Viernes, 06-03-09
TRES millones y medio de parados son otras tantas poderosas razones para cambiar las cosas. España destruye empleo con igual facilidad que lo creaba, con la diferencia de que nadie sensato puede pensar que en el próximo ciclo hayamos de volver a confiar esa tarea a la construcción.
Habrá que repensar el sistema y no nos queda mucho tiempo antes de que explote. Sabemos lo que tenemos que hacer en el mercado de trabajo; nos lo ha vuelto a recordar la OCDE, por si teníamos alguna duda. Pero requiere decisión política, y de ese atributo no parece muy sobrado el Gobierno. Anda más bien desorientado tras el fracaso de la alianza nacionalista socialista, la gran aportación estratégica de Zapatero para asegurarle al PP cien años de soledad en la oposición. Y sabemos también lo que tenemos que hacer en educación, una vez más nos lo ha dicho Europa, pero las dudas y miedos del Ejecutivo pueden también hacer encallar el barco de la reforma.
Habrá que repensar el sistema y no nos queda mucho tiempo antes de que explote. Sabemos lo que tenemos que hacer en el mercado de trabajo; nos lo ha vuelto a recordar la OCDE, por si teníamos alguna duda. Pero requiere decisión política, y de ese atributo no parece muy sobrado el Gobierno. Anda más bien desorientado tras el fracaso de la alianza nacionalista socialista, la gran aportación estratégica de Zapatero para asegurarle al PP cien años de soledad en la oposición. Y sabemos también lo que tenemos que hacer en educación, una vez más nos lo ha dicho Europa, pero las dudas y miedos del Ejecutivo pueden también hacer encallar el barco de la reforma.
El Espacio Europeo de Educación Superior, el llamado proceso de Bolonia, navega sin rumbo. El miedo a que esta primavera los estudiantes universitarios tomen la calle, unido a las resistencias corporativas de un sector que utiliza hábilmente su poder residual en unas estructuras de decisión franquistas, está desembocando en un proceso lampedusiano. Cambia el lenguaje -competencias en vez de conocimientos, materias en vez de asignaturas, directrices en vez de troncalidad-, pero el fondo permanece igual.
Y el fondo es una institución que se resiste a la competencia, que bajo la excusa de la igualdad de oportunidades paraliza la innovación, que reclama más financiación, pero se resiste a ofrecer transparencia, y que ignora deliberadamente la contabilidad de costes.
Los estudiantes anti-Bolonia se movilizan frente a la privatización de la Universidad y nadie les contesta que son unos privilegiados, que todos ellos tienen una beca, generosa en su cuantía e ilimitada en el tiempo, que sufragamos todos los contribuyentes, incluidos muchos parados. Las tasas universitarias apenas cubren el 15 por ciento del coste, desayuno y almuerzo están fuertemente subvencionados, y la práctica deportiva o cultural, lo mismo.
El periódico se les suele regalar para crear hábito, aunque pocos lo leen porque al ser gratis no se aprecia. Sólo el tabaco se cobra a los universitarios a precios de mercado, probablemente porque no se puede vender en el campus. La financiación de la Universidad es una inmensa máquina de redistribución regresiva de la renta. Los pobres financian a las clases medias de hoy y a los poderosos de mañana, OCDE dixit. Pero ni hablar de subir las tasas, no se vayan a enfadar los estudiantes o, lo que es peor, se rompa el sueño de la función social de la Universidad y haya que justificarla por lo que hace, por lo que contribuye a la competitividad y prosperidad de la economía española.
La Universidad depende hoy de un ministerio llamado de Ciencia e Innovación, pero está secuestrado por una estructura de decisión cuyo fin principal es mantener el statu quo. El Consejo de Universidades es una reliquia del corporativismo, ¿alguien se imagina, por ejemplo, que para que ONO pueda lanzar un nuevo servicio o tarifa hayan de aprobarlo sus competidores, previo informe técnico de una comisión de ingenieros de Telefónica? Esa es la situación real del proceso de Bolonia.
Lo lamento sinceramente, porque creía que era una excelente oportunidad para la modernización de la Universidad española, una de las últimas para incorporarnos a la sociedad del conocimiento. Pero está cayendo víctima de la corrección política, de la falta de ambición reformista de un Gobierno, de su ausencia completa de visión de Estado. (Fernando Fernández/ABC).
Lo lamento sinceramente, porque creía que era una excelente oportunidad para la modernización de la Universidad española, una de las últimas para incorporarnos a la sociedad del conocimiento. Pero está cayendo víctima de la corrección política, de la falta de ambición reformista de un Gobierno, de su ausencia completa de visión de Estado. (Fernando Fernández/ABC).
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