". Otro
docente, cordobés, ¡¡¡se ha tenido que volver a Andalucía porque la inspección
lingüística –!!!– objetaba su pronunciación de la «s» aspirada. Está pasando,
sí, en lo que todavía es una parte de España.
De eso estamos hablando, de un delirio supremacista iluminado por la
convicción de una misión sagrada. Ahora, en el poder, y por el momento sin
trabas. Los textos de Torra desmontan, negro sobre blanco, cualquier eventual
coartada de ignorancia.
(Ignacio
Camacho/ABC/16/5/2018.)
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