Silencios elocuentes
No existe mejor manera de desenmascarar a un fanático que dejarle hablar. O callar durante interminables segundos ante una cámara fija. Especialmente si se siente protegido por su confortable entorno natural. Esa es la principal virtud del documental “Bajo el silencio” del corajudo director vasco Iñaki Arteta, proyectado el pasado jueves en la sala Augusta de Palma, en acto organizado por Sociedad Civil Balear. Una película estremecedora e inteligente donde, a través de las ingenuas preguntas formuladas por un joven graduado en periodismo de origen colombiano, el entorno abertzale va abriendo en canal -casi inconscientemente- sus miserias morales y, especialmente, su pavorosa simpleza argumental.
En los abundantes reportajes sobre el drama vasco -que dura ya más de 50 años- los ciudadanos de otras regiones hemos tenido habitualmente ocasión de conocer de primera mano la versión de las víctimas. Pero pocas veces se nos ha brindado una oportunidad como esta para contemplar el relato de sus verdugos. Y sus gestos, sus tics, su cobardía, sus incomodidades y sus silencios. Los sostenidos primeros planos de Iñaki Arteta, que retratan con crudeza todo lo anterior, explican mejor que decenas de libros lo sucedido en Euskadi desde los años 70 hasta la actualidad.
Con independencia de juicios políticos o dilemas morales ante el fenómeno de la violencia y la muerte, para mí la película resulta reveladora desde un punto de vista intelectual. Contemplar al párroco de Lemona -el personaje que más se explaya en toda la narración- justificando los asesinatos con una frialdad pasmosa mediante una argumentación más simple que el cuento de Caperucita produce estremecimiento. Uno no puede dejar de preguntarse cómo semejante personaje puede representar allí el mensaje del amor al prójimo como a uno mismo. Y cuando la película nos cuenta que desde el campanario de su parroquia se activó la bomba que mató al marido de una de las protagonistas entran ganas de salir corriendo. Con pastores así, apetece poco conocer a sus ovejas.
La demolición sistemática del ideario abertzale ejecutada por sus propios gudaris resulta implacable durante el resto del documental. No hay nada mejor que hacerles unas preguntas simples y dejarles hablar. La indigencia intelectual esgrimida por varios profesores universitarios, un premiado escritor, un atormentado ex seminarista, el jefe de prensa local de un partido independentista y el peculiar bertzolari (improvisador de versos) con el que termina el documental es verdaderamente chocante. Resulta imposible sacarles de cuatro manidas justificaciones: el franquismo y la Guerra Civil, la represión, las torturas y la persecución del euskera. Lo repiten todos como una cacatúa de feria. Tipos con varias carreras que, en su gran mayoría, se dedican a la docencia, argumentan como un chaval de cinco años que no quiere compartir con nadie su bolsa de chucherías. Con la agravante inexplicable de que la mayoría de ellos nacieron ya en democracia, cuando ni había franquismo, ni se reprimía absolutamente a nadie, y a todos les han enseñado euskera.
Mención aparte merece la juventud vasca, representada en la película por varios grupos de estudiantes y un rapero, hijo de un preso de ETA. La ignorancia sideral que todos exhiben sobre nuestra historia común y la de la propia banda armada produce sorpresa, aunque todos repiten el sagrado mantra sin dudar: Franco, Guerra Civil, represión, euskera. Nunca una música fúnebre tuvo tan poca letra. Todo ello viene aderezado con la reclamación constante del acercamiento al País Vasco de los presos con delitos de sangre, bajo el enternecedor argumento de los elevados riesgos que corren sus familiares en la carretera cuando van a visitarles. Sobre todo cuando llueve...
Las piruetas del Rectorado de la Universidad del País Vasco para no tener que condenar la agresión a un estudiante constitucionalista, al que un grupo de encapuchados persiguió al salir de su Facultad en Vitoria y acabó rompiéndole la nariz, son un modelo de contorsionismo académico. Y qué decir de los políticos que aparecen en las dos horas y media que dura el documental. Menos el Alcalde de Irún, un tipo del PSE que demuestra principios y una elevada dosis de practicidad defendiendo consensos en la política municipal, la insensibilidad de las políticas abertzales entrevistadas produce escalofríos. Para ellas, allí no hay problema alguno, y la opresión en la que viven quienes piensan diferente es una sensación falsa. Aquello es el paraíso de la libertad de expresión, como demuestran los cientos de pancartas y pintadas con consignas de un solo color. Porque cualquier mensaje alternativo simplemente no existe.
La peor sensación la transmite la gente de la calle. Personas mayores que dicen con naturalidad que allí siempre han vivido tranquilos, y que el problema “sólo lo tenían algunos”. “Los que no eran de aquí”. “Nosotros siempre hemos vivido muy bien”. Pues efectivamente. Como cuentan también algunos presos liberados tras cumplir sus condenas, allí nadie les ha reprochado nunca nada y su integración social es plena y total.
Aunque todos esos personajes acaben reclamando diálogo y comprensión del resto de España para sus reclamaciones nacionales y culturales, manejan un concepto del diálogo ciertamente peculiar. Si me oprimes tengo derecho a matarte y, si piensas diferente que yo, no tienes derecho a estar aquí ni a manifestar tus opiniones. A eso le llaman sin rubor alguno “libertad de expresión”. El más gráfico resumen lo hace el hijo de un Alcalde asesinado por ETA del pueblo navarro de Echarri Aranaz. Le pregunta el periodista que lleva el hilo de la película si alguna vez ha sentido necesidad de charlar con quienes le asesinaron o justificaron su asesinato. Y contesta que jamás. Que intentar razonar con ellos “es como hablar con el lugarteniente de Hitler”.
Pidiéndoles disculpas por mis abundantes spoilers anteriores, les recomiendo muy encarecidamente que vean la película, ya que cualquier explicación escrita se queda injustamente corta. Debería proyectarse en todos los colegios españoles, y también en Europa, América y el resto del mundo. Existiendo a varios cientos de kilómetros semejante demostración clamorosa de miseria moral e intelectual, constituye una enorme indecencia que miremos para otro lado.
(MallorcaDiario/18/10/2021.)
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