(No tengo respeto por estos atracadores (amparados por la legalidad), más bien miedo.
Pero ¿es normal que un ciudadano de un Estado democrático tenga miedo al Estado? O sea, a sus representantes.
Aparte de la corrupción y el despilfarro, el tamaño elefantiásico del Estado autonómico facilita estos abusos impositivos.)
EL ATRACO PERMANENTE DEL ESTADO.
España es hoy en día un país en el que una parte de la opinión pública y una parte importante de la clase política hacen del pago de tributos
un tema moral de una importancia extrema. Hasta tal punto llega esta
inquisición impositiva que son legión los que se muestran dispuestos a
quemar en la hoguera a todo aquel que intente pagar menos impuestos,
incluso haciéndolo de forma completamente legal, y, sin duda, un
político condenado por defraudar a Hacienda tendría muchos más problemas
para presentarse a unas elecciones que un condenado por terrorismo o
una cómplice de asesinato. Ahí están ejemplos de todos conocidos.
Es una forma de moral pública absolutamente descabellada, pero aún lo
es más cuando en la contraparte encontramos una Administración
tributaria que es sin duda de lo peor que tiene España en este momento,
dispuesta a aprovechar todos los resquicios para saquear a los ciudadanos, especialmente a las clases medias, además de absolutamente inmisericorde con los más débiles si tiene la oportunidad.
Es el caso de la adolescente de 16 años Inés Carrión, que ha denunciado en los medios cómo el Fisco le va a robar
–sí, eso es robar, aunque no sea un delito contemplado en el Código
Penal– parte de un premio académico obtenido por sus excelentes
calificaciones.
La cantidad es modesta –aunque no tanto para una
estudiante–, pero el escándalo es mayúsculo: Inés ha tenido que trabajar
durísimo para lograr unas notas excepcionales, mientras que Hacienda se
ha limitado a quitarle su dinero sin ninguna consideración.
Obviamente no es el único caso: recientemente vimos cómo a un concursante de televisión, el famoso Fran de Pasapalabra,
que había acumulado una importante cantidad de dinero gracias a su
esfuerzo, Hacienda le desvalijaba quitándole nada menos que 800.000 euros. El descaro de estos atracos es absoluto,
ya que la Agencia Tributaria penaliza con el máximo rigor los premios
que, como el de Fran o el de Inés, se han ganado con esfuerzo y
despliegue de conocimientos, pero es mucho más suave para los sorteos de
azar, con los que el Estado hace un pingüe negocio.
A esto hay que sumar tributos absolutamente abusivos como el de
Sucesiones, queha arruinado y arruina a miles familias; o el de Actos
Jurídicos Documentados, un indefendible sablazo a los compradores de
inmuebles impuesto arbitrariamente por los políticos, que al mismo
tiempo se muestran muy preocupados por el problema del precio de la
vivienda, ¡que hipocresía tan despreciable!
Y todo dentro de un clima de auténtico terror fiscal,
en el que las normas están dictadas para dar un enorme margen a la
arbitrariedad y en el que la interpretación de esas normas cambia de año
a año y siempre a beneficio del saqueador, comportamiento que sería
abiertamente inconstitucional en cualquier otra rama del Derecho.
Encima, esta forma organizada de latrocinio trata de revestirse de
una justificación moral por la que parece que debamos sentirnos
particularmente felices por ser robados. Porque lo cierto es que no
todos los impuestos se dedican a hospitales y colegios, como trata de
difundir la propaganda estatal; la verdad es que la mayor parte de lo
recaudado se destina a mantener una inmensa maquinaria llena de
funcionarios improductivos, chiringuitos, subvenciones multimillonarias y
amiguismo, una costosísima estructura directamente conectada con los
políticos que dictan las normas y se benefician del reparto del maná
estatal.
La dura realidad es que el dinero de Inés, el de Fran y el de
todos los contribuyentes no sostiene el estado del bienestar, sino el bienestar del Estado.
(LibreMercado/5/4/2019-)
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