(Manifestación catanazi, a imagen y semejanza de las manifestaciones con antorcha de los nazis.)
NAZISMO EN BLANES.
Ocurrió el 6 y 7 de septiembre
del año pasado. Los grupos separatistas en el Parlamento regional de Cataluña
convirtieron esa cámara en el trampolín de un golpe
de Estado por fases que
todavía no ha concluido.
Durante aquellos dos días, los
partidos golpistas secuestraron la institución y forzaron el reglamento para
sacar adelante las leyes del
referéndum, de transitoriedad jurídica y de desconexión con absoluto desprecio
por la democracia, la legalidad y los derechos de la oposición.
Tuvieron que pasar casi dos meses para que reaccionara el
Gobierno con la aplicación de un
155 capado por el PSOE. El Ejecutivo de Rajoy y Soraya
podría haber tenido el valor de utilizar la mayoría absoluta en el Senado para
prescindir del apoyo de los socialistas, pero el PP no quería asumir en
solitario la responsabilidad de frenar el golpe.
Los separatistas estuvieron a
punto de linchar a una comitiva judicial y a varios guardias civiles el 20 de
ese mismo mes. El entonces jefe de los Mossos, Josep Lluís Trapero, está
imputado, entre otros cargos, por no prestar asistencia a los guardias sitiados
por la turba en la Consejería de Economía. Después celebraron el 1-O, una
huelga general el 3 convocada desde la misma Generalidad, el preaviso de declaración
de independencia del día 10 y la proclamación de la república del día 27.
Todo ello mientras los Mossos
miraban para otro lado o se enfrentaban a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad
del Estado que cumplían la orden judicial de impedir la consulta.
Puigdemont y la tropa sediciosa
se aprovecharon de la indescriptible estulticia del anterior Gobierno para
llegar casi hasta el final. Si no consiguieron sus propósitos fue por la alocución del Rey el 3 de octubre y las dos multitudinarias manifestaciones en las calles
de Barcelona en las
que se pidió el ingreso de Puigdemont en prisión.
Sin embargo, le dio tiempo a escapar sin avisar siquiera a su
vicepresidente Junqueras. "Mañana, todos a los despachos",
les dijo a los miembros de su Gobierno mientras un par de mossos de su guardia personal preparaban
la fuga.
Un año después no estamos igual, sino peor. Los separatistas han cerrado el Parlament porque no se ponen
de acuerdo entre ellos y porque con la legitimidad del
1-O y la república proclamada ya no hay nada más que discutir, salvo que al
Gobierno del PSOE le interese mantenerse en el poder al precio de blanquear el
golpe con un referéndum pactado. Para redondear la jugada, el suplente de
Puigdemont, el tal Torra, dice que no
aceptará sentencias condenatorias y que aprovechará el más mínimo resquicio
para incendiar las calles.
El efecto práctico de todo esto
es que mientras Sánchez y Carmen Calvo actúan como Mariano y Santamaría, los separatistas vuelven a ser los amos
de las calles y quieren echar de Cataluña al
propietario de un restaurante de Blanes porque se atrevió a impedir que los
matones de los CDR de Torra le llenaran la fachada de basura amarilla.
Ahora está en el punto de mira de todos los partidos separatistas, de la ANC,
Òmnium, el CDR del pueblo y los familiares de los golpistas presos y fugados,
constituidos en asociación. Anuncian para el sábado una fiesta delante del negocio
familiar de este hombre. Puro nazismo.
Un Gobierno formado por personas decentes no lo permitiría, como tampoco permitiría los viajes de Torra
y los secuaces de Puigdemont a Waterloo a costa del erario público, ni el
desafío a la justicia ni la impunidad separatista para amedrentar a los
discrepantes.
(Pablo Planas/ld/6/9/2018.)
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