(Ideas simples para ovejas manipuladas. No falla. ¡Qué tristeza. cat!)
Cataluña
Divorcio e independencia
Y la socialista María Badia chivó a la Unión Europea que España le
amenazó con un tanque. Como niños de cole: ¡señorita, ha sido Pablito!
Urge tomar en serio a los nacionalistas. Y aunque sus delirios inviten al chascarrillo, los mantras que sueltan cada día para dar de pacer al rebaño comienzan a calar hondo en el alma de los ilusos.
Exponía Antoni Puigverd días atrás en La Vanguardia el argumento del divorcio como solución a la supuesta desafección de Cataluña con España. Como si se tratara de un matrimonio mal avenido. Recogía este mantra utilizado con frecuencia por los nacionalistas, para buscar explicaciones a la mutación del catalanismo en independentismo. El relato no puede ser más victimista: es como
Pasando por alto la perversa identificación del macho maltratador con España, la falacia de confundir las relaciones de España y Cataluña con un matrimonio es casi infantil, y sin embargo cuela. Hoy cuela todo en Cataluña por la cobardía intelectual de sus pensadores y la falta de hombres de Estado al otro lado del Ebro.
Cuando una pareja no se entiende, se divorcia y asunto solucionado, dicen. Y sentencian: mejor separados que mal avenidos. A esa simplicidad reducen la trama de afectos e intereses de millones de personas que no forman matrimonio alguno. Como si Cataluña y España fueran personificaciones con vida y sentimientos capaces de obrar y decidir con voluntad propia. Como si los ciudadanos individuales y libres sólo fueran meras células de un único cuerpo. Confunden la capacidad de dos personas individuales para decidir sobre sus vidas con la de millones de personas cuyas cuitas personales son distintas entre sí, e imposibles de reducirse a dos voluntades enfrentadas.
El que haya un número determinado de ciudadanos insatisfechos con su pertenencia a España no les da derecho a suponerse la encarnación de Cataluña y, por ende, con capacidad para divorciarse de España. Es el maldito Volkgeist, la reducción de las voluntades individuales a espíritu del pueblo, la idea protofascista donde el Estado está por encima del individuo y lo reduce a mero instrumento de su destino. Es decir, del destino que imponen algunos de sus miembros. Ni ellos son Cataluña, ni España es un ente unívoco, casado y mal avenido con esa supuesta mujer maltratada.
España y Cataluña no son un matrimonio, sino un Estado único formado por un puzle de ciudadanos libres e iguales. Así que en este falso matrimonio tienen voz y voto 47 millones de españoles. En ellos, en cada uno de ellos, reside la soberanía nacional. Y si, por el número, una mayoría de ciudadanos catalanes pudiera forzar, por la intimidación o los hechos consumados, la ruptura con España, no habrían solucionado los supuestos malos tratos, sino que se habría abierto la veda, ahora sí, para que la nueva identidad excluyera de derechos fundamentales a miles de ciudadanos que hoy viven amparados por la Constitución. (Antonio Robles/ld).
Urge tomar en serio a los nacionalistas. Y aunque sus delirios inviten al chascarrillo, los mantras que sueltan cada día para dar de pacer al rebaño comienzan a calar hondo en el alma de los ilusos.
Exponía Antoni Puigverd días atrás en La Vanguardia el argumento del divorcio como solución a la supuesta desafección de Cataluña con España. Como si se tratara de un matrimonio mal avenido. Recogía este mantra utilizado con frecuencia por los nacionalistas, para buscar explicaciones a la mutación del catalanismo en independentismo. El relato no puede ser más victimista: es como
la metáfora de la mujer que empieza a verbalizar la posibilidad de separarse, lo que reactiva la fijación posesiva del macho y dispara su capacidad de atemorizar. Pero el mero hecho de verbalizar, libera a la maltratada.O sea, que Cataluña, como la mujer maltratada que toma conciencia de su condición, ha perdido miedo al marido maltratador, le ha cantado las cuarenta y le exige la emancipación. O se la toma directamente. Colorín colorado, este cuento se ha acabado. Qué barato resulta hoy en Cataluña soltar sandeces y pasarlas por evidencias irrefutables.
Pasando por alto la perversa identificación del macho maltratador con España, la falacia de confundir las relaciones de España y Cataluña con un matrimonio es casi infantil, y sin embargo cuela. Hoy cuela todo en Cataluña por la cobardía intelectual de sus pensadores y la falta de hombres de Estado al otro lado del Ebro.
Cuando una pareja no se entiende, se divorcia y asunto solucionado, dicen. Y sentencian: mejor separados que mal avenidos. A esa simplicidad reducen la trama de afectos e intereses de millones de personas que no forman matrimonio alguno. Como si Cataluña y España fueran personificaciones con vida y sentimientos capaces de obrar y decidir con voluntad propia. Como si los ciudadanos individuales y libres sólo fueran meras células de un único cuerpo. Confunden la capacidad de dos personas individuales para decidir sobre sus vidas con la de millones de personas cuyas cuitas personales son distintas entre sí, e imposibles de reducirse a dos voluntades enfrentadas.
El que haya un número determinado de ciudadanos insatisfechos con su pertenencia a España no les da derecho a suponerse la encarnación de Cataluña y, por ende, con capacidad para divorciarse de España. Es el maldito Volkgeist, la reducción de las voluntades individuales a espíritu del pueblo, la idea protofascista donde el Estado está por encima del individuo y lo reduce a mero instrumento de su destino. Es decir, del destino que imponen algunos de sus miembros. Ni ellos son Cataluña, ni España es un ente unívoco, casado y mal avenido con esa supuesta mujer maltratada.
España y Cataluña no son un matrimonio, sino un Estado único formado por un puzle de ciudadanos libres e iguales. Así que en este falso matrimonio tienen voz y voto 47 millones de españoles. En ellos, en cada uno de ellos, reside la soberanía nacional. Y si, por el número, una mayoría de ciudadanos catalanes pudiera forzar, por la intimidación o los hechos consumados, la ruptura con España, no habrían solucionado los supuestos malos tratos, sino que se habría abierto la veda, ahora sí, para que la nueva identidad excluyera de derechos fundamentales a miles de ciudadanos que hoy viven amparados por la Constitución. (Antonio Robles/ld).
1 comentario:
Oiga, Sr Urbina, vea detenidamente esa foto, ¿no diría usted que Arturo y Jorge están a punto de arrancarse para bailar juntos un pasodoble?
Yo diría que si.
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