Apocalipsis en SloMo
Acabo de ver SloMo, la canción con que Chanel nos representó en eso que llaman Eurovisión. Que la verdad, siempre me pareció una horterada, pero lo de ahora es indescriptible. Trataré de decirlo suavemente y con humor, nuestro antepenúltimo refugio: no sé si es peor lo que se ve o lo que se oye.
Lo que se ve es básicamente un culo exhibiéndose en una coreografía esforzada, eso hay que reconocerlo, pero más propia de un cabaret. Lo que se oye es una música machaconamente repetitiva junta a una letra que es ‘pura poesía’. Los versos que me parecen más interesantes rezan así: apena' hago doom, doom con mi boom, boom y le' tengo dando zoom, zoom on my yummy. Si Tomás Luis de Victoria y Francisco de Quevedo alzaran la cabeza, quedarían extasiados ante esta nueva cumbre de las artes españolas. No conocíamos nada comparable desde ‘Ese Pedazo de Onda’.
SloMo, para quien no lo sepa, es la abreviatura de slow motion: cámara lenta. Es posible que a cámara lenta la canción mejore, o quizás no, porque duraría más. El caso es que esta ‘obra de arte’ nos parece muy representativa del signo de los tiempos: los amados líderes nos administran las cosas de comer, mientras el populacho se entretiene distribuyendo su ocio entre los diversos placeres materiales que se le facilitan. Y tan contentos.
Lo malo es que los amados líderes por lo general coinciden en pensar que sobra gente sobre la Tierra; que lo ideal serían quinientos o a lo sumo mil millones de personas en el planeta. Y ahora somos casi ocho mil, y subiendo, así que tienen tarea. Pero no se preocupen: la ‘solución’ —final— ya está en marcha: según un estudio publicado en 2020 en The Lancet, el pico se alcanzará en 2060 con algo menos de diez mil millones, y a partir de ahí, el descenso. O el abismo: para fin de siglo, España tendrá la mitad de población.
¿Cómo se ha conseguido esta ‘maravilla’ de cambio de tendencia? Pues destruyendo sin prisa pero sin pausa las conquistas de siglos de civilización: las familias estables, los ciudadanos responsables, la educación en la virtud y el dominio de uno mismo. Ahora se lleva la ‘liberación’ de los impulsos y el egoísmo, que al final conducen a la esclavitud de las pasiones y a la infelicidad, pero eso se oculta. Qué sencillo ha sido dinamitar tanto esfuerzo civilizando al animal que llevamos dentro, para devolverlo a su estado primitivo, a Sodoma y Gomorra.
Que es justo como nos ven los amados líderes: para ellos no somos más que números, bestezuelas ignorantes; un ganado demasiado numeroso que hay que reducir sin que se rebele y a ser posible sin que se entere. Y ciertamente, el hombre posmoderno que han creado, reducido al materialismo hedonista, privado de su dimensión más alta, la espiritual, y hasta de la racional intelectiva, se limita a buscar placer inmediato y evitar el dolor, como un animalillo.
Comer, beber, follar, abortar, suicidar, eutanasiar. Drogas, videojuegos, series, películas de persecuciones, tiros, acción. Tetas, culos, porno, a todas horas, en todas partes. Dinero, casas, yates, coches. Poder: dominar a otros. Y cuando es conveniente, miedo: virus, encierros, mascarillas, vacunas, guerras. Mira si eres hombre, mujer, no binario. Prueba con unos, con otras, con otres. Prueba todo lo que se te ocurra. Menos tener hijos. Es por tu bien. Por el planeta.
Estamos acostumbrados a que nos cuenten que el apocalipsis es el exceso de población. Pero el apocalipsis real será la reducción: un apocalipsis en SloMo, a cámara lenta. Y eso, si a nadie le da por acelerarlo, que el domingo empieza una asamblea de la OMS y corren rumores. Por no hablar de que echan leña al fuego de la guerra.
En fin, llevamos siglos de crecimiento, y me temo que hemos olvidado las dificultades de una caída de la población. Pronto las recordaremos. Pero, ante todo, recordemos que el Apocalipsis no es nada malo, sino la Revelación de una noticia buenísima, la mejor posible: "un cielo nuevo y una tierra nueva", donde "ya no habrá muerte ni lamento, ni llanto ni pena, pues todo lo anterior ha pasado". Aunque viene precedida de cosas que sí son malas: las que nosotros hacemos.
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