(Me dáis asco. Pero no toda la culpa es vuestra. Durante décadas, PP/PSOE os han permitido, irresponsablemente, deslealtades y chantajes.
Os ha salido gratis. Y os comportáis como niños malcriados. O sea, groseros, repelentes y sin un mínimo de humanidad. Lo menos era dar las gracias. Pero sóis muy poca cosa.
¡Además de asco, dáis pena!)
ME DÁIS ASCO.
Rajoy y el Rey, recibidos con pitadas y gritos de "fora" en la manifestación de Barcelona.
Pese a que iba a ser una manifestación sin banderas, las esteladas presidieron la protesta ante el Rey y el presidente.
(ld)
El separatismo utiliza la manifestación contra el terrorismo para hacer campaña por el ‘procés’.
El Rey Felipe VI y los miembros del Gobierno han recibido una sonora pitada y gritos de “fuera” a su llegada a Barcelona.
(La Gaceta)
EL ATENTADO QUE NO PERPETRÓ NADIE.
La manifestación de Barcelona ha sido, a mi entender, un momento triste de la historia de la democracia española.
Nunca antes hubo una manifestación después de un atentado terrorista en la que no se denunciara a los asesinos. Esta vez no solo no había ni un cartel contra el Daesh, que da la casualidad de que ha reivindicado el atentado, sino que había multitud de carteles contra el Rey de España y contra el Gobierno de la Nación. Que, además, no tiene las competencias de seguridad contra el terrorismo.
El colmo. Hace falta ser verdaderamente idiota para llenar las calles con carteles contra las armas cuando los muertos de Barcelona fueron causados por un vehículo. Y por un arma blanca, pero supongo que los carteles no pretendían denunciar el supuesto tráfico de navajas de Albacete o de cuchillos jamoneros de Toledo.
La imagen del Rey y el Gobierno de la Nación marchando rodeados de «esteladas» ha resultado especialmente penosa. Reconozco su buena voluntad al no querer dejar el espacio en manos de los independentistas e ir a Barcelona sabiendo que corrían este riesgo. Pero, lamentablemente, la manifestación de Barcelona sólo ha sido un éxito para los que llevan nueve días intentando capitalizar el atentado para sus intereses bastardos.
(Ramón Pérez-Maura/ABC.)
NI MIEDO NI RESPETO A LAS VÍCTIMAS.
Dijo en cierta ocasión Albert Boadella que una parte de la población catalana «sufre el virus de la paranoia». Por desgracia, así se constató ayer en la manifestación de Barcelona en la que se vivieron situaciones vergonzosas. Se trataba, no lo olvidemos, de una marcha contra el terrorismo y en homenaje a las víctimas de los atentados yihadistas en Barcelona y Cambrils.
Y, sin embargo, como se presumía, organizaciones independentistas la convirtieron en un aquelarre propagandístico, en una especie de ensayo de la Diada. Perfectamente orquestados, politizaron de un modo abominable un acto por la paz, ahogando el grito «no tenemos miedo» de muchos catalanes de buena voluntad con sus sonoros pitidos contra el Rey y el Gobierno de España.
El contraste fue evidente con la concentración celebrada en Ripoll en favor de la paz. Que con los atentados tan recientes aún, estos colectivos soberanistas y antisistema -espoleados por la CUP, que sostiene al Govern-, demostraran tan nulo dolor por los muertos, nos sitúa ante una grave efermedad enquistada en el seno de la sociedad catalana.
Mucho se había debatido sobre la conveniencia de que Don Felipe asistiera a Barcelona, dado que la encerrona estaba anunciada. Pues bien, creemos que pese a la incomodidad de la situación y al hecho de que la afrenta al jefe del Estado resultara del todo ofensiva para el conjunto de la ciudadanía, el Rey tenía que estar ayer donde estuvo, junto a las principales autoridades del Estado. Porque la situación de excepcionalidad que vivimos por la amenaza yihadista hacía de esta marcha una ocasión especial.
Y porque el independentismo en modo alguno puede marcar la agenda de las instituciones. Los más altos representantes del Estado no pueden renunciar a estar presentes en Cataluña, como en cualquier otro lugar de España, cuando las circunstancias lo exigen. Así lo asumieron, por ejemplo, los presidentes de casi todas las comunidades autónomas, presentes también en la marcha.
Pero, dicho eso, los agitadores independentistas ayer fueron demasiado lejos en su actitud injuriosa, con la lamentable cobertura de dirigentes políticos del nacionalismo y, lo que es más grave, de formaciones como Podemos, tercera fuerza del Congreso, no lo olvidemos. La campaña orquestada para convertir al Rey y al Gobierno en corresponsables de las matanzas por el mantenimiento de las relaciones bilaterales con regímenes como el de Arabia Saudí -«Felipe, quien quiere la paz no trafica con armas» y cosas similares se leían en las pancartas y octavillas repartidas- no tiene nada que ver con «la libertad de expresión», como defendió Pablo Iglesias. Es un insulto a la inteligencia y una afrenta al conjunto de los españoles.
La relación que toda la comunidad internacional mantiene con dictaduras como la saudí es de una enorme complejidad; pero repetir sin cesar estos días el mantra de que las monarquías del Golfo son las patrocinadoras del Estado Islámico es de una simpleza absoluta. Además, en el caso que nos ocupa, estamos ante una mezcla infinita de demagogia y de cinismo.
No podemos olvidar cómo, por ejemplo, el Barça, mucho más que un club, como sabemos, en Cataluña, y que se usa también como palanca del procés, ha recibido pingües emolumentos por parte del régimen qatarí hasta fechas bien recientes. Y nadie de los que ayer trataban con impunidad de incriminar al Rey en los atentados se rasgaba la camiseta. Por no hablar de la financiación de Irán -o Venezuela- a distintos órganos de Podemos, o de que la CUP y ERC que pretendían que los representantes españoles no estuvieran en Barcelona, recibieron con los brazos abiertos a líderes de Bildu que nunca han hecho ascos al terrorismo.
Deja, desde luego, muy mal sabor de boca que, en un escenario de duelo, el nacionalismo haya antepuesto la necesaria unidad política que reclaman los ciudadanos a sus intereses partidistas. Aunque cabía esperar que ayer sucediera lo que ocurrió, porque la víspera se había encargado el propio Puigdemont de calentar el ambiente y de dinamitar la unidad acusando al Gobierno de «hacer política» con la seguridad de los catalanes. Inadmisible.
(La Gaceta)
EL ATENTADO QUE NO PERPETRÓ NADIE.
La manifestación de Barcelona ha sido, a mi entender, un momento triste de la historia de la democracia española.
Nunca antes hubo una manifestación después de un atentado terrorista en la que no se denunciara a los asesinos. Esta vez no solo no había ni un cartel contra el Daesh, que da la casualidad de que ha reivindicado el atentado, sino que había multitud de carteles contra el Rey de España y contra el Gobierno de la Nación. Que, además, no tiene las competencias de seguridad contra el terrorismo.
El colmo. Hace falta ser verdaderamente idiota para llenar las calles con carteles contra las armas cuando los muertos de Barcelona fueron causados por un vehículo. Y por un arma blanca, pero supongo que los carteles no pretendían denunciar el supuesto tráfico de navajas de Albacete o de cuchillos jamoneros de Toledo.
La imagen del Rey y el Gobierno de la Nación marchando rodeados de «esteladas» ha resultado especialmente penosa. Reconozco su buena voluntad al no querer dejar el espacio en manos de los independentistas e ir a Barcelona sabiendo que corrían este riesgo. Pero, lamentablemente, la manifestación de Barcelona sólo ha sido un éxito para los que llevan nueve días intentando capitalizar el atentado para sus intereses bastardos.
(Ramón Pérez-Maura/ABC.)
NI MIEDO NI RESPETO A LAS VÍCTIMAS.
Dijo en cierta ocasión Albert Boadella que una parte de la población catalana «sufre el virus de la paranoia». Por desgracia, así se constató ayer en la manifestación de Barcelona en la que se vivieron situaciones vergonzosas. Se trataba, no lo olvidemos, de una marcha contra el terrorismo y en homenaje a las víctimas de los atentados yihadistas en Barcelona y Cambrils.
Y, sin embargo, como se presumía, organizaciones independentistas la convirtieron en un aquelarre propagandístico, en una especie de ensayo de la Diada. Perfectamente orquestados, politizaron de un modo abominable un acto por la paz, ahogando el grito «no tenemos miedo» de muchos catalanes de buena voluntad con sus sonoros pitidos contra el Rey y el Gobierno de España.
El contraste fue evidente con la concentración celebrada en Ripoll en favor de la paz. Que con los atentados tan recientes aún, estos colectivos soberanistas y antisistema -espoleados por la CUP, que sostiene al Govern-, demostraran tan nulo dolor por los muertos, nos sitúa ante una grave efermedad enquistada en el seno de la sociedad catalana.
Mucho se había debatido sobre la conveniencia de que Don Felipe asistiera a Barcelona, dado que la encerrona estaba anunciada. Pues bien, creemos que pese a la incomodidad de la situación y al hecho de que la afrenta al jefe del Estado resultara del todo ofensiva para el conjunto de la ciudadanía, el Rey tenía que estar ayer donde estuvo, junto a las principales autoridades del Estado. Porque la situación de excepcionalidad que vivimos por la amenaza yihadista hacía de esta marcha una ocasión especial.
Y porque el independentismo en modo alguno puede marcar la agenda de las instituciones. Los más altos representantes del Estado no pueden renunciar a estar presentes en Cataluña, como en cualquier otro lugar de España, cuando las circunstancias lo exigen. Así lo asumieron, por ejemplo, los presidentes de casi todas las comunidades autónomas, presentes también en la marcha.
Pero, dicho eso, los agitadores independentistas ayer fueron demasiado lejos en su actitud injuriosa, con la lamentable cobertura de dirigentes políticos del nacionalismo y, lo que es más grave, de formaciones como Podemos, tercera fuerza del Congreso, no lo olvidemos. La campaña orquestada para convertir al Rey y al Gobierno en corresponsables de las matanzas por el mantenimiento de las relaciones bilaterales con regímenes como el de Arabia Saudí -«Felipe, quien quiere la paz no trafica con armas» y cosas similares se leían en las pancartas y octavillas repartidas- no tiene nada que ver con «la libertad de expresión», como defendió Pablo Iglesias. Es un insulto a la inteligencia y una afrenta al conjunto de los españoles.
La relación que toda la comunidad internacional mantiene con dictaduras como la saudí es de una enorme complejidad; pero repetir sin cesar estos días el mantra de que las monarquías del Golfo son las patrocinadoras del Estado Islámico es de una simpleza absoluta. Además, en el caso que nos ocupa, estamos ante una mezcla infinita de demagogia y de cinismo.
No podemos olvidar cómo, por ejemplo, el Barça, mucho más que un club, como sabemos, en Cataluña, y que se usa también como palanca del procés, ha recibido pingües emolumentos por parte del régimen qatarí hasta fechas bien recientes. Y nadie de los que ayer trataban con impunidad de incriminar al Rey en los atentados se rasgaba la camiseta. Por no hablar de la financiación de Irán -o Venezuela- a distintos órganos de Podemos, o de que la CUP y ERC que pretendían que los representantes españoles no estuvieran en Barcelona, recibieron con los brazos abiertos a líderes de Bildu que nunca han hecho ascos al terrorismo.
Deja, desde luego, muy mal sabor de boca que, en un escenario de duelo, el nacionalismo haya antepuesto la necesaria unidad política que reclaman los ciudadanos a sus intereses partidistas. Aunque cabía esperar que ayer sucediera lo que ocurrió, porque la víspera se había encargado el propio Puigdemont de calentar el ambiente y de dinamitar la unidad acusando al Gobierno de «hacer política» con la seguridad de los catalanes. Inadmisible.
Probablemente porque se sabía
que la marcha iba a estar tan manipulada por algunos, muchos barceloneses se abstuvieron de participar.
Los datos hablan por sí solos. La Guardia Urbana cifró ayer la
asistencia en medio millón de personas; en 2004, tras el 11-M en Madrid,
un millón y medio de manifestantes se concentraron en la Ciudad Condal.
Ha sido una forma terrible de ensuciar tanto dolor colectivo.
(Edit. El Mundo.)
La Diada del Terror:
no a la islamofobia, sí a la hispanofobia.
Mucho miedo, poca vergüenza y ninguna dignidad: ese podría ser el balance de la I Diada del Terror o la Diada del Terrorismo del Año I de la Independencia Catalana, que, por otra parte, ha dejado nítidamente claro que ni Barcelona ni ciudad alguna golpeada por el islamismo terrorista necesita manifestaciones, porque la del Islam contra Occidente es una guerra y las guerras ni se hacen con flores ni se ganan con pancartas.
Otra cosa es que, como ayer, se quisiera negar la guerra que existe y se escenifique algo que no puede existir, que se actúe como si el terrorismo fuera materia opinable y la calle dictaminara si continúan matando o no por votación popular con los pies o concentración de manos blancas. Lo que ayer quedó claro en Barcelona es lo que en España deberíamos saber desde el asesinato de Miguel Ángel Blanco: las grandes manifestaciones sólo sirven para demostrar el estado de conmoción de la masa, que se agrupa y amontona para demostrar lo que niega: que está muerta de miedo.
Y que sus dirigentes, tan asustados como ella, unen democráticamente su pavor al ajeno para diluir en un estado de confusión emocional sus responsabilidades.
(Ld. Jiménez Losantos.)
Periodista inglés explica con 2 fotos lo de hoy en BCN
El món ha mirat el nacionalisme…i ara ja sap com és.
Hoy toda España quería estar en Barcelona para decir al terrorismo yijadista que estem units enfront els bàrbars y que no nos van a ganar.
Pero el nacionalismo ha intentado apropiarse de lo que era de todos sacando sus banderas de división, aullando que “espanya” es la culpable de la masacre, xiulant el Rei de tots y clamando “contra la islamofobia” (sic).
No, hoy el nacionalismo no tenía ninguna intención de apoyar a las víctimas y de condenar a los terroristas.
Però
el seu odi i la seva intolerància ja se´ls hi giren en contra, y el
mundo responderá asqueado ante lo que no ha ocurrido en ningún otro
lugar. Miren qué bien lo ha entendido Matthew Bennett, director de The Spain Report, un medio con reputación de ecuánime e independiente que ya demostró su criterio al contar manifestantes en las manis del 11S:
(Dolca Cataluña.)
FUE UNA CELADA.
Fue una encerrona en toda regla. Durante una hora y pico, el tiempo que tardó el segundo tramo del cortejo en llegar desde la calle de Caspe al centro de la Plaza de Cataluña, casi todos los miembros del Gobierno de España estuvieron sometidos al control de un grupo organizado de en torno a unas tres mil personas.
Tres mil manifestantes perfectamente coordinados entre sí, y cuyos dirigentes, sin la menor duda, disponían antes de que se iniciará el acto de información reservada y absolutamente confidencial sobre qué trayecto iban a seguir los miembros del cortejo de autoridades desde la sede de la Delegación del Gobierno, el lugar de donde partió la comitiva.
Alguien informó con anterioridad a los activistas de la Asamblea Nacional Catalana (ANC) de que los miembros del Gobierno, los representantes del Poder Judicial, el presidente de la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CMNV), diputados, senadores y demás invitados oficiales procedentes de Madrid se bajarían de los autobuses que los trasladaron a la concentración justo en la confluencia de las calles de Caspe y de Pau Claris, junto al colegio de los Jesuitas.
Luego tendrían que recorrer a pie el trayecto desde allí al centro de la Plaza de Cataluña. Nadie en Barcelona podía disponer de esa información sensible antes de que llegase Mariano Rajoy con el resto de autoridades. Bien, inmediatamente justo en ese tramo de la calle de Caspe, el que separa las dos arterias paralelas del Paseo de Gracia y de Pau Claris, zona por la que no estaba previsto que transcurriese ningún tramo de la marcha, estaban apostados en ambas aceras y cubriendo todo el espacio disponible, hasta la última baldosa del suelo, los activistas de la ANC.
Sería llegar los autocares y, al punto, comenzar el acoso permanente con gritos y exhibición de carteles plastificados en los que se acusaba al Rey de haber sido el genuino inductor de la matanza. Aunque el Rey logró librarse de esa primera acometida porque no llegó en esos autobuses, sino que acudió con los vehículos de la Casa Real. Pero todo estaba previsto para que tampoco él se pudiera escapar del cerco. Sobre todo él.
Aunque más que de cerco, cabría hablar de una auténtica operación jaula. Y es que, amén de los tres mil activistas de la ANC a los que por casualidad se les ocurrió situarse a ambos lados de la calzada por la que iban a tener que transitar todas las autoridades del Estado, justo detrás de esa mismas autoridades se encontraba ubicado el avispero de banderas esteladas que portaron otros centenares de activistas de la ANC y de Òmnium.
A ambos lados, derecha e izquierda, militantes nacionalistas en manifiesta actitud hostil. Justo detrás, un mar de esteladas y cientos de carteles también de la ANC. Sólo quedaba, pues, la presunta representación de la sociedad civil que abría la marcha.
Pero apenas cinco minutos antes de comenzar el acto, el Rey, Rajoy y el resto de autoridades observarían entre incrédulos y atónicos que también esos que iban en cabeza se giraban de repente hacia ellos para exhibir, y a apenas un metro de don Felipe VI, los mismos carteles de la ANC en los que se le hacía responsable del crimen islamista de La Rambla.
Todo estaba organizado hasta el más mínimo detalle para que aquello fuera una ratonera. Hasta el más mínimo detalle. Y sólo en el instante en el que, por fin, pudieron pisar la Plaza de Cataluña, casi una hora más tarde, comenzaron a sentirse libres los representantes todos de la soberanía nacional con su suprema encarnación al frente. Fue una celada.
(José García Domínguez/El Mundo.)
2 comentarios:
“Todo es según el color del cristal con que se mira”. Muy cierto, como verdaderos son tantos y tantos, si no todos, los aforismos y refranes. Así, hoy son un número muy considerable el de los que silban a nuestros Rey y Gobierno en Barcelona, la capital de la “pau”. Más o menos tantos como los que hicieron que “el astuto” entrara en el Parlament desde las alturas, transportado por un helicóptero para evitar la muchedumbre indignada e ingrata. La misma que propondría bombardear los USA, la misma que aclamaría el chavismo, si Kim Jong-un o el camarada Maduro controlaran la TV3%, la RAC, las aulas, los diarios, etc. La democracia (¿o quizás sería mejor decir: la democracia española?) tiene razones que la razón no entiende, ¿o sí?
¿Son patriotas? Nuestros políticos, ¿lo son? ¿No viven sino para la mayor gloria y bienestar de España y los españoles o guardan su fidelidad para las Empresas de las que cobran sus exagerados salarios desde los dineros públicos, es decir, sus Partidos? ¿No será, más bien, esto último? ¿No son, en general, otra cosa que mercenarios que juegan en el equipo que más les paga y que pueden cambiar de camiseta en función de las ventoleras de los contratos? De ser así, si realmente fueran tales “patriotas de conveniencia”, ¿podrían convertirse algunos partidos en meros desiertos, llegarían a ser no más que cuatro gatos si se les cortara el grifo de nuestros dineros, si se declararan como inelegibles a aquellos políticos carroñeros que viven de la idea de destruir España?
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