lunes, 8 de abril de 2013

RACISMO CATALAN

 

 (Los catalanistas se sienten superiores. Según ellos, es porque lo son. Ya sabe. Compre, compulsivamente productos catalanes. Aunque no seamos dignos.)







VUELVE EL RACISMO CATALÁN.

Parece que el Parlamento de Cataluña ha encontrado en qué ocupar el ocio de los diputados que cobran dietas por sestear en su comisión de relaciones internacionales (Comisión de Acción Exterior, Unión Europea y Cooperación, en la pretenciosa jerga oficial). Así, acaba de dar trámite a una propuesta de resolución en la que la Cámara autonómica expresa su incondicional apoyo y sentida solidaridad a varias etnias olvidadas y tribus del Tercer Mundo. Con una mención muy especial a la nación kurda, al pueblo tuareg, a los refugiados de la guerra de Mali y a los sindicalistas agrarios de... Andalucía. Una broma casi privada que, como de costumbre, se saldará entre las sonrisitas cómplices de los avisados y el silencio servil de la prensa doméstica.

He ahí otro recordatorio institucional de ese tenue, velado aroma racista del que nunca se ha acabado de desprender el catalanismo que se dice serio y respetable. Porque llueve sobre mojado. A fin de cuentas, el enésimo insulto a los andaluces, paradigma de lo español para los hijos putativos de Prat de la Riba, se produce en el hemiciclo que presidió no ha tanto Heribert Barrera. El filonazi Barrera, fervoroso entusiasta de la higiene racial catalana que predicaba a los cuatro vientos la inferioridad intelectual de los negros. El patriota Barrera, hoy difunto, aunque no olvidado merced a los muchos honores y homenajes póstumos que no se cansa de procurarle la Generalitat.

Hombre tan llorado por doña Marta Ferrusola, la misma que padeciera aquella célebre escena dramática durante la infancia de su amado hijo Oriol. "Hoy no puedo jugar, mamá: todos los niños son castellanos", le reveló abatido el pequeño querubín llamado a darnos días de gloria. A nadie debería sorprender, por lo demás, que esa fijación xenófoba con lo andaluz proceda de tantos González, Fernández o García, inequívocos hijos o nietos de andaluces. Al cabo, ese tipo humano patético, el charnego independentista, es una criatura más digna de compasión que de otra cosa. Como los bárbaros que accedían a la plena ciudadanía romana solo tras alistarse en las legiones, los Fernández y Jiménez de la CUP, la Esquerra y, ¡ya!, el PSC purgan su ominosa mancha de origen abrazando la radicalidad ultra. Merda de país petit!

(José García Domínguez/ld))

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