(Lo más sorprendente- al menos para mí- es que PP y C's sean tan ingenuos. No es aceptable, ni perdonable, que se chupen el dedo.
Todavía no han entendido- es lo que parece- que los socialistas sanchistas carecen de escrúpulos.
Y los de Podemos son, todavía, peores. Aunque no hay mucha diferencia. Más en las formas que en el fondo.)
EL CABALLO DE TROYA.
La fullería en el juego no es astucia sino tongo, trampa. Y la fullería
en el juego parlamentario son trampas democráticas. Las que ha hecho el
Gobierno para sortear el veto del Senado se parecen demasiado a la marrullería bolivariana,
quizá porque de ciertos socios todo se contagia. Es chapuza chavista, pura
pulsión autoritaria, contrabando político, fraude de ley contra la legitimidad
de una Cámara. Y también una muestra palmaria, diáfana, de lo que sus autores
están dispuestos a hacer para conservar un poder que asaltaron por la puerta
falsa.
El truco más innoble de este esquinado manejo –que el TC le revocó al PP
en otro tiempo– es el de usar como caballo de Troya una ley contra la violencia
de género. Al mismo Ulises le hubiese parecido un subterfugio rastrero. La
oposición se tragó el truco porque a sus dirigentes no se les pasó por la
cabeza que en un asunto así les fueran a malversar el consenso. Ingenuos: con
esta gente habría que revisar hasta una edición del Evangelio. En cualquier
texto te pueden colar de estraperlo una martingala del 21 por ciento.
Acostumbrados a la copia en bruto se han tomado al pie de la letra a Maquiavelo
en aquello de los fines y los medios. Porque esta vez lo escabroso era el fin:
burlar la soberanía del Parlamento.
Y además lo han hecho de un modo tan desahogado que ni siquiera se cortan
a la hora de justificarlo. Consideran espuria la mayoría del Senado porque
representa a los españoles que no les han votado. Ésa es la cuestión de fondo,
el inquietante sesgo totalitario de una coalición capaz de proscribir los
derechos participativos de la mitad de los ciudadanos. Un sentimiento dogmático
de superioridad que declara a los rivales culpables de hallarse en el bando
equivocado. En Podemos no resulta extraño; al fin y al cabo su proyecto,
inspirado en y por el régimen venezolano, consiste precisamente en la
extirpación de la disidencia, en el confinamiento del adversario.
Tampoco sorprende en los nacionalistas, que llevan practicando su particular
variante de limpieza étnica desde hace años. Pero el PSOE tenía, desde la
Transición y hasta la irrupción de Sánchez, una tradición relativamente
honorable de partido de Estado. Ninguno de sus líderes ha sido un santo y todos
han usado el poder sin remilgos ni reparos, pero es dudoso que hubieran
permitido este sucio amaño, este golpe de baja intensidad infiltrado en una ley
contra los malos tratos. Porque no hay objetivo pragmático que justifique tan
desaprensiva adulteración moral de un combate que en la sociedad contemporánea
tiene especial significado.
Los partidos de centro-derecha ya saben que se enfrentan a oponentes
dispuestos a cualquier clase de maniobra artera. Deberían haberlo aprendido en
el caso de la tesis fraudulenta; por algo ironizaba Quincey que se empieza por
cometer un crimen y se acaba por no ceder el paso a las abuelas.
(Ignacio
Camacho/ABC/20/9/2018.)
LA TENTACIÓN
AUTORITARIA DE PEDRO
SÁNCHEZ.
Lo que sucedió la noche del martes no fue una muestra más de filibusterismo
parlamentario. Tampoco un atajo «creativo» y venial que contara con precedentes
comparables cuando gobernaba el PP, como pretende hacernos creer el relato
suministrado por Moncloa. Lo que sucedió fue el triste
espectáculo de un Gobierno que huye ciegamente de su propia debilidad,
arrollando los contrapesos democráticos a su paso.
Lo que sucede es que desde hace 100
días gobierna España un candidato que perdió las elecciones y ganó una moción
de censura, y que está determinado a compensar su falta de escaños con su falta de escrúpulos, al precio de la
degradación institucional.
Quien mejor ha explicado la jugada ha sido el socio preferente
del Gobierno, Pablo Iglesias. Para él es "completamente legítimo"
retorcer el reglamento para burlar al Senado, porque allí impera una
"mayoría espuria". O sea, la del primer partido de la oposición. Que un admirador del
chavismo arguya que el fin justifica los medios y apele a legitimidades
alternativas, pretendidamente superiores, para atropellar los controles
formales sobre los que se asienta la democracia liberal no nos sorprende:
Iglesias nunca ocultó demasiado su condición.
Lo que nos alarma es que el partido que más años ha gobernado
España desdibuje su identidad socialdemócrata y se deslice por la peligrosa
senda del populismo iliberal, aquel que presenta la pluralidad
social consagrada en la representación parlamentaria como una rémora anacrónica
que lastra la acción ejecutiva. Claro que los populistas que socavan el
principio de separación de poderes en Europa ganan elecciones; ni siquiera es
el caso de Sánchez.
Pese a todo, el actual presidente no ha tenido reparo en volar la facultad
de control presupuestaria atribuida al Senado colando una reforma de la Ley de
Estabilidad Presupuestaria (que desarrolla el artículo 135 de la Constitución)
en otra ley orgánica sobre la violencia de género admitida ya a trámite. Es
decir, calificada por la Mesa del Congreso, a la que se ha escamoteado la
posibilidad de pronunciarse por la única razón de que en ella manda la
oposición.
De modo que el Ejecutivo está usurpando la función legislativa de todo el
sistema bicameral con tal de asegurarse unas semanas más de vida para negociar y presentar sus Presupuestos
a tiempo y no verse abocado a anticipar elecciones. No hay antecedentes
de algo lejanamente parecido en democracia.
Fue el propio PSOE el que protestó ante el Tribunal Constitucional por el
abuso de la enmienda fraudulenta, ese procedimiento indigno que consiste en
colar de rondón en una ley en curso una enmienda que activa otra reforma que se
desea hurtar al trámite parlamentario. Los senadores socialistas en su día
protestaron contra esta práctica del PP, alegando que vulneraba sus derechos de
participación política. El TC les dio la razón.
Hasta 14 sentencias ha contabilizado este periódico en las que se
establece nítidamente su doctrina sobre la exigencia de conexión material entre
la iniciativa legislativa y las enmiendas presentadas con ella.
Sin embargo, para cuando el TC quiera resolver el recurso que plantee la
oposición ya se habrá cumplido el ciclo electoral. Por eso Sánchez está
decidido a seguir adelante.
¿Será
capaz de desoír un informe de los letrados que advierta expresamente del
fraude? Si así fuera, estaría importando las peores mañas del Parlament,
que se abre o cierra al antojo del Govern y cuyos letrados son ignorados cuando
advierten de que se están rebasando los límites legales.
Las instituciones existen para protegernos de la voluntad de poder de las
personas que eventualmente lo ostentan. En eso consiste el juego democrático. Apenas podemos creer que Pedro Sánchez no conozca las
consecuencias históricas de despreciar las reglas parlamentarias. Pero si las conoce, entonces es peor. Mucho
peor.
(Edit.ElMundo/20/9/2018.)
MERKEL O MAY YA ESTARÍAN EN CASA.
Karl-Theodor zu
Guttenberg, doctor en Derecho, era el más prometedor de los
jóvenes políticos conservadores alemanes y el ojito derecho de
Merkel. En 2011, con solo 41 años, ejercía de ministro de Defensa y antes lo había
sido de Economía.
Pero ese año el periódico muniqués
«Süeddeustche Zeitung» publicó las declaraciones de un profesor
que acusaba al poderoso ministro de haber incurrido en plagios en
su tesis doctoral, merecedora de un cum laude. Guttenberg reaccionó haciendo un
Sánchez: tachó de «absurda» la información y alegó que como mucho podía haber
algún error menor en las citas. La canciller ratificó al ministro. Pero el caso
creció imparable.
La Universidad de
Bayreuth, donde se había doctorado Guttenberg, reconoció «severos errores» en
la redacción de la tesis. El 1 de marzo de 2011 se vio
forzado a dimitir y concluyó su carrera. Annette Schavan, amiga
personal de Merkel, era ministra de Educación cuando cayó Guttenberg y se
mostró escandalizada ante la mala praxis de su colega. Dos años después, ella
misma se veía forzada a renunciar por «multitud de plagios» en su propia tesis.
Incurrió en unos sesenta corta y pega sin referenciarlos.
Es decir: Schavan
también hizo un Sánchez, pero la pillaron y cayó, porque en Alemania se
entiende que la propiedad intelectual y la excelencia académica son bienes
preciados, con los que no se juega.
Con todo lo que hoy
tiene Sánchez sobre sus espaldas; Merkel, Macron o May habrían
dimitido. En democracias de más solera, una acumulación de mentiras
flagrantes como la de Sánchez se lleva por delante a un gobernante.
El relato de los
hechos resulta demoledor. Primero mintió en el Parlamento,
respondiéndole a Rivera que su tesis estaba colgada en internet, cuando acabó
subiéndola dos días después. Cuando ABC publicó la exclusiva que revelaba los
plagios, subió un mensaje a Twitter a las siete de la mañana amenazando al
periódico con acciones judiciales y, en paralelo, La Moncloa movilizó a todas
sus terminales para desmentir al diario.
Pero los corta y pegas del hoy
presidente son irrefutables, llegando al extremo de que copió hasta
un artículo que había escrito a medias con un profesor que luego fue parte del
tribunal que le otorgó el cum laude. El viernes pasado, la ministra Celaá dio
el caso «por cerrado», invocando dos pruebas efectuadas con programas de
compañías antiplagio: el de Turnitin daba, según ella, un 13%, y el de la
alemana PlagScam, solo un 0,9%. Pero la compañía germana ha
emitido un comunicado acusando al Gobierno de manipular el test y
asegura que a ellos les da un 21% de plagio, no el 0,9% de Celaá.
Resumen: 1) Sánchez
hizo trampas en 2012 en su tesis 2) Cuando Rivera le preguntó por ella, mintió
en sede parlamentaria 3) Después de que este periódico destapase el plagio, el
presidente, según denuncia la firma PlagScan, llegó al extremo de manipular un
test informático para intentar exculparse. 4) El diario «El País», afín a
Sánchez y que había adoptado una actitud de defensa numantina del presidente
pese la acumulación de evidencias de plagio, ha girado y publica hoy que en un
libro que publicó en 2013 con otro autor, y donde recoge la médula de su tesis,
Sánchez plagió 450 palabras del discurso de un diplomático (algo
que Moncloa reconoce, pero que despacha con un «fue un error involuntario» que
se corregirá).
Hoy sabemos que
Sánchez plagió en su tesis y también en el libro publicado al año siguiente
basado en ella. Pero además una acusación tan grave como la de la empresa
alemana solo tiene dos salidas: refutarla de inmediato, algo
que el Gobierno no ha hecho, o la dimisión inmediata de
un presidente que habría llegado al inaudito extremo de trucar una prueba
informática para intentar salvar su pellejo político. Corolario: la mentira duerme en La Moncloa, una situación inadmisible
en cualquier Estado de derecho.
(Luis Ventoso/ABC/20/9/2018.)
2 comentarios:
Al muy honorable señor Sánchez, presidente de España por la gracia de dos (o pocos más pequeños partidos políticos), se la sudan cierta vulgares consideraciones que harían presentar su cese a otros homólogos menos socialistas. Sin duda suscribiría esta perla de Largo Caballero: “No creemos en la democracia como valor absoluto. Tampoco creemos en la libertad”.
Muy probablemente.
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