La semana pasada proponíamos una coalición electoral del centro derecha como método para alcanzar una mayoría absoluta en ambas cámaras que permitiera impulsar reformas de calado con el objetivo de consolidar el sistema democrático por cuarenta años más. Una Segunda Transición. El artículo ha tenido cierto éxito, señal de que muchos perciben que sin esa coalición tendremos Sánchez para rato, y la democracia estará en serio peligro. Ya lo está.
Sin embargo, un lector llamado Carles ha tenido el detalle de dedicarme un comentario llamándome, cómo no, fascista, por, según él, no entender que “DEMOCRACIA son votos, la mitad más UNO gana” (las mayúsculas son suyas). Seguro que Carles no me lee habitualmente, porque de lo contrario sabría que la democracia no consiste sólo en votar. En las dictaduras modernas se vota, pero sólo existe una apariencia de democracia.
Lo diremos una vez más, querido Carles: la democracia liberal, la de verdad, se caracteriza por que las decisiones que se pueden tomar tienen límites: la mayoría no está legitimada para imponer cualquier cosa. Deben respetarse siempre los derechos de las minorías. Incluyendo a la minoría más pequeña: el individuo (Ayn Rand). Si no se respetan los derechos individuales, no hay democracia. De lo contrario, la mitad más uno podría decidir, por ejemplo, matar a Carles, o robar a Carles. Pero eso no sería democracia, sino la tiranía de la mayoría.
Por eso la democracia puede acabarse, quedando sólo una fachada, sobre todo cuando los límites que debe respetar el poder dejan de ser percibidos claramente por la ciudadanía. La democracia es el mejor sistema político que tenemos (el menos malo, en palabras de Churchill), porque las alternativas son peores, pero en cualquier momento puede degenerar, como ya sabían los griegos (en demagogia). Y por ello es esencial evitar la concentración de poder, estableciendo una verdadera separación de poderes y contrapesos adecuados para controlar el poder en manos de una sola persona o institución: checks and balances, en expresión anglosajona. Para ello es esencial, entre otras cosas, el concepto de Estado de derecho o imperio de la ley: la ley se aprueba por los procedimientos legalmente establecidos, y una vez aprobada, se aplica por jueces independientes, siendo igual para todos. La ley impide la arbitrariedad del poder, pero para ello los jueces deben poder juzgar libremente. Si los jueces son subordinados del Gobierno, ya no podrán controlarle.
Hitler llegó democráticamente al poder. Chávez también. Como muchos otros. Es muy fácil, una vez alcanzado el poder, manipular al pueblo mientras se desmantela disimuladamente -o no tanto- el sistema democrático, eliminando todos los obstáculos que molesten al gobernante, que se convierte así en dictador, en tirano. Por eso tras la experiencia alemana muchas constituciones, como la nuestra, introducen cláusulas de seguridad contra casos semejantes. Por eso para modificar ciertas partes vitales de la Constitución Española de 1978, se establece un procedimiento reforzado (art. 168 CE): la reforma debe aprobarse por mayoría de dos tercios de cada cámara, que a continuación se disuelven, se celebran nuevas elecciones, y la reforma debe ser aprobada de nuevo por los dos tercios de las nuevas cámaras. Finalmente, la reforma se somete a referéndum para su ratificación.
Con la reforma propuesta del CGPJ, el tándem Pedro y Pablo, con sus aliados separatistas, podrían colocar libremente jueces de su agrado, escapando así al control judicial de jueces independientes. Se trata de un cambio del régimen constitucional por la puerta de atrás, es decir, sin respetar el procedimiento reforzado previsto en la Constitución, para el que carecen de la mayoría necesaria. Se trata del fin de la democracia, pues sin separación de poderes, la mayoría no tendría freno para pisotear los derechos individuales cuando le plazca. Puesto que los jueces forman parte de las juntas electorales, podría significar hasta el fin de la posibilidad de celebrar elecciones democráticas, pues los jueces puestos por el Gobierno resolverían cualquier incidencia electoral (y la resolverían a favor del poder).
Ante este peligro, Carles, proponer una amplia coalición electoral para proteger y mejorar el sistema democrático no es fascismo: es la alternativa democrática a una coalición antidemocrática. Aún más: tú mismo deberías apoyar esta alternativa. ¿O es que quieres que Pedro Sánchez sea tu amo, con poder absoluto sobre tu vida y tus bienes? Ni Sánchez, ni nadie. Una persona libre no puede admitirlo. En una tiranía nadie está a salvo, excepto quizás el tirano, y seguramente ni eso.
Otro día hablaremos del principal requisito de fondo para que la democracia funcione, que es que los votantes posean un mínimo nivel cultural, como para saber qué es el fascismo, la democracia o el comunismo, y qué resultados han cosechado históricamente.
Decía Jorge Luis Borges: "Para mí la democracia es un abuso de la estadística. Y además no creo que tenga ningún valor. ¿Usted cree que para resolver un problema matemático o estético hay que consultar a la mayoría de la gente? Yo diría que no; entonces ¿por qué suponer que la mayoría de la gente entiende de política? La verdad es que no entienden, y se dejan embaucar por una secta de sinvergüenzas, que por lo general son los políticos nacionales.”
Sin votantes con criterio, la democracia no puede funcionar correctamente. Una encuesta dice que más de la mitad de los jóvenes españoles ignoran quiénes son Miguel Ángel Blanco u Ortega Lara. Así vamos mal. No le demos la razón a Borges: reaccionemos; informémonos; unámonos y exijamos aprovechar esta crisis para solucionar los graves problemas que arrastramos desde hace demasiado tiempo.
(Gabriel Le Senne/MallorcaDiario/22/10/2020.)
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