Navidad para postmodernos
La Navidad es la conmemoración del nacimiento de Jesús de Nazaret, acaecido hace 2021 años en una covachuela cercana a Belén, que utilizaban habitualmente para refugiarse los pastores nómadas de la zona. Su alumbramiento se produjo por sorpresa, mientras sus padres viajaban desde su pueblo en Galilea a esa localidad de Judea con objeto de censarse por orden del emperador Augusto, ya que José era originario del lugar. Las dificultades para encontrar alojamiento -y los acuciantes dolores de parto de María- hicieron que la joven pareja se cobijara -y acabara dando a luz- en tan improvisado y humilde escenario. Los cristianos conmemoramos todos los años ese particular nacimiento celebrando una gran fiesta que reúne regocijo y espiritualidad, por todo lo que representa Jesucristo en una religión que ha constituido la base sobre la cual reposan los cimientos de nuestra actual civilización europea.
Lo anterior puede parecer una obviedad en una columna periodística que comenta habitualmente temas de actualidad en un medio digital de comunicación. Pero resulta de imprescindible explicación para tantos jovenzuelos contemporáneos que jamás han recibido una mínima educación religiosa, y que pueden llegar a pensar que el acontecimiento que por estas fechas engalana nuestras calles -y reúne a tantas familias- ha sido inventado por El Corte Inglés, por Amazon, por Tele 5, o por alguien que tenía unas ganas enormes de fastidiar a los pueblos musulmanes.
Diego S. Garrocho es un joven profesor de Ética y Filosofía Política, Vicedecano de Investigación de la Universidad Autónoma de Madrid, que ha obtenido recientemente el II Premio Periodístico David Gistau por un artículo publicado en El Español titulado “Carta a un joven postmoderno”. En esa extraordinaria columna, galardonada con el premio creado para homenajear al inolvidable escritor, el agudo profesor madrileño criticaba que a nuestros jóvenes se les invite continuamente a hacer una apología de lo anormal, y se les quiera privar de conocimientos esenciales y enriquecedores como los que les aporta la Filosofía, desactivando las armas intelectuales que proporciona la crítica.
En una entrevista periodística reciente, Garrocho lamentaba que en la nueva Ley de Educación aparezca numerosas veces la palabra “emociones” y ni una sola vez la palabra “sabiduría”, y criticaba al recién dimitido Ministro Manuel Castells por despreciar absurdamente el conocimiento diciendo que “todo está en internet”. Para el premiado profesor “lo que hay en internet son datos, pero el verdadero conocimiento sólo puede custodiarse en la intimidad de cada ser humano, y eso exige un cultivo intenso de la memoria”. Su acertada conclusión era que las tendencias educativas actuales tratan de “desposeernos de nuestra herencia cultural para desactivar nuestro autoconocimiento y nuestra autonomía”.
Explicar a nuestros jóvenes, en la línea de lo que criticaba Garrocho, que estos días celebramos todos unas importantes fiestas paganas, o que conmemoramos con regalos, manjares y turrones la llegada del “solsticio de invierno”, representa una estupidez sideral, además de un terrible atentado cultural contra los pilares de nuestra civilización. Que ataca, en especial, a los sectores menos favorecidos de nuestra sociedad porque las élites -por la cuenta que les trae- ya se ocuparán de explicar a sus hijos en qué consiste la verdadera Navidad.
Llama mucho la atención que ese imperdonable atentado cultural se aliente -de forma entusiasta- desde las filas de la izquierda. Que parecen haber abandonado -en el ya poblado desván de la historia- todos sus viejos anhelos de lograr la igualdad. Nuestros progres aspiran hoy, de forma creciente, a crear soldaditos fanatizados por políticas identitarias, absolutamente polarizados, desprovistos de cualquier espíritu crítico y encaminados a formar una tribu dócil, inculta y fácilmente manipulable por dirigentes faltos de escrúpulos. Aunque no toda la izquierda postmoderna se manifiesta hoy en bloque contra los principales planteamientos cristianos. El cineasta Michael Moore, paladín de la izquierda USA, o nuestra Vicepresidenta Yolanda Díaz, visitando recientemente al Papa, han realizado guiños hacia el cristianismo interesantes de constatar.
Constituye un error mayúsculo identificar la celebración del nacimiento de Jesucristo con una cuestión meramente espiritual o de interés sólo religioso. Y obviarlo de una forma miope en nuestros modernos planes de estudios, con la excusa de no interferir en la formación de quienes profesan otras creencias, o bien ejercen su legítimo derecho a no profesar ninguna. Supongo que ustedes habrán notado que, pese a mi formación eminentemente cristiana, trato de no pontificar sobre aspectos relacionados con la intimidad personal, sexual o espiritual de las personas. Mis comentarios periodísticos tienen siempre el límite -autoimpuesto- de no invadir jamás la privacidad de los asuntos más íntimos y personales. Pero resulta de absolutos incultos desconocer que la figura histórica de Jesús de Nazaret trasciende -con mucho- todo ello.
Los emperadores romanos Constantino y Justiniano, ambos paladines de la cristiandad, pusieron las bases políticas y jurídicas del Imperio, que llegaron en sus trirremes hasta nosotros y han perdurado hasta nuestros días. El actual Derecho de Mallorca, recogido en la vigente Compilación de Derecho Civil de les Illes Balears, procede en sus principales instituciones del magnífico Corpus Iuris Civilis, la gran recopilación legal justinianea. El Rey Jaime I de Aragón y sus descendientes, y los universalmente llamados ”Reyes Católicos”, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, espoleados por sus creencias, nos trajeron su cultura, sus costumbres y las instituciones políticas y de Gobierno que han perdurado hasta la actualidad.
Por mucho que nos pretendan despistar, aprovechando la generalizada falta de cultura y la confusión generada por las redes sociales, somos lo que somos hoy en día -y tenemos la cultura de la que nos orgullecemos, y hablamos las lenguas que hablamos- porque unos pueblos cristianos dirigidos por unos líderes cristianos se expandieron por el Mediterráneo, sustentados por la fuerza de su fe, y nos trajeron lo mejor de sus respectivas civilizaciones. Y todo eso llegó, afortunadamente, para quedarse.
La Navidad representa algo mucho más importante que lo que hoy tantos indigentes intelectuales nos pretenden hacer ver. Ni es una fiesta más ni constituye sólo una fiesta. Desde el mayor respeto a sus creencias, les deseo a todos una Feliz Navidad.
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