SIN RED.
Séptima semana de confinamiento.
25.000 muertos (que se sepa). Una presidenta de
Comunidad que los llora. Un chorretón de rimmel negro como el crespón
que nos niega Sánchez. Empatía. Los hay que carecen de ella. Psicópatas se les llama.
Cuatro millones de trabajadores sujetos a ERTE
esperando a cobrar algo –lo que sea– desde el 31 de marzo. 8.000
empresas cerradas cada día. Cáritas y la Cruz Roja, colapsadas. Nuevos pobres ¿Escudo social? Mentira.
El domingo se dio la suelta a los niños. Los vi por
las calles cercanas a mi casa, con los ojos puro asombro, de la mano de
una madre, de un padre, con patinete, con patines, extrañamente
disciplinados, sonrientes.
Debió de ser un sueño porque llegada la tarde, las redes sociales se inundaban de unas imágenes de Madrid, Barcelona, Cádiz, Valencia, Sevilla,
también de la playa de Palma que asustaban. Puro desbarajuste, fuera
todas las reglas, irresponsabilidad colectiva en calles, parques,
jardines y playas. Un 8-M de adultos y niños enloquecidos, bicicletas y
pelotas, quizás dando al traste con todo lo conseguido en estas semanas
de confinamiento.
Las imágenes eran una por ciudad, un solo ángulo,
aparentemente ni un solo policía. Del enfado a la sospecha. Dentro de
quince días, si la curva de contagio de pronto vuelve a subir, ya
tenemos el relato. Culpa nuestra.
Porque siete semanas de arresto domiciliario son
pocas para lo que nos merecemos y no sé cómo tenemos el cuajo de andar
quejándonos después del lamentable espectáculo del domingo, que si se
nos da la mano nos llevamos el brazo y que si algo queda acreditado es
que tenemos la libertad que nos merecemos (más bien poca) y que si
seguimos encerrados o si se nos vuelve a quitar la libertad que se nos
alumbra por fases no es porque el Gobierno no haya previsto nada, sino
porque nos lo hemos ganado, por necios y por inconscientes.
Y en este punto de culpabilidad Sánchez nos anuncia
la desescalada “gradual, asimétrica y coordinada” hacia la “nueva
normalidad” al final de la cual estará la playa y la cervecita, con
restricciones.
Mientras tanto, en ese juego de la oca por islas y
por provincias que se nos propone, el riesgo de volver a la casilla de
salida o de acabar en el pozo o en la cárcel, es todo nuestro, y el
mérito, si llegamos indemnes al 29 de junio, del Gobierno.
¿Con qué garantías afrontamos esa desescalada? ¿Cuál es nuestro escudo además de nuestra obediencia? Yo se lo diré: ninguno.
Nos encerraron porque no tenían un plan y del mismo
modo ahora nos sueltan. Detrás de cada espacio de libertad que nos
vayamos ganando, la única protección que tendremos será nuestro sentido
común y el miedo a que los otros no lo tengan, porque en ningún momento
sabremos si aquél con quien compartimos espacio en cualquiera de las
fases que contempla el plan, está infectado o no, y tampoco nosotros
sabremos si lo estamos, porque tener esa información tan útil para
quienes han afrontado la pandemia con éxito, para nuestro Gobierno ni ha
sido ni es importante.
Así que nos lanzaremos a correr el domingo, y luego
a todo lo demás, con la incertidumbre de si estamos contribuyendo a
empeorar las cosas, la esperanza de que no sea así y el terror de una
vuelta atrás. Sin red.
(Gary Durán/El Español/30/4/2020.)