Pareciera que se hubiesen conjurado todos los poderes fácticos de Cataluña para conseguir algo que siempre se antojó altamente improbable: su ruina. Con sus cosas, esa esquina del noreste peninsular siempre fue una fábrica activa en la que los equilibrios sociales y laborales se mantenían a salvo, no sin esfuerzo, está claro, pero con resultados por los que merecía la pena sobrellevar ese tanto por ciento inevitable de fricción que plantean las comunidades con varias esquinas reivindicativas. La gente estaba o la gente iba y se podía salir adelante y hacerse un hueco en sus cosas, su lengua, sus costumbres, sus tradiciones y así. Hasta que un día saltó el chip reaccionario, ridículo, teatral y empobrecedor del nacionalismo xenófobo. Y
hasta que la estúpida izquierda española lo compró e hizo suyo el discurso. Fue el día en el que lo reaccionario se hizo progresista y ahí empezó la fiesta que fue carcomiendo poco a poco una convivencia razonable, una economía próspera y un determinado prestigio colectivo.
Ha llegado el momento en el que cualquier barbaridad puede ocurrir. Inició el baile el defraudador -no solo económico- Jordi Pujol creando un estado de permanente lamento demagógico, educando a nuevas generaciones en las peores máximas racistas y clasistas y aborregando a la ciudadanía -nunca excesivamente valerosa, cierto- merced a la militancia de los medios de comunicación propios y a la colaboración cobarde de los ajenos. El deterioro fue lento pero visible, avisado, y curiosamente se hizo inevitable: cuando nada hacía presagiar que se pudiese llegar a más infamia con la excusa de defender una lengua que nadie ataca, se produjo el último paso: acosar a un niño de cinco años cuya familia solo pide que, en virtud de una sentencia avalada por el Supremo, le impartan una asignatura más en castellano, en español, en un colegio de un pueblo costero. Una serie de animales con cargo oficial o sin él han pedido para esa familia apedreamientos de su casa, ‘bullying’ -o sea, acoso-, y amedrentamientos varios por considerarlos enemigos de su causa, la de un fascismo redentor profundamente nauseabundo. El consejero de educación, todo en minúsculas, un tal González, no ha ido a visitar a esa familia sino a los acosadores, y les ha animado a manifestarse mañana frente al escuela a la hora de salida de los colegiales, ante el silencio cómplice de los miembros de un Gobierno español que, en boca de su ministra de Justicia, dice no tener constancia de las cosas (no las tiene por miserables). ¿Dónde están todos los catalanes que están horrorizados ante este sindiós? ¿Dónde los socialistas que se llenaron siempre la boca de palabrería social? ¿Dónde la sociedad civil que se precia de sensata?
Han creado un clima irrespirable y aún hay gente que cree que eso no va con ellos. Ven cómo se van empresas, como nadie quiere ir ni a cobrar una herencia, como la sociedad se enrancia completamente masacrada, como han acabado hasta con el Barça y no se levantan a decir nada. Han arruinado Cataluña. En todos los órdenes. Pareciera impensable.
(Carlos Herrera/ABC/10/12/2021.)
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